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¿Quién se queda con la lana?

Adela Celorio

La Operación Rescate de predios invadidos -que es el boom del momento acá en la capital- ha cobrado ya sus primeras víctimas, la más vistosa de ellas son los cuatro mil metros que durante su gestión, Carlos Salinas anexó a Los Pinos y que según parece pronto serán reintegrados a ese espacio, patrimonio de todos los mexicanos que insistimos en llamar Bosque de Chapultepec, pero que invadido como se encuentra por vendedores ambulantes, puestos de comida y tiraderos de basura, en honor a la verdad tendríamos que llamar tianguis de Chapultepec.

Sería deseable que la decisión de rescatar predios invadidos fuera seria y sostenida y no sólo una fiebre tropical de ésas que atacan con mucha fuerza pero pasan rápidamente sin dejar secuelas, como sucedió con la operación cierre de antros y con la campaña fulminante de exterminio contra los anuncios espectaculares.

Vamos con todo, ofreció López Obrador. Sí, sí, vamos con todo respaldó la delegada Padierna y después de algunas razias sorpresivas y violentas, cierres arbitrarios de antros, amenazas y aparatosos desmontajes de los anuncios espectaculares, todo ha vuelto a quedar igual. Mucha prensa, mucha tele -pura boruca como diría mi abuela- para resolverse supongo, con una buena lana como dicta una vieja costumbre Delegacional.

-Está usted infringiendo la ley al obstruir la vía pública- me informaron unos patrulleros a los cinco minutos de que pusimos, momentáneamente un costal de cascajo, residuos del arreglo de una fuga de agua, en la acera de la casa. -Ni te preocupes- dijo el Querubín, quien se precia de conocer las reglas de supervivencia de esta capital. Les dio a los patrulleros una lanita y automáticamente volví a ser una ciudadana respetable. ¿No les digo?

Volviendo a la Operación Rescate de predios, especialmente de reservas ecológicas, lechos de ríos y barrancas, es sin ninguna duda una gran medida, aunque tampoco estaría mal que pensaran en rescatar también banquetas y calles para devolverles su uso original que es el tránsito de peatones y autos y no propiedad exclusiva de concesionarios de transporte público, como es el caso de las hordas de minibuseros que para azote de los vecinos caen sobre cualquier calle y la toman como su territorio particular.

Cierto es que bien poco se puede esperar de quienes a falta de servicios adecuados, comen y defecan en el mismo sitio; lo interesante sería saber quién se beneficia al concesionar las calles de esta capital. ¿Quién con el dinero que le deben exprimir a la señora que primero puso un comal en el garaje de su casa para vender gorditas de frijol y ante el éxito obtenido decidió instalarse como Dios manda sobre la banqueta: estufa de acero inoxidable, su buen tanque de gas y mesas y sillas para la clientela. El negocio creció y ahora es un emporio que invade varios metros de acera con almacenamiento y venta de flores todo el año, rehiletes y banderas en septiembre, velas y jaloguines en noviembre, árboles de navidad y chucherías en diciembre.

¿Y los peatones? Pues a torear autos a media calle ¡faltaba más! Y ya metida en esos menesteres de denunciar lo obvio ¿quién extorsiona a los dueños de los talleres de hojalatería y pintura que proliferan sobre el arroyo vehicular? Es evidente que alguien está cobrando por hacerse tonto. Sería interesante saber a qué bolsillo van a parar esos impuestos perversos que al final se revierten contra los ciudadanos en forma de desorden y caos urbano. ace@mx.inter.net.

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