Con motivo de la Navidad, el Papa Juan Pablo II ha hecho un enésimo llamado a la recuperación del espíritu original de la celebración y previene contra el desvío del consumo comercial excesivo y desordenado, que ha llegado a ser preponderante en el ánimo de la humanidad.
Ni el peligro ni la prevención hecha sobre el fenómeno consumista son nuevos. La tradición religiosa y la devoción profunda, corren a la par de la explotación mercantil de la fiesta como corresponde a la índole dual de espíritu y materia, que caracteriza a la naturaleza humana.
Por ello vale la pena reflexionar sobre el regalo que resulte pertinente para el aquí y ahora de la humanidad, que como tal no es suficiente pedirlo sino generarlo, pues con independencia del cuidado amoroso que tiene Dios por sus criaturas, la sociedad humana es la responsable de su propio destino y la paz sólo es posible entre los hombres de buena voluntad.
Son dos los problemas fundamentales que van de la mano: La guerra y la pobreza, que entrañan un doble anhelo de paz y de justicia. En el primer caso, llama la atención que en Belén, cuna del Verbo Encarnado, la ciudad enfrenta una invasión militar que salvo momentos excepcionales, ha estado presente a lo largo de todo el año. En ese ambiente de tensión y discordia, se celebra la Navidad en aquella parte del mundo.
Lo anterior no puede sernos indiferente, porque la invasión de Belén y el conflicto árabe israelí que de tiempo atrás sacude aquella zona del planeta, en la actualidad forman parte integral de una controversia mayor de alcance mundial, que el once de septiembre de dos mil uno llegó a su punto crítico en la ciudad de Nueva York.
La lucha contra el terrorismo tiene otra de sus principales vertientes de tensión en el caso de Iraq, país sometido a un proceso de inspección por parte de la Organización de las Naciones Unidas, con motivo de la búsqueda de armas de destrucción masiva que según acusaciones del gobierno de Estados Unidos, han sido desarrolladas por el régimen de Saddam Hussein.
El tortuoso camino seguido en el seno de la ONU en el caso de la resolución al respecto y la amenaza constante de Norteamérica en el sentido de desbordar la gestión del organismo internacional aludido, han sido en el caso, el signo de los tiempos.
Además de la guerra, otro flagelo de la humanidad actual, la pobreza, se erige como el principal motor de la violencia en diversas partes del mundo, lo que genera un círculo vicioso que es menester acabar, al conjuro de la voluntad política de los líderes de las naciones. No es posible la verdadera fraternidad entre los hombres, al margen del impulso de solidaridad que se requiere para eliminar los enormes abismos de las diferencias económicas, que se traducen en diferencias sociales.
Ambos problemas el de la guerra y la pobreza, son alentados por la misma omisión que implica la falta de un nuevo orden mundial, que venga a sustituir al precario equilibrio que existía en los años de la guerra fría, superado a raíz de la caída del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro.
Los principales obstáculos para lograr la erección de ese nuevo orden que el mundo requiere, se hallan en la ambición desmedida de poder que anida en el corazón de los hombres. A ese respecto, mucho puede hacer el espíritu de la Navidad y en consecuencia, la reflexión es el primer paso para transitar en el sentido indicado.
Por ello el Papa insiste en volver los ojos al sentido original de la fiesta como conmemorativa del advenimiento de Cristo y en contrarrestar los efectos del consumo de bienes materiales que se ha convertido en el dios que la humanidad adora en el presente. Sin este ambiente y sin esta disposición previa a la reflexión, jamás iniciaremos el camino.
En nuestra capacidad por rescatar el espíritu de la Navidad, está la posibilidad de darnos el regalo de paz y de justicia, al que como humanidad aspiramos.