Los mexicanos tenemos fuertes lazos de identidad nacional, tenemos un profundo apego a nuestra comunidad y compartimos un fuerte respeto por nuestra historia. México es un país con una rica diversidad cultural y cuya población, sin importar banderas e ideologías políticas, sabe mostrar en los momentos idóneos su nacionalismo y solidaridad. Sin embargo hay un concepto sobre el que no nos hemos podido poner de acuerdo y es el de ?soberanía?. La soberanía, al menos como yo la entiendo, debe referirse a la capacidad de un país de hacer sus leyes y normas jurídicas a su medida y que le permita, al mismo tiempo, alcanzar un desarrollo sostenido. La soberanía garantiza a cada individuo de la sociedad protección efectiva en sus bienes y en su persona. La soberanía respalda el acceso a la cultura de todos los habitantes del país, en el entendido de que quienes quieran permanecer ajenos al conocimiento tienen todo su derecho de permanecer en la ignorancia. La soberanía, por supuesto, implica no estar sometidos al control o tutela de otro estado.
Tradicionalmente nuestros gobiernos han creído que la soberanía implica una deficiente explotación a los recursos naturales y específicamente a los energéticos, es decir brindar servicios de mala calidad y a un alto precio. Si la soberanía está en la energía eléctrica y en los combustibles, no cabe duda que la nuestra es una soberanía que no se puede presumir. Si se sigue insistiendo con esas ideas, en un futuro no muy lejano, en lugar de crearse obras como ?la suave patria? vamos a tener odas al foco que nos mantiene libres. Es cierto que la eficiencia no es cualidad única de la iniciativa privada, sin embargo en nuestro maravilloso México mágico no conocemos de una empresa pública que haya alcanzado los niveles de eficiencia que se requieren actualmente para proveer a la población de servicios de calidad.
Tal vez triunfe la necedad y los energéticos sigan siendo ?propiedad? de todos los mexicanos ?siempre y cuando con la expresión ?todos los mexicanos? nos refiramos únicamente a los miembros de los sindicatos y demás invitados en el reparto de ese gran pastel- y seguramente vamos a seguir recibiendo servicios cada vez peores y más caros, pero eso sí con el dulce sabor que da el sentirnos libres y soberanos. ¡Un momento! Esa no es la soberanía que queremos, ¿o sí?. Claro que no, lo que necesitamos es desarrollo, conocimiento, seguridad y, hasta donde sea posible, comodidad. El aspecto más importante de la soberanía, a fin de cuentas, se refiere a no estar sometido al control de otro estado y en ese sentido una de las grandes interrogantes es ¿qué es peor: seguir endeudándonos para proteger a las paraestatales ineficientes y estar a merced de nuestros acreedores? ¿O permitir la inversión privada debidamente reglamentada en dichas paraestatales?
En la mayoría de los países, cuando se imponen regulaciones ?para no decir restricciones- a la inversión se hace pensando en el bienestar de sus habitantes. Por ejemplo en la regulación de los medios de comunicación se establece que una parte de su programación sea producida en el país, de tal suerte que ambos, inversionistas (nacionales o extranjeros) y los residentes, se ven beneficiados por dichos acuerdos. En nuestro país las restricciones ?que la verdad no parecen regulaciones- son, más que cualquier otra cosa, excluyentes; aquí nuestros representantes trabajan bajo la premisa del todo o nada. Si en verdad le interesa a nuestros representantes la soberanía del país, ¿cuándo piensan hacer algo para disminuir el déficit fiscal?
Nuestra sociedad demanda en forma constante y creciente mejores servicios, no sólo de energía eléctrica, y el gobierno no recauda lo suficiente para cubrir dichas necesidades por lo que recurre una y otra vez al endeudamiento. Dicho endeudamiento es una de las razones por las que la política fiscal lejos de abrirse y buscar agrandar la base de contribuyentes sigue enfocada a los contribuyentes cautivos simple y sencillamente porque debemos garantizar el pago del servicio de dicha deuda a nuestros acreedores. Debemos dejar claro que los acreedores no son los culpables de nuestras desgracias y yo no sé quién es el verdadero culpable de nuestros problemas, si son nuestros representantes o si nosotros mismos por haberlos elegido y, además, por no haberles exigido un trabajo serio, responsable y comprometido con la sociedad.
No sé hasta dónde un foco represente nuestra soberanía, lo que sí sé es que no representa lo que todos esperamos que nos dé nuestro país. Por último le ofrezco, estimable lector, una disculpa por haberme alejado un poco de los temas que habitualmente manejamos pero la verdad no pude sustraerme a la tentación de comentar aunque sea un poquito sobre este asunto que cada vez se pone más interesante.
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