Un país que se resuelve de noche es evidentemente un país que vive un terrible desorden. El día no le alcanza para resolver sus problemas y, entonces, de noche, a oscuras, sin claridad toma -si las toma- sus decisiones o, peor aun, trata de conjurar sus pesadillas. Todo eso, sin darle espacio al sueño.
Durante los últimos años, la noche ha sido el espacio en el que ocurren los grandes sucesos o se entera de ellos a la nación. Dejar la noche podría ser un gran objetivo.
*** En la política mexicana, la noche aparece, no como el espacio para concebir, soñar y reposar, sino como el espacio para lamentar o remendar aquello que no puede definirse o resolverse durante el día.
La noche, así, aparece en la historia -al menos en la historia reciente- como un momento negro, como un momento de tinieblas pero no porque en su transcurso se esté gestando un nuevo día. La noche, desde esa perspectiva, no promete ni prepara el día. Es negra, a veces como la muerte.
No hay afán de hacer literatura. La noche en el México reciente es negra. La sola mención de la noche de Tlatelolco es un brutal referente de la arbitrariedad, la impunidad y el autoritarismo que derrama sangre sin ningún remordimiento y elude, hasta ahora, toda responsabilidad.
Noches como ésa, hay y ha habido muchas. La noche del 6 de julio de 1988 es el espacio en que se ajustan las cifras para darle “el triunfo” a Carlos Salinas de Gortari, es la noche que le hizo perder el sueño a Manuel Bartlett aunque él niega que haya existido. Las noches de discusión del presupuesto son noches en las que el país se juega, sobre la fatiga y las rodillas, la posibilidad de enderezar el gasto para toparse al amanecer con un mazacote de números que poco ayudan al propósito querido. De noche, los priístas tomaron por asalto la tribuna de San Lázaro para asegurar en el Colegio Electoral el fraude de aquel año.
De noche, Jerónimo Prigione fue avisar a Los Pinos que tenía en la nunciatura a los presuntos asesinos de un príncipe de la Iglesia, un par de narcotraficantes, los hermanos Arellano Félix. De noche se fue Ramón Aguirre de Guanajuato. De noche se oyó en la Plaza Fundadores de San Luis Potosí el Himno a la Alegría, cuando el doctor Salvador Nava asumió la gubernatura moral que Fausto Zapata no podía como no pudo encabezar.
De noche o madrugada, se levantó el ejército de pobres en Chiapas. Y, años después, de noche Luis H. Álvarez y Rodolfo Elizondo le fueron a llevar una carta al subcomandante Marcos. La noche de un ya remoto 23 de marzo se confirmó oficialmente la muerte de Luis Donaldo Colosio y Pedro Aspe no durmió haciendo llamadas telefónicas para evitar que el amanecer marcara la estampida de capitales.
Una noche de diciembre de ese mismo 1994 fue cuando se cometió el célebre error que hundió al país en una de sus peores crisis económicas. De noche, después de nueve meses, se montó el operativo para desalojar a los ultras de la Universidad Nacional. Incluso, de las sesiones nocturnas de la Cocopa nadie se olvida.
Se podría pensar que esa noche, cualquiera que ésta sea, pertenecía a una forma de hacer política o, peor aun, de no hacer política, y que directamente habría que vincularla al viejo régimen. Sin embargo, las noches recientes no han sido muy distintas.
Ya se mencionaba la noche en que los foxistas fueron a buscar al subcomandante Marcos, mientras la paz se diluía. No ha sido ésa la única mala noche de este sexenio. La discusión del presupuesto también se hace a oscuras y, sobra mencionar, el levantamiento nocturno del pueblo de Atenco que mantuvo el alma en vilo y, desde luego, las recientes negociaciones en torno a la huelga de Pemex. Esto sin referir la noche de hace apenas unos días en que los funcionarios de la Sedesol negociaban dejar su cautiverio. La noche sigue ocupando un espacio negro en la vida nacional.
*** Las ojeras de los funcionarios y los políticos son algo que no tiene remedio. Esas huellas de desvelo y agotamiento no las corrige ningún consultor de imagen como tampoco ninguna crema. No es inusual ver cómo se transforma el rostro de los políticos, conforme transcurre un sexenio. No duermen bien, no duermen tranquilos y, desde luego, no sueñan.
