“No puedo obtener ninguna satisfacción”.
Mick Jagger, Keith Richards
La Secretaría de Hacienda emitió este pasado lunes 16 de diciembre un comunicado de prensa en que manifiesta su satisfacción con la aprobación legislativa del programa económico para el año 2003. Lo que buscaba la institución lo ha conseguido: mantener el déficit formal del presupuesto en 0.5 por ciento del producto interno bruto y el real en 3.1 por ciento. Esto significa que se puede mantener la ilusión de lograr un crecimiento del tres por ciento y una inflación del tres por ciento el año que viene.
La verdad es que ya desde este momento se puede prever que el crecimiento podrá rebasar ese tres por ciento; pero no porque nuestro presupuesto vaya a generar una expansión sólida basada en la expansión del mercado interno, sino porque la economía de Estados Unidos está dando ya muestras inequívocas de recuperación, lo que tirará de la economía mexicana (en el tercer trimestre de este año el producto interno de la Unión Americana tuvo ya una expansión anual del cuatro por ciento). En materia de precios, y a pesar del reciente aumento del corto por el Banco de México, la posibilidad de bajar a la mitad la inflación que cerrará este 2002 en casi seis por ciento parece casi nulas.
La gran pregunta es si verdaderamente ese tres por ciento —o el 4.5 por ciento que podríamos lograr en el 2004 y el 2005 según los cálculos más ampliamente aceptados por los economistas— representa la máxima potencialidad de crecimiento para nuestro país. Y la respuesta es que, si no hacemos un cambio estructural profundo en nuestra economía, estaremos condenados a seguir registrando un crecimiento anémico cuyos frutos serán borrados de manera recurrente por crisis económicas.
México tuvo un crecimiento del 1.8 por ciento en el tercer trimestre del actual año. Es una expansión decepcionante, pero que representa cuando menos la salida de la recesión que nos agobió en el 2001 y durante la primera mitad del 2002. Nuestros gobernantes responsabilizan de nuestra situación a la recesión de Estados Unidos. Y hay algún grado de razón en ello. Pero otros países no han tenido problemas para crecer a tasas aceleradas incluso en estos momentos de desaceleración internacional. En el tercer trimestre de este año, por ejemplo, China creció al 8.1 por ciento anual, mientras que Corea del sur lo hizo al 5.8 por ciento. Y no hay ninguna indicación de que cualquiera de estas dos economías, empeñadas en profundos cambios estructurales, vaya a perder dinamismo en los años que vienen.
Nosotros en México estamos dejando ir cada una de las oportunidades que tenemos para construir una economía con mayor potencialidad de crecimiento en el mediano y largo plazo. Fallamos en la construcción de una verdadera reforma fiscal, que haga que quienes no pagan impuestos se incorporen a la economía formal, que simplifique el funcionamiento del sistema, que promueva en lugar de castigar el ahorro y la inversión, que establezca tasas de impuesto competitivas y que permita aumentar sanamente la recaudación. Fallamos en los intentos por abrir nuestra economía a una mayor inversión en campos como la electricidad, la petroquímica, el petróleo y el turismo (recientemente le dijimos “no” a los casinos). Y confundimos la urgente necesidad de mejorar la calidad de nuestras escuelas con el juego perverso de arrojarle más dinero a una burocracia insaciable.
La Secretaría de Hacienda se muestra satisfecha por los “logros” del paquete fiscal del 2003. Pero para mí la nueva legislación es demostración inequívoca de que nuestro sistema político se vuelve cada vez más populista y corporativista, de que cada vez está más inclinado a otorgarle beneficios especiales a unos cuantos y privilegiados grupos de la sociedad —intelectuales, burócratas, trabajadores sindicalizados— y abandona su responsabilidad de promover la prosperidad de todos los mexicanos.
No, yo no puedo estar satisfecho con el paquete que sobre las rodillas aprobaron los diputados y senadores en los últimos días del período ordinario de sesiones. Tampoco lo pueden estar la mayoría de los mexicanos, porque el paquete nos condena a seguir viviendo en la mediocridad económica, mientras otros países del mundo siguen llevándose inversiones y empleos. La satisfacción de Hacienda es o un simple gesto diplomático a un Congreso con el que debe seguir trabajando o un reconocimiento de que la institución ha perdido completamente la noción de que su verdadera razón de ser es promover la prosperidad de los mexicanos.
Actuación ejemplar
No sólo Hacienda, también el presidente Fox se ha referido a “la actuación ejemplar” del Congreso al aprobar un “presupuesto responsable”. La visión de corto plazo se vuelve cada vez más común en nuestro país.