Hace unos meses, al inicio de la primavera, la expectativa general era que la recuperación de la economía de Estados Unidos y, por ende, la del resto del mundo, ganaría fuerza en la segunda mitad de 2002 y se consolidaría en 2003. Hoy la visión es diferente.
La gran mayoría de los economistas, incluidos los del Fondo Monetario Internacional, reconocen que la economía global está frente a un escenario menos optimista que el previsto al inicio del año.
Los pronósticos todavía son de crecimiento económico, aunque menor, en 2003. Sin embargo, ahora existe una mayor probabilidad de un descarrilamiento del proceso de recuperación, por la incertidumbre que existe en la economía mundial y porque la economía de Estados Unidos no ha purgado los excesos financieros en los que incurrió durante la década pasada.
Algunos piensan que la corrección de esos excesos requiere de una recesión más severa, o por lo menos de un período prolongado de crecimiento anémico, por debajo de su tendencia de largo plazo, antes de que Estados Unidos regrese a la senda del crecimiento vigoroso y sostenido. La mayoría de los economistas estadounidenses, sin embargo, siguen anticipando que el crecimiento de su economía se consolidará durante los próximos 12 meses.
Ellos, al igual que sus autoridades, no aceptan públicamente que la recesión del año pasado fue diferente a las que ocurrieron después de 1945, y que la ?salida? no será similar a la de esas ocasiones.
En todas las recesiones anteriores, la caída en el ritmo de actividad económica fue generada por un alza de las tasas de interés inducida por la Reserva Federal para abatir la inflación, o por un trastorno externo severo. En esta ocasión el auge sin inflación llevó a la creencia de que había desaparecido el ciclo económico y generó expectativas irreales en cuanto al futuro crecimiento de las utilidades y los precios de las acciones. Esas expectativas dieron lugar a inversiones excesivas, así como a desequilibrios importantes en los niveles de endeudamiento de las empresas y las familias estadounidenses, que disminuyeron su ahorro y elevaron considerablemente su consumo de bienes locales e importados, empeorando el déficit de su cuenta corriente.
La experiencia reciente de Japón en condiciones similares muestra que tarde o temprano se pagan las consecuencias de la ?exuberancia irracional?. El gran temor ahora no es la inflación, sino la aparición de un proceso de deflación en Europa y Estados Unidos similar al que experimenta desde hace tiempo Japón. Esta perspectiva es alarmante, en especial por los niveles tan elevados de endeudamiento en EU.
Si estos desequilibrios se corrigen en forma abrupta, como ha sucedido en innumerables ocasiones en muchos países emergentes, o se posponen como en la economía japonesa, la disminución del gasto de los consumidores y una adecuación grande y potencialmente dolorosa del precio del dólar pueden traducirse en un período de sacrificio económico. Muy pocos, sin embargo, están dispuestos a aceptar que para salir del letargo económico la economía de Estados Unidos necesita expiar sus excesos pagando el precio de otra recesión, y menos aún que ésta tenga que ser algo más severa y prolongada que las ocurridas en otras ocasiones.
La opinión más generalizada es prever, en todo caso, un período de crecimiento económico relativamente bajo, que elimine la capacidad ociosa de la planta productiva y disminuya ordenadamente los elevados niveles de endeudamiento de las empresas y las familias.
La experiencia muestra, sin embargo, que no es fácil corregir desequilibrios de manera suave y ordenada. Por lo general los ajustes son abruptos y dolorosos. Muy pronto las familias tendrán que ahorrar más y gastar menos para enfrentar sus compromisos financieros.
Si para cuando llegue ese momento las empresas no han comenzado a invertir, no se podrá evitar una recaída en la actividad económica. Lamentablemente, según transcurren los días los datos económicos muestran que aumenta la vulnerabilidad de la economía estadounidense y la probabilidad de que caiga otra vez en recesión.
Esto se exacerba, en parte, porque aparecen también nubarrones en el ambiente geopolítico internacional, donde el conflicto entre Israel y los palestinos, así como la creciente posibilidad de una confrontación bélica entre EU e Irak, pueden elevar los precios del petróleo a niveles que desalienten aún más a los mercados financieros y frenen severamente la actividad económica.
En el corto plazo, la tarea de evitar otra recesión y la amenaza de deflación en EU y Europa recae sobre los banqueros centrales. Pero éstos no hacen milagros.
Las naciones desarrolladas necesitan, además, de un plan sensato de estímulo fiscal, que sin comprometer el equilibrio presupuestal durante el ciclo económico, incentive el gasto en el corto plazo.
Los políticos de las naciones desarrolladas, así como los de los países emergentes, también deben mostrar que están listos para realizar las reformas estructurales que necesitan sus economías, aun cuando no sean populares, para facilitar la ?salida? de este letargo económico. El gran peligro para la economía mexicana es que si Estados Unidosno es capaz de resolver los desequilibrios que acumuló durante la década pasada sin caer otra vez en recesión, entonces es muy probable que nuestro desempeño en los próximos años sea bastante anémico, porque poco podemos hacer para compensar los efectos negativos, sobre el ingreso y la creación de empleos en el país, de una recaída de la actividad económica en Estados Unidos.
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