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PUNTO DE VISTA / Muerte... en el nombre de Dios

Dr. Fernando Llama Alatorre

La primera... ¡Cruzada!

Los recientes acontecimientos de Nigeria, donde más de 200 personas murieron por enfrentamientos entre cristianos y musulmanes, o las luchas fratricidas en Irlanda entre católicos y protestantes, me hacen recordar una de las primeras guerras en que alguien se lanzó a matar... “En el nombre de Dios”.

Todo empezó hace 900 años en Constantinopla, -cede entonces del imperio romano-. Su nombre en latín era Bisancio, pero ahí no se hablaba latín, así que sus moradores la llamaban “Constantinópolis” que entonces era gobernada por el rey Alejo... hoy se llama Estambul.

Hacia el año 1095 los turcos invadieron el Medio Oriente y parte del imperio de Alejo estableciendo su capital Nicea a sólo 160 kilómetros de Constantinopla. Veinte años más tarde, Alejo estaba listo para arrojar a los turcos de sus territorios, sólo que necesitaba más soldados, y para ello mando una carta al Papa Urbano II pidiéndole ayuda, sin saber que su carta haría que el mundo estallara en guerra y se desatara una de las migraciones más grandes de la historia: LAS CRUZADAS.

Urbano II, político ambicioso se aprovechó de la carta de Alejo para tratar de anexar tierras lejanas a su imperio, y tergiversando el contenido de la carta anunció que en “tierras lejanas” los “turcos infieles” estaban masacrando cristianos, sometiéndolos a trabajos forzosos, azotándolos y haciéndolos esclavos, mientras destruían sus templos, -cosa que era falsa-. De hecho la invasión turca había ocurrido hacía más de 20 años y los ejércitos turcos había sido respetuosos con los vencidos.

Fueron tantos los que respondieron al llamado del Papa que de todos los pueblos de Europa empezaron a migrar gentes dispuestas a irse a las “Cruzadas” bajo la idea publicada de que si morían irían directo al cielo y se les perdonarían cuantos pecados hubieran cometido, mientras que si sobrevivían, podría apoderarse de todos los tesoros que encontraran a su paso.

Y así se fueron creando ejércitos de campesinos que bordándose una cruz en el pecho, se agrupaban tras líderes improvisados dispuestos a luchar contra los “sarracenos”. Uno de estos líderes improvisados fue un vagabundo llamado “Pedro El Ermitaño”, que montando un viejo burro se enfiló con rumbo a Constantinopla al mando de 16,000 hombres. Lo malo fue que a nadie se le ocurrió llevar comida para el camino, -que duraría cuatro meses-, y para poder comer, iban saqueando a su paso todos los poblados que se encontraban creando un verdadero caos en su trayecto.

El Papa Urbano II, que esperaba reclutar un pequeño ejercito, se topó de pronto con una “migración masiva”, que al principio sólo era de hombres, pero luego, a éstos se les unieron jóvenes, mujeres y niños, al grado de que Pedro El Ermitaño llegó a Constantinopla al mando de 60,000 hambrientos... “guerreros” .

Al verlos llegar el rey Alejo, cerró las puertas de las murallas de Constantinopla y no los dejó entrar, –pues había que alimentarlos a todos–, y mejor los mandó directo a que lucharan contra los turcos, aún sabiendo que la mala preparación de los “peregrinos cruzados” los haría fáciles víctimas de los turcos.

A estas alturas, –y luego de cuatro meses de camino-, para los peregrinos cruzados aquello era el campo de batalla y “todos eran enemigos”, y por ello empezaron a matar a todo aquél que veían a su paso, sin darse cuenta de que la gran mayoría de las víctimas también eran cristianos, -que allá vivían-, aunque ellos eran incapaces de diferenciarlos.

Y así llegaron a Nicea, y al no poder superar sus murallas, se dedicaron a masacrar a todos los pueblos vecinos, matando ancianos y mujeres y mutilando a los bebés sin piedad alguna, incluso colocaron algunos bebés en grandes parrillas, los asaron a fuego lento y luego se los comieron.

Poco tiempo después los turcos en venganza emboscaron a los “peregrinos cruzados” y mataron a 20,000 de ellos en una sola batalla, formando con sus cuerpos una gran montaña.

Por fin llegaron los verdaderos ejércitos de soldados Cruzados que mandaba el Papa. Hugo de Francia, con 10,000 hombres. El Conde de Tolosa con 15,000. El Duque Godofredo de Loraine con 20,000 soldados. Y desde Italia y Normandia llegó el batallón de Tancredo.

Alejo, asustado de ver a tantos soldados, pensó que éstos pudieran tomar Constantinopla, -si así lo querían-, por lo que rápidamente los instó a continuar su camino. Al poco tiempo los nuevos guerreros sitiaron Nicea. Temiendo Alejo que de ser tomada por los cruzados, éstos jamás se la devolverían, negoció en secreto con sus eternos enemigos turcos para que éstos se rindieran y le entregaran la ciudad “sólo a él”, asustándolos con dejarlos solos frente a los bárbaros y caníbales... CRUZADOS. Esto enojó a los cruzados quienes a partir de entonces lucharon y saquearon... “por su cuenta”.

El plan original de llegar a Jerusalén en dos semanas, terminó en una realidad de dos años de luchas, saqueos y muertes donde los cruzados “cristianos” se dedicaron a matar con sadismo, tanto a turcos como a cristianos, –no sabían cómo diferenciarlos-, todo ello... ¡EN EL NOMBRE DE DIOS!

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