Arrepentimiento o no arrepentimiento el hecho concreto es que en dos años la economía mexicana sólo habrá crecido poco más de un punto porcentual y habremos perdido alrededor de 500 mil empleos. En los extremos, en el manoseo político, se imputa total responsabilidad a Vicente Fox y al nuevo régimen. ¡Qué fácil! Desde el oficialismo todo se debe al desplome económico de las grandes potencias, en particular Estados Unidos. Nada hay entonces qué reclamar. ¡Qué fácil! El asunto podría ser más complejo y profundo.
Hay que encararlo. Incluso si se cumplieran las metas de crecimiento programado en el 2003 del 3%, el acumulado en tres años sería sólo del 1.4%, esa es la dolorosa realidad. La economía mexicana no muestra pujanza en su recuperación. Algo anda mal. El 11 de septiembre tuvo un efecto perverso: relajó el análisis, cubrió todo con un velo de explicación. Los brutales impactos del hecho en muy diversos frentes concedieron una cómoda licencia: todo se explicaba por ese suceso.
El rigor pasó a un segundo plano. Había que esperar a que los gigantes retomaran la marcha. Nos olvidamos de que nuestras exportaciones ya no venían creciendo a los ritmos previos; dejamos de lado los efectos de la paridad sobre el motor exportador; para que recordar que nuestra productividad venía en caída y que cada día cuesta más trabajo conseguir los montos que necesitamos de inversión extranjera directa. La demanda empresarial de seguridad fue olvidada.
En una situación excepcional esos asuntos se convirtieron en pendientes de largo plazo. Pero en unos cuantos días Vicente Fox cumplirá dos años en el poder y su propuesta de arranque no cuadra. Así ocurre a todos. El presidente está ante la necesidad de revisar sus proyectos centrales con mayor realismo, reformularlos y, quizá, reinventar su gestión. El escenario mundial es otro, también el interno. En el horizonte del primero no se avizora la fortuna de un crecimiento alto ni en la gran potencia del norte ni en Europa. Además la pausada apertura económica de Estados Unidos hacia nuevos socios comerciales, lenta pero sistemáticamente, disminuye la condición de privilegio de México en los primeros años del TLC. Por eso los inversionistas, por ejemplo en Inglaterra, demandaron hace unos días, más reformas estructurales pero sobre todo mejores condiciones internas.
Para ellos la agenda es ya otra: más seguridad, mejor infraestructura, más eficiencia de las instituciones de seguridad social, modernidad en las relaciones laborales, apertura en los mercados de energéticos. El presidente y su equipo deben mirar hacia adentro para encontrar el nuevo impulso que necesita el país. Éste ya no vendrá de afuera. Una primera etapa del TLC empieza a quedar atrás. Hacia enfrente el esfuerzo tendrá que ser mayor pues la divisa central es la productividad.
Las pequeñas y medianas empresas tendrán que ser competitivas. La versión “changarro” no pareciera demasiado clara. Las opciones pueden sonar a fórmulas tecnocráticas, tan condenadas por el régimen, pero no hay otras. El país necesita revisar severamente su estructura impositiva. Entre la economía informal (alrededor del 50%), la evasión y el populismo, la recaudación es quizá la mitad de lo que debiera ser.
El reclamo panista de equilibrar el déficit real, que podría andar en más de 3% si incluimos PIDEREGAS y pensiones, sólo se escuchó el primer año de gobierno. Después, mágicamente, desapareció el problema. La debilidad fiscal sigue allí. Como muestra el botón del predial dado a conocer por la OCDE: el promedio de los países miembros es 2% del PIB, en México 0.3%, casi diez veces menos. Queremos más infraestructura, mejores servicios públicos, pues a pagar se ha dicho. PRI, PAN o PRD, da lo mismo si no afrontan con seriedad las medidas de largo plazo. Ahorro interno es una expresión que cayó en el olvido oficial. ¿Por qué? No será una mera reacción ante una de las obsesiones de Ernesto Zedillo. Sería absurdo. Con las AFORES subió 5 ó 6 puntos, pero podría ser el doble. Para ejemplos están países como Chile que con un alto ahorro interno ha logrado una fórmula de estabilidad y crecimiento envidiables.
Estos temas no son atractivos, por el contrario, provocan un rechazo popular que atraviesa por la incomprensión. Al interior de los principales partidos políticos hay profesionistas sensatos que saben que tarde o temprano, deberemos afrontar esos expedientes. El problema radica en que ningún partido quiere pagar los costos de manera individual. De allí lo interesante de la propuesta formulada por la UNAM de una Convención Nacional Fiscal como un ámbito en el que pudieran lograrse esos acuerdos de largo plazo que sostienen a un país.
El costo sería asumido por todos para evitar los usos electorales. Allí hay una propuesta concreta. La agenda política también sufre alteraciones. Quizá el foco rojo más preocupante sea la caída en alrededor de 20 puntos porcentuales en el reconocimiento y confianza ciudadanas hacia el IFE. Alejandro Moreno ha bosquejado (Enfoque, 10 de nov.) posibles explicaciones: a) caída general de la percepción institucional, mal mayor; b) menor visibilidad; c) acciones y declaraciones relacionadas con los escándalos en el financiamiento de campañas; d) descrédito de los partidos (viejos y nuevos, grandes y chicos) y condena al financiamiento. Lo que sea es grave. Hay pocas instituciones sólidas frente a la opinión pública, no pueden caer. Vicente Fox goza todavía de un alto reconocimiento ciudadano y de crédito en el exterior. Pero sus bonos democráticos ya no son suficientes.
Según el Latinobarómetro versión 2002 en la región 52% de la población considera al desarrollo como prioritario frente a la democracia con 25%. Medir la emoción democrática nos permite intuir el grado de tolerancia frente al desempleo, la poca expansión de la capacidad adquisitiva de los salarios, etc. Puede ser condenable desde la perspectiva ética, pero los bonos democráticos se desgastan con gran rapidez. Fox no es la excepción, ni al interior ni frente a los empresarios extranjeros. Con un escenario económico internacional adverso que probablemente llegue hasta su cuarto año de gobierno, la mejor alternativa del presidente es consolidar dos o tres reformas de fondo que permitan mayor crecimiento desde el interior. También es la mejor alternativa para todos los mexicanos que, una vez más, ven como la esperanza de crecimiento y empleo deviene en vana ilusión. Los lances de campaña hoy se miran ridículos, igual pasa con las ingenuidades iniciales. A todos les ocurre. La salida es clara, cambiar. Renovarse o morir.
Al régimen del cambio le llegó su hora del cambio.