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Sobreaviso/Los árboles y el bosque

René Delgado

Ni tiempo hay para asomarse a ver cómo se descompone el mundo, los problemas domésticos nos avasallan y nos hacen perder la perspectiva. Lo peor de esto es que, a la postre, cuanto ocurra en el entorno internacional repercutirá en México.

Un francotirador ayuda a George W. Bush para lanzar una ofensiva terrorista mientras un grupo armado de chechenos toma por asalto un teatro, convirtiendo en rehenes a poco menos de un millar de auténticos espectadores que muy poco pueden hacer.

El brutal atentado en una discoteca en el paradisiaco Bali, hace pensar en una luna de hiel y no de miel. Y, de paso, Corea del Norte deja saber que en sus ratos de ocio y por encima de cualquier tratado se puso a armar un arsenal nuclear. Hugo Chávez se tambalea en Venezuela, en tanto los combates en Colombia tocan ya a la puerta de importantes ciudades y algunos neoliberales ven como un exceso de la democracia el que Lula da Silva pueda quedarse con la Presidencia en Brasil. Mientras, Ecuador se integra a los países que reconsideran la ruta del desarrollo en boga y busca con desesperación otro camino. Las bombas y los atentados se suceden en Oriente Medio como si se trataran de fuegos de artificio y no de vidas, de uno y otro lado, que se pierden en medio de estallidos. A las calles salen los obreros italianos para protestar contra el magnate aficionado a la política, Silvio Berlusconi, mientras que Tony Blair y José Aznar quieren trascender como vicepresidentes extraoficiales de Estados Unidos. Todo eso ocurre y la locomotora de la economía estadounidense sigue sin recuperar su ritmo, aunque George W. Bush se mira tranquilo: los grandes fraudes cometidos en su tierra no ocupan mayor espacio en los medios informativos y el resto de los problemas, en su lógica, se resuelve acabando a balazos y misilazos con el terrorismo. La pobreza, en la lógica de Bush, es un simple dolor de conciencia que se desvanece con una aspirina.

Todo eso ocurre alrededor pero, como aquí, de a tiro por mes o por semana hay que aplicar toda la energía en afrontar la crisis en turno, es difícil asomarse a ver el mundo: el desorden mundial que marca la inviabilidad de un modelo económico que, a pesar de su glamour, comienza a sacarle chipotes a la redondez de la Tierra. En medio del desbarajuste mundial y nacional, escapa a la conciencia que el país, increíblemente, tiene una oportunidad que se está perdiendo.

*** Si septiembre se fue dejando al país hecho un manojo de nervios por la amenaza de huelga en Petróleos Mexicanos pero entusiasmado con la idea de aplicarles un castigo ejemplar a los dirigentes petroleros y cuadros priistas que desviaron dineros públicos, octubre se va marcado por el desencuentro entre los gobernadores y el Presidente de la República.

Dice el secretario Santiago Creel que nadie le pone ultimátum al Presidente de la República y tiene razón: no se los ponen, se los cumplen. Con la mesa puesta, plantado se quedó el mandatario el lunes pasado. Se puede pensar que se trata de un incidente menor en el difícil parto del nuevo federalismo pero, en el fondo, es mucho más que eso: cada vez más frecuentemente, los factores del poder ponen contra la pared al poder Ejecutivo. Unos lo espantan con machetes; otros lo seducen con sus ondas; algunos más lo asustan con sus sotanas y lo halagan con sus bendiciones; otros le exigen votar a favor sus aventuras militares, amenazándolo con su poderío... Cada vez más frecuentemente, el Presidente de la República se ve sujeto a los tironeos de los factores reales de poder mientras su partido busca deslindarse de él y sus colaboradores se mueven alocadamente sin saber adónde van y, sobre todo, sin darse cuenta de que de tanto moverse siguen en el mismo lugar. La parálisis en que se encuentra el mandatario comienza a atrofiarle los músculos de su poder y la magia de su popularidad.

