En la palabra “cambio” Vicente Fox quiso y quiere cifrar su gobierno. Sin embargo, ni con hechos ni con dichos ha establecido clara y consecuentemente cuál es el cambio que propone y qué pretende, mucho menos ha logrado diseñar y elaborar la estrategia correspondiente. Así, en medio de marchas y contramarchas, aventuras y desventuras, agotando el bono democrático y la popularidad que amparaban su margen de maniobra, veintiún meses de su administración han transcurrido y en principio, mañana debe rendir cuentas de ello.
Si mañana el jefe del Ejecutivo no establece cuál es la dirección del cambio, qué velocidad quiere imprimirle a éste, qué profundidad pretende darle y con qué estrategia buscará alcanzar sus objetivos, muy probablemente se dejará escapar la penúltima oportunidad para evitar que el sexenio de la alternancia sea un sexenio perdido. El sexenio en el que la nación pague la decisión de desplazar del poder presidencial al Partido Revolucionario Institucional, al costo del inmovilismo y la incertidumbre, de la desilusión y la desesperación que puede conducir a caminos que no conviene recorrer. Un costo que no se elude pero cuya tasa no tiene porqué ser el que se perfila.
Si el presidente Vicente Fox no aprovecha hoy el foro de San Lázaro para definir el cambio, el cambio pasará a ser un continente sin contenido.
*** Este domingo, en San Lázaro, se podrán dar uno o dos golpes escenográficos para evitar la caída de la imagen y la popularidad presidencial, pero cada vez es más evidente que sin cuerpo ni sustancia que las sostenga, es difícil mantenerlas arriba. Por buena que sea la mercadotecnia si no hay producto, no hay nada que vender.
Desde esa perspectiva, si no hay definiciones y estrategia, la ceremonia del domingo podría convertirse en el banderazo de salida para la campaña electoral rumbo al 2003, para al tiempo, precipitar la sucesión presidencial. Un Informe sin contenido sería como abrir la puerta, para que quienes quieren ocupar la residencia oficial de Los Pinos se desboquen y corran por la avenida que el mismo Fox abrió como brecha en 1997.
Del estado que guarda la administración, no hay mucho que decir. A fin de cuentas, lo hecho y lo no hecho ha sido materia de información de todos los días y, aun cuando el mandatario pretenda magnificar los logros, no bastará esto para borrar o atenuar la percepción de que falta rumbo y estrategia en la acción gubernamental.
Echar mano del recurso priísta de hacer del Informe presidencial en una impresionante colección de cifras, en un ardid de la oratoria para confundir la realidad con el deseo, en la crónica de un país inexistente o en la oportunidad para resbalar las responsabilidades sobre el Congreso o sobre los medios de comunicación, valdrá de muy poco, porque los factores de poder tienen muy claro que el país está paralizado. De ahí que más que un reporte o un malabarismo oral, lo deseable será escuchar definiciones por parte del mandatario. Ese es el punto. Quizá, ahí es donde se explica por qué el presidente Vicente Fox se queja de tanta pregunta, y es que faltan respuestas.
Un tercio de su gobierno ha concluido y los resultados no arrojan una calificación aprobatoria.
*** Entre los triunfos que el mandatario podría anunciar, destaca desde luego la captura de reconocidos narcotraficantes, e incluso, se podrían anotar como logros -que más tarde rendirán fruto- la apertura informativa, la evaluación de la educación y si se quiere, el fortalecimiento de la conciencia en relación con los derechos humanos y la pobreza, así como la introducción de temas que antes no aparecían en la agenda nacional, por ejemplo, la importancia del agua y de los bosques.
En esos capítulos podrían cifrarse los logros, pero en el otro plato de la balanza, estarían aquellos proyectos, acciones o iniciativas de gobierno que simple y sencillamente no prosperaron y en más de un caso, colocaron en un predicamento al Estado de Derecho.
En ese otro campo, las frustraciones son varias: las reformas fiscal, eléctrica y laboral siguen pendientes, como también la solución del problema en Chiapas. Y como añadido, estaría la cancelación del aeropuerto en Texcoco que como efecto secundario, pareciera acarrear la tentación de resolver los problemas por fuera de los canales civilizados del diálogo y la política.
Esto sin mencionar, desde luego, la inseguridad pública que, día a día, deja ver la dimensión del problema que entraña y las montañas de víctimas que arroja.
Todo eso es de sobra conocido, lo que aún se desconoce es la dirección del cambio.
*** Un amigo que ha desarrollado habilidades en el campo de la información y la política pero que por su formación, conoce bien el ámbito de la administración de empresas, me dice que Vicente Fox se juega mañana su propia definición: si es un verdadero líder con capacidad de operar cambios o un gerente con habilidades para administrar el legado que recibió.
