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Plaza pública/Segundo informe

Miguel Angel Granados Chapa

No había demasiado interés por escuchar el segundo informe del Presidente Fox. No obstante las invitaciones insistentemente difundidas por la radio, sólo uno de cada tres mexicanos con teléfono en su vivienda expresó muchas ganar de oír la lectura de ese documento. La credibilidad atribuida al contenido del discurso presidencial era aun menor: sólo uno de cada cinco ciudadanos en la población encuestada otorgaba crédito a las palabras del Presidente Fox antes de escucharlas. Aun entre los miembros del PAN (donde comprensiblemente había mayor interés por el informe) no se anticipaba crédito a lo que dijera el primer presidente surgido de sus filas: sólo el 34.6 de los encuestados que pertenecen a Acción Nacional esperaban que lo que dijera anoche el Presidente fuera “muy real”. Así lo había medido la empresa Consulta-Mitovsky, que el 28 de agosto realizó este sondeo a 400 personas. Ese desinterés corresponde a la escasa atención que el público concede en general a la política. Como la empresa encuestadora hace notar, los sondeos telefónicos “reflejan la opinión de una población con mayores niveles de exposición a medios, de ingreso y de escolaridad, es decir en conjunto es una población más informada que el resto de los ciudadanos”. Con mayor razón, por lo tanto, cabría esperar menos interés en sectores que disponen de información más rala, que son quienes la reciben sobre todo por la televisión.

La encuesta nacional sobre cultura política y prácticas ciudadanas levantada por la Secretaría de Gobernación dio cuenta de la despolitización que explica el escaso interés por el informe. Cuando se preguntó en qué palabras se piensa cuando se habla de política, cerca de la mitad de los interrogados (en este caso el sondeo fue más general, realizado en domicilios) no supo qué contestar: la palabra política no les dice nada. Y sólo 16.16 por ciento la relacionó con una expresión positiva: “gobierno”. En cambio, 21.52 por ciento pensó de inmediato en “corrupción” y el 11.71 en “aspectos negativos”. Quizá por eso se habla poco de política.

La encuesta de Gobernación indagó sobre la frecuencia con que se aborda ese tema con personas ajenas a la familia: el 67. 17 por ciento dijo que en ninguno de los siete días anteriores a escuchar la pregunta había hablado de política. Y en el extremo opuesto, sólo 3.22 por ciento de los interrogados dijo haberlo hecho cada uno de esos siete días. Y es que el 54.94 por ciento de los entrevistados cree que “la política es muy complicada y por eso la mayoría de las personas no la entiende”.

Lo que tal vez ocurre es que los políticos hablan de asuntos que interesan a los políticos y no a los ciudadanos. En la encuesta de Consulta-Mitovsky de la semana pasada, una buena parte del público (24.2 por ciento) esperaba que en el informe de ayer se ofrecieran “soluciones para la economía”, y sólo el 7.1 dijo que lo importante era lo que tendría que decir el Presidente sobre la reforma en materia eléctrica. Y, como lo veremos en los próximos días cuando examinemos el contenido del mensaje presidencial, se habló más de ese último tema que del esperado por una mayor cantidad de ciudadanos.

Y es que el informe presidencial ya no es lo que era. Cuando el titular del poder Ejecutivo era un personaje distante de la vida cotidiana y hablaba de manera excepcional, su comparecencia ante el Congreso el primero de septiembre era esperada, no sólo por los políticos profesionales con gran interés y eventualmente hasta ansiedad. Pero a partir de Echeverría, que hablaba un día sí y otro también, difícilmente había definiciones pendientes que se ventilaran en la apertura de las sesiones del poder legislativo. Salvo el primero de septiembre de 1982, cuando el presidente López Portillo utilizó su mensaje para transmitir la sensacional noticia de la expropiación bancaria, no había casi nunca novedades en lo expuesto en el informe de cada año, porque respecto de todos los temas a lo largo de cada periodo el presidente había siempre expresado su parecer.

Así ocurre ahora también. La locuacidad presidencial es bien conocida. En la inauguración de cualquier evento el presidente Fox tiene algo que decir, relevante o no. Y por si esa asiduidad fuera poca, cada sábado a través de su propia emisión radiofónica el Ejecutivo se explaya en la expresión de su pensamiento. Anteayer mismo el Presidente ofreció un adelanto de lo que diría al día siguiente, prevenido acaso de que en domingo por la tarde-noche la gente preferirá divertirse que atender su mensaje. En la síntesis sabatina del informe dominical insistió en su retórica del cambio. Repitió una y otra vez el lema publicitario de su gobierno: poner a México al día y a la vanguardia. A diferencia de la tendencia reciente, Fox puso énfasis en los detalles, en el pormenor de las acciones realizadas (habló, por ejemplo, de 380 mil obras, de los más diversos tamaños), pero también insistió en tesis políticas: pasar de la concentración del poder a la gobernabilidad.

El Presidente no amaneció hoy en México para imponerse de las reacciones que produjo su informe. Anoche mismo voló a Johannesburgo, a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable. Luego estará en Nigeria y cuando vuelva se habrá atenuado el relativo interés que sus palabras despierten. Esa es una de las razones para esperar, como hemos confiado inútilmente desde años atrás, que ahora sí se modifique este rito, para que readquiera sustancia republicana.

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