El Estado se va vaciando mientras los actores de poder juegan un rol cada vez más disminuido en la puesta en escena nacional. A Roberto Madrazo le ocurre lo mismo que a Vicente Fox, resultó ser un buen candidato y un mal presidente... del PRI, se le enredan los hilos de la selección de candidatos a los gobiernos estatales que entrarán en juego el año entrante. Ahí está como evidencia Querétaro, donde Roberto Madrazo quiso quedar bien con Silvia Hernández y Fernando Ortiz Arana, sin darse cuenta del rol que jugaba el ex gobernador Enrique Burgos que es un político arco iris: albiazul y tricolor. Ahí está como evidencia San Luis Potosí, donde se comprometió a lanzar a la candidatura al empresario Miguel Valladares, sin considerar a cinco aspirantes sin candados. Igual que Fox, Madrazo juega a quedar con todos bien y con todos queda mal. Y es que Roberto Madrazo confundió la alberca con el trampolín.

La situación de otro actor, el célebre Luis Felipe Bravo, protagoniza una telenovela, un pequeño drama personal.

Estelariza el papel del dirigente de un partido que todo mundo dirige. Los amigos de Luis Felipe no son tan buenos como él creía y los enemigos que se está ganando son más de los que supone. Amigos y enemigos se burlan de él, lo empujan y lo jalonean, sin dejarle saber qué quieren de él. Y, lo peor, el dirigente ya no sabe quién es quién en ese juego. Un día, Luis Felipe Bravo se acerca al Gobierno y, al siguiente, sale corriendo de él. Un día defiende al secretario Santiago Creel, sin darse cuenta de que atropella la libertad de sus legisladores y, al día siguiente, no sabe ya qué hacer.

Por su parte, la actriz de poder, Rosario Robles no logra determinar en qué momento le toca salir a escena y qué líneas del guión le toca pronunciar. Está casi segura de estar al frente del PRD, aunque el PRD no está seguro de si ella es, en realidad, la lideresa que los encabeza. Mientras, en el Distrito Federal, sin partido, el jefe del Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, comienza a analizar a qué candidatos deben colocar en la Asamblea y las delegaciones. Va un ejemplo brutal, el diputado Miguel Bortolini, el diputado “no”, ya se ve despachando en Coyoacán, gracias a su amigo René. A esos actores se suma el honorable Congreso de la Desunión que no está seguro de si en verdad va a legislar en este periodo. Ya transcurrieron casi dos meses del arranque de su penúltimo periodo ordinario y, pese a tener en el congelador importantes reformas que emprender, no se ve muy interesado en ponerse a trabajar. A fin de cuentas, el Congreso no representa al electorado y, como los partidos están en crisis, con dificultad el Congreso se representa a sí mismo. Esperan, eso sí, el proyecto de presupuesto del año entrante que, sin duda, les dará oportunidad de recobrar presencia pública porque, después, es la oportunidad de desatar una crisis más. El debate del presupuesto 2003 marcará la crisis de los dos meses que le restan al segundo año de un sexenio que, aunque ya empezó, nomás no logra arrancar.

*** Ante esa puesta en escena, donde los actores no saben actuar, ni tienen seguridad del rol que les toca jugar y desconocen el libreto, los factores de poder se están desesperando y precipitando, se están brincando las trancas institucionales y optando por salir de los intermediarios y las formalidades. Si, después de todo, los intermediarios no los representan formal ni informalmente, no ven por qué seguir dependiendo de ellos y entonces, forman fila ante Los Pinos para cobrar viejos adeudos, nuevas facturas y sacar adelante proyectos aunque vulneren a las instituciones. El Estado se está vaciando. Si en los noventa se vació económicamente, ahora lo hace en el campo político.

Hoy, eso se ve en el activismo de los gobernadores que tienen la presión social encima, ayer se vio en la arbitrariedad- seducción de los concesionarios que hasta una edición extra del Diario Oficial le arrancaron al secretario Santiago Creel, antier en la desesperación de los macheteros de Atenco. Así, el presidente Vicente Fox se ve cada vez más aprisionado, menos capaz de gobernar el cambio que, no gracias a él ni a la clase política, se está dando en el país con enorme esfuerzo y a un precio muy alto.

Muestras de la fuerza y la vitalidad social que, a fin de cuentas, le dan solidez y prevalencia al país, se volvieron a ver en el desastre que dejó el huracán Isidore. Sin embargo, esa fuerza y vitalidad habría que aplicarla no sólo en lo que hay que impedir que ocurra sino también en aquello que hay que provocar que ocurra.

Frente a un mundo donde muchos valores se tambalean y otros estallan en medio del redoblar de los tambores de guerra, la situación de México es increíblemente mejor de lo que los árboles nos dejan ver. Hay que recuperar la oportunidad, antes de que crezca el problema.

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