Si no todos, la gran mayoría de quienes nos han gobernado, por el voto popular o por lo que haya sido, se han dado de plazo para demostrar que, desde el primer día lo van haciendo bien, el último de su gestión.
Cuando éste llega, ya ni llorar es bueno. Es más, lo que el pueblo desea es que se vaya el que está en turno, y mientras más lejos, mejor.
Como no fuera porque el siguiente les diera una embajada, casi nadie lo podía hacer: habían sido malos gobernantes, pero, en cierta forma, honestos; todavía no se desorbitaban en eso de enriquecerse, y salían sólo con lo justo para vivir todo lo bien que se quisiera, pero, no más. Carlos Salinas fue el que sí les hizo el gusto y, en cuanto acabó la ceremonia se dio prisa para tomar las de Villadiego.
Quien sabe qué hará nuestro actual presidente al final. Lo cierto es que, desde el principio le ha dado por los viajes. De acuerdo con los que ha hecho, a estas horas deberíamos estar en plena prosperidad y abundancia, como se dice que están en Jauja, pues se supone que todos los que ha hecho llevaban como propósito el de convencer a los empresarios de los países visitados el gran negocio que es invertir en nuestro país. Al parecer ha sido mal vendedor, pues el país si no está peor, tampoco está notoriamente mejor, como él trató de que lo viéramos en su mensaje, que no informe, del domingo anterior. Lo que sí fue, es que precisamente para confirmar su calidad de inveterado viajero aquella misma noche, después de cenar para celebrar lo acaecido aquella tarde, se fue a Sudáfrica para hablar de la pobreza, acaso para imitar a su homólogo de allende El Bravo, que cada vez que hace algo en su país: saludar a visitantes de Oriente Medio, por ejemplo, se va a descansar a Campo David.
Y eso es lo que realmente no se entiende: que teniendo aquí a nuestros pobres, se prefiera ir a hablar de los pobres en general o de otros lados.
Si no ha podido convencer, no digo que a nadie, pero no en cantidad que por el monto de sus inversiones hiciera notar una gran demanda de mano de obra que aminorara verdaderamente las manos caídas de México, ¿a qué insistir en los viajes? Tendrá que buscar otras formas, otras maneras.
Todo era fácil cuando andaba en campaña. El tiempo era rico de soluciones según su forma de manejarlo por cuartos de hora. Nunca creímos que pudiera ser aquel mago que decía ser, pero sí pensamos que, como empresario exitoso sabría manejar, precisamente al tiempo y a los hombres. Y ahora resulta que el tiempo se le va sin que él lo note, porque, como los otros, también piensa que, “al final, venceremos”, y los hombres le fallan, uno tras otro, unos porque nada sabían de lo que están responsabilizados, y otros porque saben demasiado, como Usabiaga.
¿A qué insistir en encontrar afuera el remedio para nuestra enfermedad mayor, que es la falta de empleos? Y más ahora, cuando las máquinas los siguen desocupando a diario, independientemente de la globalización.
Hablando se entiende la gente, dice la publicidad de una de nuestras empresas nacionales más conocida; pues, eso, nuestro Presidente tiene que hablar mucho antes de alcanzar la solución de este nuestro grande problema del desempleo, pero no con gente extraña, con mexicanos que precisamente por serlo, y ser, además, talentosos, entienden el problema mexicano del desempleo con todas sus peculiaridades y vean sus posibles soluciones.
Viaje, pero, internándose en el corazón y en el sentimiento de sus compatriotas desafortunados hasta sentirse uno de ellos, para juntos poder encontrar la solución buscada a su situación.