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?Reflexiones sobre el Informe

SALVADOR KALIFA

Pocas veces se ve un acomodo de fechas y cifras económicas tan peculiar como el que hizo el Presidente Vicente Fox en su segundo informe de gobierno. Fox no mintió, pero al jugar con los números tampoco hizo una exposición objetiva sobre la situación económica del país y los logros de su gestión.

En ocasiones comparó datos desde inicios del sexenio, mientras que en otras lo hizo para una parte de este año; unas veces sus números fueron en dólares cuando lo correcto era presentarlos en pesos; otras veces habló de saldos cuando lo relevante eran los flujos.

Resaltó la coyuntura, sobre la que tiene muy poca influencia; pero no se comprometió con decisión a los aspectos estructurales, que son su tarea económica primordial.

Mi visión sobre estos dos años de gobierno es algo distinta a la del Presidente. Su récord económico es, en general, pobre. En este lapso no hubo crecimiento, el ingreso por persona cayó, la desocupación aumentó, y se paralizaron las reformas estructurales. Lo positivo ha sido la estabilidad financiera, con una inflación en descenso, tasas de interés bajas y tranquilidad en el mercado cambiario. Pero esto no se debe tanto a su gestión, como a que mantuvo la disciplina macroeconómica que heredó de la administración de Ernesto Zedillo. Debemos reconocer, sin embargo, que el triste desempeño económico de corto plazo no fue culpa de Fox, sino de que la economía global, en particular la estadounidense, cayera en recesión precisamente en su primer año de gobierno. No es su culpa la debilidad en la recuperación de la economía de Estados Unidos y la posibilidad que registre una recaída, como tampoco es que en dichas condiciones la desocupación en México haya crecido y millones de personas no puedan encontrar empleo, ya que la política macroeconómica mexicana no tiene el margen de maniobra suficiente para aplicar medidas expansivas que contrarresten la debilidad externa. Pero hasta aquí llegan las excusas. Nuestra economía se recuperará cuando lo haga la estadounidense, pero su desempeño de mediano y largo plazo continuará siendo mediocre porque la administración de Fox y el Congreso siguen sin avanzar en las reformas estructurales, tarea que es de exclusiva competencia interna. En estos dos años su gobierno ha sido incapaz de defender con convicción y decisión los cambios estructurales. Se ha caracterizado, en su lugar, por la improvisación y la inexperiencia. Ha preferido sacrificar las reformas en el altar de los consensos, para no perder popularidad por enfrentamientos con los legisladores de oposición. La primera víctima fue la ?reforma? fiscal, seguida muy de cerca por la iniciativa de reforma eléctrica, que para hacerla políticamente realista acota bastante el campo de acción de los particulares y no contempla que los consumidores residenciales podamos algún día elegir libremente a nuestro proveedor de electricidad. Las reformas estructurales son como las recetas de cocina. El guiso sale bien sólo si tiene todos los ingredientes en las dosis adecuadas. Las reformas económicas a medias nunca cuajan en los países latinos, y México no es una excepción, porque en aras del ?realismo político? se dejan fuera algunos de sus ingredientes principales.

México necesita una cirugía mayor en el terreno estructural si quiere salir en definitiva del derrotero económico mediocre que lo ha caracterizado por tanto tiempo. Eso no lo lograremos si el gobierno de Fox se preocupa más por su popularidad y se empecina en desenterrar el pasado que, por más odioso que sea, no debe anteponerse a la tarea primordial de edificar un futuro más prometedor para todos los mexicanos. No parece que el gobierno y los partidos políticos en México hayan aprendido las lecciones de los Pactos de la Moncloa en España, ni de los acuerdos de los gobiernos de centro izquierda chilenos con los militares de su país, para en vez de desgastarse en recriminaciones históricas, dedicarse a forjar un destino más prometedor para sus habitantes. Nuestros problemas estructurales, sin embargo, van más allá del campo estrictamente económico. Por un lado, la lucha del gobierno de Fox contra la corrupción deja mucho que desear, como lo reflejó la encuesta más reciente de Transparencia Internacional, porque concentra su atención en ?peces gordos?, que no encuentra, en vez de impulsar los cambios institucionales y legislativos que reduzcan las oportunidades de corrupción actuales y futuras. Por otro lado, los sucesos en Atenco fueron de los más lamentables en este segundo año de gobierno del presidente Fox y pusieron en evidencia, una vez más, las severas deficiencias institucionales de nuestro país.

Deficiencias que no reconoció en su discurso, pero que han sido identificadas en muchas partes como obstáculos serios al buen desempeño económico de una nación. Me refiero, en particular, a la falta de respeto a los derechos de propiedad, la violación impune de la ley y el orden, así como la capitulación de las autoridades ante los actos delictivos. La tarea del Presidente Fox la avizoro más difícil en los próximos años.

La luna de miel terminó y después de la contienda electoral del 2003 las decisiones de los partidos políticos tendrán la mira puesta en sus efectos sobre las elecciones del 2006. Ese no es un escenario propicio para el cambio. Aún así, considero que el Presidente debe dejar a un lado su obsesión por la popularidad y convertirse en un paladín del cambio estructural. Necesita entender que las reformas a medias son contraproducentes, porque no sólo dan resultados muy pobres, sino más grave aún, desacreditan a las reformas de verdad y complican su instrumentación en el futuro.

E-mail: salvadorkalifa@prodigy.net.mx

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