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Silencio... Ponce oficia.

Rafael Cortés Montalvo

Al terminar el paseíllo se brindó un minuto de aplausos a la memoria de Don Trinidad Sánchez “Tino”, que por muchos años ocupara este espacio periodístico. Descanse en paz.

La tarde del pasado miércoles en la Plaza de Toros Torreón, será de esas que se quedan grabadas en la memoria del aficionado ya que la majestuosidad del toreo de Enrique Ponce, tocó los dinteles de la gloria.

Los toros

Tres de Santa Fe del Campo bien presentados con la edad y el peso reglamentarios, sobresaliendo el lidiado en segundo lugar por su bravura y calidad en la embestida.

Tres de Santa Bárbara, muy chicos aunque bravos en términos generales.

Los toreros

Enrique Ponce (Verde Botella y Oro)

Abrió el festejo Legionario, un toro cárdeno claro de Santa Fe del Campo, marcado con el número 169, recibido por el valenciano con cuatro cadenciosas verónicas y remata con una media de cartel, él mismo lo lleva al caballo y lo deja puesto con un recorte torerísimo que le fue fuertemente aplaudido.

Su faena de muleta fue una cátedra de bien torear, iniciando con doblones muy largos que arrancaron los oles del tendido, una vez en los medios el aroma de toreo bueno perfumó la plaza entera, ya que sus tandas por ambos lados fueron simplemente soberbias, se va tras la espada y deja media en lo alto que no logró los efectos deseados, lo que obligó al diestro a echar mano del descabello terminando con la vida de Legionario al cuarto golpe. Al tercio.

Con el cuarto de la tarde, Padrino de nombre y herrado con el número 79, procedente de Santa Barbara, se destapó el frasco de las esencias al ejecutar cinco verónicas y dos medias sensacionales, brinda al público lagunero e inicia la liturgia taurina de Enrique Ponce acariciando en cada aterciopelado muletazo al toro con una magistral cadencia que provocó que el público de Torreón se le entregara al de Chiva, Valencia, con gritos de ¡torero, torero!, en los medios y en la cumbre de su recital tauromaco nos regala una dosantina y tres circurretes que levantaron al cotarro de sus asientos para desbordarse en una estruendosa ovación desde los tendidos, pide que la charanga deje de tocar, no se puede mezclar lo sublime con lo terreno y los aficionados guardan un silencio clerical absortos e impresionados de tanta clase en el ruedo, se tira por derecho a matar pinchando en todo lo alto, perdiendo las orejas y el rabo que ya tenía ganados, al tercer golpe de descabello concluyó su magistral actuación, vuelta al ruedo.

Alfredo Ríos “El Conde” ( Azul Rey y Oro)

Saltó a la arena Cantarero de Santa Fe del Campo, un toro acucharado de cuerna y marcado a fuego con el número 174, que es saludado por Alfredo con verónicas que remata con revolera. El negro zaino acude pronto y alegre a los caballos mostrando su bravura peleando con los caballos, El Conde toma las banderillas cubriendo un buen segundo tercio sobresaliendo el tercer par haciendo gala de facultades.

Con la pañosa se le vio sin plan pegando muletazos aislados sin concretar las tandas desaprovechando las cualidades de Cantarero, que mostró nobleza y calidad en la embestida pero el toreo encimado del tapatío hicieron que el toro se sintiera ahogado, termina su intervención con rodillazos de relumbrón que alborotan la galería, pinchazo y estocada para escuchar palmas.

El lugar de honor correspondió a Nogalero número 88 de Santa Bárbara, que Alfredo Ríos en su afán de triunfo ejecutó unas verónicas rapidillas que pasaron de noche, ya que el público todavía no asimilaba la faena del toro anterior.

Toma la garrocha El Conde y es alcanzado por el toro en el primer intento, en el segundo es severamente golpeado en la rodilla, lo que obligó al diestro a abreviar su actuación. Silencio.

Alejandro Amaya (Azul Celeste y Oro)

Hizo su presentación en esta plaza con el toro Golondrino de Santa Bárbara, número 50, con el cual se le vio un tanto acartonado con el percal como con la franela para colmo se puso pesado con la espada. Silencio.

Cerró el festejo Lagunero, de Santa Fe del Campo, con el número 167 en los costillares, el de Tijuana lo recibe con verónicas de buena factura pero en el remate pierde el engaño desluciendo la suerte, toma los trastos toricidas e inicia su faena con doblones muy largos para llevar al toro a los medios, en este terreno le presenta la muleta por el lado derecho escuchando los primeros oles de los laguneros para su causa, se acomoda con el toro para en el mismo terreno torear por el lado izquierdo mostrando que tiene cualidades para caminar en esta difícil profesión, contacta con el público que le corea los naturales y los derechazos que resultan largos y templados, termina su actuación toreando por manoletinas ceñidas, estocada hasta las cintas y como el toro no doblara, culmina su faena al primer golpe de descabello para que el público pidiera el premio de una merecida oreja que es concedida por el juez con la cual da la vuelta al ruedo.

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