En opinión de esta amistad, la diferencia entre un líder y un gerente es sustancial. Un líder es un cuadro con visión a futuro y capacidad de diseñar, ejecutar, operar y administrar cambios en medio de una situación caótica, buscando siempre tener a los mejores en su equipo. Un gerente es un cuadro con capacidad de introducir mejoras en una situación estable, organizar y coordinar un equipo, administrar el quehacer del día con día y corregir errores.
Se sabe ya que Vicente Fox fue un líder como candidato. En situación adversa, supo realizar cambios en su campaña, aprovechar las áreas de oportunidad que le ofrecía su adversario, incorporar técnicas y estrategias que fortalecieron su figura. La pregunta ahora es qué quiere hacer y qué quiere ser Vicente Fox en el gobierno. La pregunta es central porque el periodo de gracia concedido a su ascenso al poder está agotado, y ahora lo que se esperan son resultados.
El argumento presidencial de que el tiempo se ha ocupado en enmendar, remendar y corregir es mucho más que una justificación, es toda una definición que deja entrever algo importante. Si esas son las acciones realizadas y presumidas, la conclusión es simple: se quiere administrar bien lo que se recibió sin cuestionar qué fue lo que se recibió. Eso, no supone un cambio, supone un ajuste, y como dice un amigo, lo peor que le puede ocurrir a uno es hacer muy bien lo que está mal.
Si bien se puede reconocer algunas áreas donde el PRI hizo bien algunas cosas, también es menester reconocer otras donde es preciso realizar cambios estructurales y no simples ajustes. Y, ahí es donde faltan las definiciones y la estrategia. En otras palabras, la dirección, la velocidad y la profundidad del cambio que supuestamente se quiere realizar.
Por eso vale la pregunta: ¿Qué quiere hacer y qué quiere ser Vicente Fox?
*** En el discurso de Vicente Fox se quieren hacer muchos cambios.
Se quiere la paz en Chiapas pero se ha aflojado el paso; se quiere que los responsables de los crímenes políticos del pasado reciban castigo pero ello no provoque inestabilidad; se quiere descabezar al narcotráfico pero no se tiene claro qué hacer con el resto del cuerpo; se quiere que los corruptos del tricolor paguen sus deudas pero que el PRI no resista el cambio; se quiere abrir el sector eléctrico a la iniciativa privada pero no hacer el cabildeo necesario; se quiere otra cultura laboral pero que la acepten sin chistar los sindicatos; se quiere con urgencia un aeropuerto internacional pero no tanto; se quiere reformar el sistema fiscal pero no darle facilidades a los contribuyentes; se quiere una nueva relación con el Congreso, siempre y cuando éste acepte cuanto se le envíe; se quiere activar la economía, pero no se ejerce con prontitud y eficiencia el gasto, se quiere...
Se quieren muchos cambios pero no se acaba de definir la dirección, la velocidad, la profundidad y la estrategia de éstos. El resultado es atroz.
No hay prioridades ni jerarquías y la estrategia se reduce a deshojar la margarita de la conciliación y la confrontación.
Por eso, mañana importan las definiciones.
*** En la indefinición, el gobierno foxista seguirá administrando al país al día con día, sujeto a lo que se le presenta y no a lo que se proyecte y en el mejor de los casos, apenas podrá introducir algunas mejoras, pero no un cambio de fondo.
Si los estrategas del foxismo -si los hay- tomaran nota de que los logros en materia de acceso a la información y en materia de la evaluación de la educación tienen por ingrediente común el haber alineado esos propósitos a la demanda de la sociedad y los partidos políticos, tendrían que reconocer la necesidad de intensificar el trabajo político para construir consensos donde se puede y mayorías donde no se puede. Pero lo que no se puede hacer es lanzar iniciativas y acciones de gobierno, sin ni siquiera decir agua va.
Aun cuando en el calendario a la administración de Vicente Fox le quedan cuatro años, la realidad es que le queda mucho menos tiempo. En el 2003, medio año se irá en la campaña electoral y otro medio año en determinar y realizar los ajustes que derivarán de la contienda. Eso, desde luego, si se quiere sacar provecho de la segunda mitad del sexenio que por lo demás, perderá el último año -si no es que más- a causa de la sucesión presidencial.
De ahí que los últimos cuatro meses de este año son centrales en el curso que pueda seguir el resto del sexenio y para aprovecharlos es menester saber la dirección, la velocidad, la profundidad y la estrategia del cambio que se quiere realizar.
Si Vicente Fox pierde la penúltima oportunidad que le ofrece mañana el foro de San Lázaro, se tendrá que reconocer que no todo cambio es para mejorar; que cambio, después de todo, es pasar de una situación a otra pero no necesariamente para bien.
Mañana, el presidente Vicente Fox está impelido a decir qué quiere hacer y qué quiere ser.
Si no lo dice, tendrá que reconocer que el silencio también es una forma de decir las cosas. Y que hablar de un cambio sin contenido, es sencillamente repetir lo que desde hacía mucho tiempo se venía diciendo, y eso, tampoco es un cambio.