El Maratón Internacional que se corrió el pasado domingo, es una expresión de salud social, desgraciadamente somos tantos en esta capital, que para que unos tuvieran lugar para correr, otros tuvimos que quedarnos atorados en las calles.
Impotente, después de un rato de maldecir maratón y maratonistas me quedé dormida sobre el volante y como siempre sucede en los sueños, no identifico con claridad el lugar desde donde miro los autos que en filas de diez en fondo se arrojan al vacío desde los segundos pisos del periférico. Me asombro con las multitudes que entran felices a la Basílica de Guadalupe donde después de triturarlas en un enorme molino, las convierten en chorizos. No distingo muy bien pero creo que es don Onésimo Cepeda quien cuelga satisfecho en un tendedero las ristras de chorizo humano mientras otro río de gente fluye hacia Teotihuacan para arrojarse al mar desde lo más alto de las pirámides.
Empezaba a experimentar una sensación muy placentera en el momento en que me despertaron las diferentes variaciones que sobre el tema de la madre ejecutaban los automovilistas atrás de mí. Al avanzar los tres metros que me separaban del auto de enfrente, sentí cómo una oleada de sudor frío me humedeció la piel y con el pelo erizado por el horror me di cuenta de que todo había sido un hermoso sueño.
De pronto me vi como un animal asustado buscando su madriguera entre colinas y barrancas, parques y plazuelas. Como una rata sin nido porque los camellones, aceras y hasta el lecho de los ríos han sido ocupados. No hay melindres, en los basureros y bajo las alcantarillas también se refugia la gente. Todo terreno ha sido vendido, tomado, invadido, robado. Aquí pongo un techito de plástico y me planto, ¿si no, dónde, a ver? Hace unos días un amigo proponía que en víspera de la próxima Semana Santa el Gobierno regalara boletos de avión, de tren, de autobús. “Ciudadano, ciudadana, visita tu estado” sería la consigna. Con la sorpresa de que no habría boleto de regreso ni manera de conseguirlo. Es una hermosa pero inviable fantasía la de mi amigo.
Viable sería echar de esta capital a los líderes sindicales y mandarlos donde están sus agremiados para que sepan lo que es ganar el pan con trabajo. Viable que la secretaría de Pesca se acerque a donde están los pescadores para ver si acaso puede servirles en algo y la de Minería se instale donde están las minas. Viable que Presidenfox les dé a los gobernadores los cuarenta mil millones que exigen a condición de que permanezcan en sus estados y se pongan a trabajar en lugar de venir a grillar a la capital. Por dinero no hay problema ya que se le puede pedir prestado a los amigos de Cabal Peniche. Viable que el Gobierno federal con su pesada cauda de burocracia se instale en el Valle del Mezquital para que vaya conociendo la realidad del país.
¿Se dan ustedes cuenta de que cuando hay voluntad, eso de la descentralización y del federalismo no son asuntos tan complicados? ¿Se fijaron en qué momento me los despaché? Está bien, acepto que el problema es más complejo pero lo que sí es un hecho es que ya no se puede seguir hablando de federalismo y descentralización sin actuar en consecuencia. Es un hecho irrefutable que al seguir amontonándonos en esta capital estamos cometiendo un suicidio colectivo. Alguien tiene que irse de aquí y ésa por supuesto no soy yo; así que váyanle pensando.
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