Lo peor de todo es que, aunque el lugar común insiste en el punto de la flojera, el político mexicano trabaja como un burro, en el doble sentido de la expresión. Trabaja mucho y no necesariamente de manera inteligente. Se desvelan pero no pierden el desayuno para grillar o tener un encuentro amable más allá del café en la oficina y, por ello, empiezan a despachar a media mañana para, luego, cumplir con una comida de trabajo. Al atardecer es cuando empiezan a hacer un trabajo de gabinete. El trabajo de asentaderas y cerebro al que, apenas, pueden dedicar unas horas. Y, si no hay cena de por medio, se desvelan en el despacho, sin descartar la posibilidad de atender algunos otros asuntos durante el fin de semana. Trabajan como burros, sujetos además a una liturgia del poder donde tienen que hacer acto de presencia en la más absurda ceremonia. Piensan que si no se ven, no están ni se dejan sentir.
Obviamente, ese ritmo de vida pega en el ámbito familiar. A la vuelta de los años, sujetos a ese ritmo, la familia en vez de convertirse en un abrigo se transforma en una pesadilla. Los políticos que no encuentran el equilibrio entre la vida pública y la privada, terminan por encontrar en la familia otro problema.
Pero, como quiera y salvo los casos de aquellos políticos que hacen del escándalo o la francachela su forma de sobrevivencia o su recurso para no perder presencia en la escena, el político mexicano trabaja y trabaja mucho pero trabaja no en el marco de las instituciones sino en el marco de su propia perspectiva y biografía. Sin instituciones tangibles e intangibles que realmente le den sentido a su trabajo y trayectoria, laboran sin arrojar verdaderos resultados.
Saben que lo que hagan o dejen de hacer tiene un efecto directo sobre sus perspectivas personales porque trabajan sin esa red de protección que son las instituciones. Por eso, atienden lo urgente, olvidándose de lo importante. Y trabajan mucho pero trabajan mal, sin resultados.
*** Por eso, de noche están encendidas las luces de sus oficinas y el personal de apoyo tronándose los dedos al momento de ver la hora. Y es que sin perspectivas de mediano y largo plazo, todo se convierte en una urgencia. De noche, buscan los acuerdos que no significan que estén de acuerdo, las negociaciones que en realidad son salidas pero no soluciones, y si algo los llega a presionar es alcanzar los noticiarios de televisión para ver si logran salir a cuadro con algún anuncio que garantice a la audiencia un amanecer sin sobresaltos.
La noche sigue ocupando un espacio ahora. Como la clase política no consigue reconfigurar sus roles ni darle solidez a la representación que ostentan, viven en la eterna desconfianza. Desconfían de ellos mismos y entre ellos mismos. No es para menos, los dirigentes de partidos no cuentan con el respaldo de sus partidos, aunque sus propios partidos los hayan elegido. Los coordinadores parlamentarios se desempeñan no necesariamente en atención a líneas políticas trazadas, avaladas y discutidas en sus partidos, sino con base al grupo que los colocó en esa posición. Los funcionarios se mueven sin tener certeza si están alineados a una estrategia diseñada por el conjunto del gobierno o dictada seriamente por el jefe del Ejecutivo. Se mueven sin certeza.
Entrar a negociar o a llegar acuerdos en esas condiciones, supone lanzar ideas que no entrañan un compromiso. La postura que expresan queda sujeta a mil consultas y, entonces, el tiempo transcurre y la noche se les viene encima hasta que la noche termina por gobernarlos.
Y cuando la noche se prolonga termina por descuadrar el día, el día a la agenda, la agenda a las tareas, las tareas a los planes y desata una rutina infernal.
*** Dejar la noche como un espacio de actividad política o como el espacio donde ocurren los grandes sucesos que no deparan un mejor destino, no es cosa sencilla.
Modificar ese hábito, supone muchas cosas. Un cambio de cultura, la reconstrucción de las instituciones políticas, el replanteamiento de los roles de la clase política, el empeño de la palabra con el compromiso. Supone una enorme tarea que es menester emprender porque, después de todo, ningún país vive bien si no duerme de noche.
Dejar la noche sería muy saludable para los políticos, pero no menos para la República. Y es que la vida no puede pasar de noche.