“Las revoluciones se celebran cuando ya no son peligrosas”.
Pierre Boulez.
A 92 años de distancia los mexicanos seguimos festejando el inicio de la Revolución Mexicana. El cambio de régimen -con la derrota en una elección presidencial de un partido que paradójicamente se presenta hasta la fecha como “revolucionario” pero también como “institucional”- no ha cambiado la celebración. Quizá sea demasiado difícil para el nuevo gobierno romper con décadas de adoctrinamiento y mito popular. Pero la verdad es que los mexicanos haríamos bien en ver la Revolución Mexicana con un espíritu mucho más crítico.
Como todas las guerras, la Revolución fue una fiesta de violencia en la que el mayor precio lo pagaron los más inocentes. La población mexicana se vio diezmada entre 1910 y 1920. Alrededor de un millón de personas murieron en un país que tenía una población de unos 10 millones de habitantes.
Es verdad que esta cifra debe considerarse con cuidado. Las batallas de la Revolución Mexicana fueron relativamente pequeñas, con saldos de cientos o, si acaso, unos cuantos miles de muertos. Pero centenas de miles de mexicanos murieron de hambre y enfermedades provocadas, cuando menos en buena medida, por la guerra y la interrupción de los procesos de producción y distribución.
Significativamente, el primer capítulo de la Revolución fue relativamente incruento. Una sola batalla, la toma de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911 por Pascual Orozco y Francisco Villa, convenció a Porfirio Díaz de que era mejor retirarse de la Presidencia de la República sin llevar al país a una lucha prolongada. El 25 de mayo renunció y las puertas de la ciudad de México se abrieron para Francisco I. Madero y las tropas revolucionarias.
La contienda realmente dramática, la que nos narran las sagas literarias y cinematográficas, se desató después: a partir del derrocamiento y asesinato de Madero por Victoriano Huerta en febrero de 1913. Los líderes revolucionarios, algunos de los cuáles, como Emiliano Zapata habían contribuido abiertamente a debilitar a Madero, se levantaron contra el usurpador. La derrota de Huerta en 1914, sin embargo, no calmó las turbulentas aguas del país. Ante la falta de un enemigo en común, los dirigentes revolucionarios se dedicaron a combatirse unos a otros en desnuda y ambiciosa lucha por el poder.
En 1916 Venustiano Carranza logró prevalecer sobre sus rivales. A fines de 1916 y principios de 1917 convocó a un congreso constituyente. La Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917, sin embargo, no impidió que siguieran registrándose levantamientos y cambios violentos de poder. Carranza fue derrocado por Álvaro Obregón y asesinado en 1920. El propio Obregón sería asesinado en 1928 tras ser reelecto presidente de la República.
El costo para México de la Revolución fue enorme. Las vidas perdidas, por supuesto, nunca se rescataron. La economía tardó muchos años en regresar a los niveles de actividad que había gozado en 1910. Pero, además, los regímenes revolucionarios asumieron políticas autoritarias: la represión violenta y el asesinato fueron una manera corriente de lidiar con disidentes. Y la inversión privada fue prohibida o limitada en muchos campos. Los gobiernos de la Revolución siempre trataron de justificar su comportamiento diciendo que éste buscaba el bien del país, la lucha contra la pobreza y una mejor distribución de la riqueza. Sin embargo, mientras otras naciones del mundo lograron salir de la pobreza y prosperar, México se mantuvo siempre rezagado.
Actualmente más de la mitad de los mexicanos viven sumidos en la pobreza y una cuarta parte en la indigencia. La distribución de la riqueza en nuestro país es una de las más desiguales del mundo. Los únicos que han prosperado son aquéllos a los que la Revolución les hizo justicia: políticos y líderes sindicales que tienen en México riquezas muy importantes. La Revolución Mexicana fue un fracaso total. Pero cada 20 de noviembre, por una perversa miopía histórica, nuestros gobiernos insisten en celebrarla. Al parecer los políticos de todos los partidos necesitan mitos que les permitan mantener los privilegios a los que están acostumbrados. Pero los ciudadanos mexicanos, conscientes de la pobreza en que vive nuestro país a 92 años del inicio de la Revolución, haríamos bien en echarles en la cara toda la demagogia revolucionaria.
Crímenes
La sociedad mexicana está conmocionada por el terrible crimen en contra de la familia Narezo Loyola en Tlalpan, Distrito Federal, en el que las mujeres (incluso una niña de 10 años) fueron violadas y todos los integrantes asesinados. Lo curioso es que éste era un entretenimiento favorito de Pancho Villa y sus tropas, hoy considerados héroes revolucionarios.