El océano Pacífico dejó de ser serlo una vez más, y sus turbulencias azotaron a Jalisco y Nayarit. Los vientos huracanados por poco se asocian a la obsesión antiterrorista del presidente Bush para dar al traste con la junta cumbre del mecanismo de cooperación Asia-Pacífico efectuada en Los Cabos: no fue preciso trasladar intempestivamente la reunión de Apec. Sólo se mudó el banquete sabatino nocturno. De todas maneras, los resultados fueron magros.
El huracán Kenna asestó a Puerto Vallarta y a San Blas, y a otras muchas localidades jaliscienses y nayaritas, daños terribles, semejantes a los que en la península yucateca perpetró la fuerza destructora de Isidore. El empeño constructivo de muchas familias, que a lo largo de generaciones lograron un patrimonio, se vino abajo en horas, en minutos acaso, en ambos litorales de nuestro país. No obstante su casual proximidad con los lugares más afectados, el presidente Fox no pudo acudir de inmediato a los puertos destrozados, pues su compromiso de anfitrión sólo quedó saldado el domingo, y apenas ayer lunes él apareció en el lugar de los hechos. Se anticipó a su visita el secretario de Gobernación Santiago Creel, cuya presencia es pertinente porque de su oficina depende la protección civil, así como el fondo para la prevención de desastres, cuyos seis mil quinientos millones de pesos deberían orientarse pronto a las tareas de reconstrucción.
Eso no ocurre con la celeridad debida. En los días inmediatos a las tragedias causadas por fenómenos naturales, la sociedad se desvive por ayudar, por aliviar con cosas y con sentimientos los estragos de la destrucción. Pero la opinión pública suele ser veleidosa, pueril en tanto que su atención es movediza: como ocurre con los niños, la sociedad pasa de un tema a otro velozmente, pierde pronto interés en lo que la atrajo poderosamente. Se sabe poco, en consecuencia, de las secuelas de desastres naturales. Pauline azotó la costa oaxaqueña, principalmente, en octubre de 1998, hace cuatro años. Y esta es la hora que en la región de Pinotepa Nacional no cesan las quejas porque negocios arruinados por el huracán no reciben la ayuda que se publicitó pero no alcanzó su destino. Que no sepamos en el 2006 que los recursos del Fonden se atoraron en algún lugar y los damnificados de Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Jalisco y Nayarit quedaron por siempre en esa condición.
En la reunión de Apec se esperaban tan importantes las sesiones del mecanismo multilateral como los encuentros pareados entre naciones que tienen agendas por desahogar. Los encuentros bilaterales mostraron las paradojas del desarrollo desigual: el interés del presidente peruano Alejandro Toledo por que México suscriba con su país un tratado de libre comercio fue recibido con neutra cortesía por el gobierno de Fox, que en cambio se afana por conseguir un pacto semejante con Japón, que esperamos no tramite la petición mexicana con el escaso entusiasmo con que fue recibida la instancia del gobierno limeño.
Naturalmente, para el interés mexicano la cita bilateral más relevante era la del presidente Fox con el presidente Bush. Más allá de su condición de países ribereños del Pacífico, en cuyo marco se produjo el encuentro, la ocasión era esperada para reanudar una relación personal rota o atenuada a partir del once de septiembre. Pocos días antes de esa trágica fecha, el vínculo personal entre los dos presidentes, cuya tersura fue abultada por la propaganda gubernamental mexicana conllevaba la promesa de un abordamiento nuevo del tema de los migrantes mexicanos en Estados Unidos. Por lo menos Bush dejaba correr la creencia de que mantenía en el tema tanto interés como su contraparte mexicana. Pero el terrorismo hizo que Tony Blair supliera a Fox en el centro de los afectos políticos de Bush, en cuya agenda no hay lugar ya para el fenómeno migratorio mexicano.
Ahora, con toda claridad, dijo que el asunto se resolverá a largo plazo. Y debe resolverse aquí, con la creación de empleos que hagan innecesario el traslado de las personas en pos de un mejor destino. Como desiderátum es indiscutible. Pero ocurre que lanzar la mirada hacia ese futuro idílico impide ver la necesidad presente, es una coartada para no adquirir compromisos respecto de lo que ocurre ahora mismo, con los trabajadores que ya están en territorio norteamericano y los que, arrostrando toda suerte de peligros siguen cruzando la frontera. A ese respecto nada hay que hacer, dijo Bush sin decirlo.
Y es que su tema es otro ahora. También infantil, su atención centrada durante un año en Osama Bin Laden y Al Qaeda, se trasladó ahora a Bagdad. Echar del poder a Saddam Hussein es ahora su prioridad, como lo fue hallar y destruir a quien considera líder mundial del terrorismo. Como si esa faena hubiera concluido exitosamente —y no en la frustración de su objetivo—, Bush ha pasado a un siguiente capítulo: Delenda est Irak, proclama el presidente con la insistencia con que veintidós siglos atrás Catilina demandaba la destrucción de Cartago.
En buena hora México no se plegó al unilateralismo norteamericano, y se colocó en la posición menos irracional de las que están en curso en las Naciones Unidas, la de intentar un solución política, diplomática, al conflicto creado por Washington pero cuya factura debe pagar Bagdad. Con todo, nuestro gobierno no pudo sustraerse al sofisma norteamericano que, con una modalidad u otra, arrastra al mundo a una guerra de efectos imprevisibles.