“Nadie ama su patria por ser grande, sino por ser la suya”.
Séneca.
El derrocamiento de una tiranía dio principio a la emancipación de otra más larga, el doble de la del héroe de la batalla del dos de abril. Desde 1929 hasta el año 2000 se horneó en México una casta de antihéroes y caudillos, salvadores del proletariado, del campesino y del obrero y nace a sus sombras, siglas que aún permanecen como mudos testigos de la ineficiencia y el éxito del subdesarrollo. La revolución aparte de diseminar a la nación con aproximadamente un millón de personas muertas, la mayoría civiles asesinados por gavilleros y pandillas, también hubo otro millón de connacionales que despavoridos huyeron a los Estados Unidos de Norteamérica ante la incontrolable ola de hordas que deambulaban en el territorio.
Emulando a Iturbide en la consumación de la Independencia (¿cuál?) y al archiduque Maximiliano, los emanados de la revuelta tomaron las riendas del país, terminaron con la violencia y nace la verdadera y perfecta dictadura (PRI, 1929-2000), desparece la tienda de raya y nacen las secretarías o tentáculos que siguen amartillando y serruchando la mesa del campesino, los latifundios simulados siguen igual que en el Porfiriato, al obrero se le oprime y reprime peor que en Cananea, Sonora o Tierra Blanca, Veracruz.
En los repartos agrarios Zapata cabalga de nuevo, con un ejido ineficiente y su escuálida producción, donde ni el arado, mucho menos el fusil, están presentes. Pancho Villa vive en los corridos y su estampa aún asusta a ricos y hacendados extranjeros, a Madero y a Carranza, se les sigue apuñalando y acribillando cuando de democracia se trata y el poder Legislativo es sólo una caricatura o mal remedo del probo y preclaro chiapaneco Belisario Domínguez en lo que a legislar por la patria se refiere.
Sin embargo, el resultado de nuestra Revolución (1979), vista fríamente, tal vez fue un triunfo de “papel” cuyo resultado y trofeo es llamado CONSTITUCIÓN, una clara y solemne carta elaborada por ínclitos hombres que, sin imaginarlo, sólo daban armas de palabra y letra escrita para que muchos vivales se sirvieran de ella. ¿Quién puede decir que la Revolución Mexicana nos dio o brindó bienestar social? O que lo digan los más de 40 millones de estómagos vacíos y otros 25 millones de individuos que sobreviven día a día ante los avatares e imposición de la intolerancia gubernamental. País el nuestro, donde los gobernantes y simples funcionarios están divorciados de los ciudadanos comunes, lugar éste en que los partidos políticos están por encima de los problemas del pueblo y donde importan más los intereses económicos que los sociales y como colofón resplandece la ineficacia de los que llevan las riendas y ante la ineptitud todo lavan con pretextos y lo politizan en aras de una REVOLUCIÓN que, la verdad sea dicha, en tiempo de la bola, ni para darles de beber agua a los caballos hubiesen servido.
En fin, a casi un siglo de distancia de la Revolución los campesinos están igual o peor, el obrero sobrevive con aumentos de salario decretado, la casta divina en auge con su pleito por el poder y lo único que brilla es algo que a la par de la palabra Revolución, se apoderó del Estado: la BUROCRACIA.
Y como a los mexicanos nos encanta el mitote, cada aniversario el pueblo paga por la compra de uniformes deportivos porque a alguien (sepa la bola a quién), se le ocurrió que ese día se festejara con piruetas, carros alegóricos y tablas gimnásticas. “Al pueblo pan y circo”, aunque el circo es gratis, el pan aún está ausente en muchas mesas. Para no variar se decreta puente en algunas dependencias... Al igual que en las películas, la Revolución sigue siendo puro folclor...