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Promesas y realidades

SALVADOR KALIFA

Un candidato en campaña incrementa su capital político mediante promesas de todo tipo, lo que crea un gran abismo entre lo deseable y lo que le será posible cumplir una vez electo. Esta es una práctica común en todos lados, y no debe extrañarnos que Vicente Fox haya hecho múltiples promesas con el fin de llegar a la presidencia de la República, aún sabiendo que no podría cumplir muchas de ellas.

Prometió, entre otras cosas, resolver en 15 minutos el problema con los zapatistas, avanzar en las reformas estructurales, elevar hacia el final de su administración el gasto destinado a la educación al 8 por ciento del PIB, y un crecimiento económico del 7 por ciento anual.

Dos años después de que tomó posesión, el asunto zapatista sigue inconcluso, las reformas estructurales continúan sin materializarse, no tiene recursos para aumentar el gasto en educación y la economía ha permanecido, para todo fin práctico, estancada. Fox, sin embargo, tardó mucho en darse cuenta que su tarea era bastante más complicada de lo que se veía desde el gobierno de Guanajuato. Pasó mucho tiempo para que se percatara que la ?campaña? había terminado y que la temporada de promesas había quedado atrás.

En lo que va de su administración le ha sacado la vuelta a muchas realidades, por impopulares, y ha eludido los enfrentamientos con los legisladores y con los que se manifiestan con violencia en las calles, aún cuando asumir estos retos es necesario para que, por un lado, prosperen las reformas estructurales y, por el otro, se respete el estado de derecho en nuestro país.

Ahora las promesas incumplidas comienzan a perseguirlo. El sainete que causaron sus declaraciones en su viaje reciente a Europa muestra el nivel de confusión que caracteriza a su gobierno. Primero salió la noticia de que estaba arrepentido de su promesa de crecer al 7 por ciento, para luego señalar que nunca había dicho tal cosa, que todo era un problema de traducción. Esta, según se supo luego, fue hecha por su equipo de la Presidencia de la República.

Traducción, confusión o arrepentimiento, no cambian el hecho de que muy pocos de los ofrecimientos de Vicente Fox podrán volverse realidad si él no se compromete, de verdad, con los cambios estructurales pendientes. Aún con ellos, lo que se puede lograr en los cuatro años que le restan a su gobierno difícilmente será perceptible en los bolsillos de la gente. Sólo puede aspirar a que, en el mejor de los casos, sepa cómo sembrar las políticas apropiadas aún con un Congreso de oposición, para que gobiernos futuros las cosechen. El Presidente Fox tuvo un elevado apoyo popular al inicio de su gestión para lograr cambios profundos en nuestra realidad económica. Ese apoyo no lo supo utilizar para instrumentar reformas estructurales que evitaran que los resultados de su mandato sean tan mediocres. Es justo señalar que la mayor parte del estancamiento económico actual no es su culpa, se debe a factores externos; pero más allá de conservar la estabilidad macroeconómica, que en mucho viene de antes, nada ha hecho para que una vez consolidada la recuperación, alcancemos una plataforma de crecimiento más alta.

La experiencia de estos dos años muestra que Fox supo cómo ganar el poder, pero no sabe cómo ejercerlo. La razón quizá sea que los electores en 2000 lo dejaron con un congreso dividido y ha tenido que convivir con oponentes políticos que no se interesan en los cambios modernos. Eso, sin embargo, no es excusa para alguien que basó su campaña en el eslogan del cambio. Para la población, los únicos cambios visibles hasta ahora son los de sus opiniones y de su estado civil.

El gran peligro hacia delante es que Fox parece caer en la práctica de eludir la confrontación y buscar refugio en una zona falsamente cómoda. El Presidente insiste que México está mejor que otros países de América Latina. Aprovecha cualquier oportunidad para recordarnos que la inflación está bajo control, nuestra economía es de las más grandes del mundo, somos parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y tenemos tratados comerciales con muchos países. Si bien todo ello es verdad, su gobierno logrará muy poco si se queda en esta zona de conformismo. La economía mexicana tiene un potencial enorme, en gran parte porque cuenta con una frontera extensa con el mercado más grande del mundo y nuestra mano de obra ha demostrado que alcanza, cuando las condiciones del entorno son propicias, niveles de eficiencia y productividad similares o superiores a la de los países avanzados.

Sin embargo, liberar ese potencial requiere mucho más que voluntarismo y retórica. El presidente Fox debe darse cuenta de que la desilusión, la insatisfacción, la impaciencia y la frustración de la gente no son características exclusivas de su gobierno. Son, en realidad, las características de cualquier gobierno.

Una vez que entienda esto, quizá se deje de preocupar por su popularidad, que aún cuando sigue alta, va en descenso, y se aboque a la tarea de gobernar. Su última oportunidad para hacerla bien y aprovechar el capital político que le queda será el año próximo, cuando se renueva la Cámara de Diputados.

Fox necesita salir nuevamente en campaña. Esta vez no para hacer promesas, sino para convencer a la población de que tiene un compromiso decidido con el cambio, y que para realizarlo requiere que los electores le den a su partido una mayoría en la Cámara de Diputados en 2003. Ello, si lo logra, será apenas la mitad de la tarea. La otra mitad se cumplirá cuando, a la hora de instrumentar las reformas, no se doblegue ante la oposición de quienes se verán más afectados por ellas.

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