En 1949, cuando entramos al Ateneo Fuente a cursar la preparatoria, estábamos conscientes de la responsabilidad de ser alumnos de esa prestigiada institución. Asistiríamos, entre otras, a las cátedras de tres respetables maestros, iconos de la educación superior de Coahuila: don Rubén Moreira Cobos, don Severiano García y don Ildefonso Villarello Velez.
El profesor Moreira era de estatura regular, caminar erecto y atuendo formal de tres piezas. Lucía camisas impecables y largas corbatas de nudo delgado, muy en uso en aquellos años y usaba un sombrero de ciudad, del cuál se despojaba invariablemente para saludar a las maestras y estudiantes del bello sexo. En invierno se cubría con un grueso abrigo. Solía llegar a clases día tras día en el autobús Obregón-Ateneo, que utilizábamos la mayoría de los estudiantes. Siempre puntual, nunca accedía a que algún alumno le cargara el voluminoso portafolios donde guardaba sus libros y la documentación de sus cursos. Iba directo a la Prefectura para firmar el libro de asistencia y luego se desplazaba por los corredores en optimista y ufano recorrido rumbo al salón de clase.
Quienes fuimos sus alumnos lo recordamos con simpatía y gratitud. Su nombre, carácter y anécdotas, reales o inventadas se escuchan durante los encuentros anuales de las generaciones ateneístas o formalistas. O en algunos libros de recuerdos estudiantiles escritos por ex alumnos nostálgicos: desde el colonialista Artemio de Valle Arizpe hasta los sigloveinteros Miguel Alessio Robles, Aarón Sáenz, Florencio Barrera Fuentes y Agustín Isunza Aguirre. Hay quienes dicen haber protagonizado un episodio en las clases de don Rubén, que en realidad acaeció muchos años antes, o nunca sucedió. Igual sucede en la Escuela Normal de Coahuila con quienes fueron sus discípulos. Por la magia caprichosa de la tradición oral y el entrañable cariño, el maestro Moreira se ha convertido en personaje inmanente de las dos instituciones.
El profesor Rubén Moreira nació en Zacatecas el 10 de enero de 1875, hijo de don Concepción Moreira y doña Daría Cobos quienes, por alguna razón de trabajo, vinieron a vivir a Monclova. Después de su instrucción básica llegó a Saltillo gracias a una beca del Gobierno de Coahuila para cursar en el Ateneo Fuente los tres primeros años de bachillerato la secundaria y al concluirlos se inscribió en la recién fundada Escuela Normal del estado. Obtuvo el título de profesor de educación primaria de primera generación y fue seleccionado en 1896 para integrar el reducido grupo de profesores que viajó a Bridgewater, Massachussets, a tomar cursos de especialización en la enseñanza. Dos años después retornó a Saltillo para servir cátedras en la Escuela Normal y en el Ateneo Fuente, lo cuál hizo hasta unos meses antes del 2 de noviembre de 1954, día de su fallecimiento.
Relata la maestra Lucía Teissier de Galindo, en un texto publicado en el Álbum Conmemorativo del Centenario de la Benemérita Escuela Normal de Coahuila, el siguiente episodio: “En clase de Etimologías Raíces Griegas y Latinas, se llamaba entonces para cuando el maestro llegaba, las palabras que habían de estudiarse ese día debían estar escritas en el pizarrón. Siempre había alguien que lo hacía. “A ver Menganita, qué tenemos para hoy” dijo el maestro luego de pasar lista de presentes. Menganita fue al pizarrón y dijo: “Tenemos Cauda, maestro” (Cauda, era la voz latina que encabezaba la lista). “Tendrás tú, que yo no” replicó (el maestro). Claro, las carcajadas retumbaron en todo el piso, mientras la chica enrojecía”, Rubén Moreira le había dicho que tenía cola”.
Como casi todos los profesores de antaño, don Rubén Moreira poseía, en paralelo a su educación formal, una cultura general muy sólida. Lo seductor de sus cátedras, igual que las de sus colegas los profesores García y Villarello, era el conocimiento de nuestro país, su dinámica histórica, la herencia literaria de los escritores clásicos y sus diáfanas explicaciones sobre los problemas nacionales. Estos profesores agotaban la reflexión de los temas hasta llegar a las conclusiones, citando como referentes a los más notables filósofos, historiadores y pensadores sociales de aquel México que tomaba estatura de nación moderna. Humanistas y sicólogos natos, captaban la personalidad de sus nuevos alumnos con sólo verlos; luego solían corregir indisciplinas y distracciones con mesurado rigor, sin abrir abismos ni poner distancia entre ellos y sus pupilos. Las bromas y la ironía eran sus instrumentos para ello.
Como sus colegas, Moreira pudo haber enseñado todas las materias de la carga académica. Con él estudiamos Lógica y Lengua Española, pero cuando se hizo necesario impartió Matemáticas y hasta Química. Colateralmente ocuparía algunos cargas administrativos: Subdirector y Secretario del Ateneo Fuente, director de la Escuela Normal de Coahuila y Director de Educación Pública del estado; atendía algunas cátedras en instituciones particulares y aún se daba tiempo para orientar alumnos que solicitaban ayuda para asimilar conceptos teóricos difíciles. En honor a este gran maestro y en la coincidencia de su fallecimiento 2 de noviembre de 1954con el Día de Difuntos, el Archivo Municipal de Saltillo le dedicó el altar de muertos que cada año erige dentro de su edificio. Un sencillo homenaje para un destacado educador del estado de Coahuila.