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Sobreaviso/Otra guerra inútil

René Delgado

La nueva guerra inútil podría darse hasta principios del año entrante. Conforme al cronograma trazado en la resolución de Naciones Unidas, sería entonces cuando se escucharía con intensidad el batir de los tambores de guerra. Si Iraq resiste la inspección o incumple la resolución, el despliegue tecnológico de la industria militar dejará ver su impresionante desarrollo: los satélites como guía, la aviación y los misiles como operador y, eventualmente, a la inversa de la vieja guerra, la fuerza terrestre como apoyo.

En los cálculos será una guerra rápida con carácter fulminante y mediático que dejará ver el poder de destrucción a manera de fuegos de artificio, evitando desde luego las escenas de horror que, en el fondo, toda guerra supone.

George W. Bush podrá ufanarse de la cruzada antiterrorista emprendida, de la actuación de las fuerzas del bien contra un representante del “Eje del mal”, del esfuerzo coronado por la victoria militar de esa batalla, pero difícilmente podrá decir que se ganó la guerra contra el terrorismo. Lejos se estará de eso por un detalle: acabar a misilazos a un enemigo difuso en su ubicación, encubierto en su actuación, reducido en su actuación, es punto menos que imposible.

*** Todo o casi todo le ha salido a pedir de boca al obsesivo presidente de los Estados Unidos.

La ofensiva diplomática desplegada para lograr una resolución que, aunque acotada, expande su margen de maniobra militar, posibilita la intervención militar con el apoyo del Consejo de Seguridad. La ofensiva política desplegada al interior de Estados Unidos para colocar el terrorismo al centro del debate nacional de ese país, por encima de los graves problemas económicos, le arroja como resultado el dominio republicano sobre los tres poderes de la Unión.

Nada mal le fue a George W. Bush que ha hecho del combate al terrorismo, la causa única de su gobierno. Si hasta antes del 11 de septiembre del año pasado, Bush no había logrado legitimar y consolidar su poder, como tampoco elaborar un discurso que le diera sentido a su Presidencia, ahora puede estar de plácemes.

*** En un primer vistazo, el presidente de Estados Unidos ha conseguido enarbolar una bandera y darle sentido a su política interior y exterior: el terrorismo es un problema mundial que amenaza por igual a la comunidad internacional.

Conforme a cifras y datos oficiales de su gobierno, a partir de aquel fatal suceso, se han registrado 348 atentados terroristas en el mundo que han dejado un saldo de 3 mil 572 muertos. En Asia, África, Latinoamérica, Oriente Medio, Europa Occidental y Oriental, se ha visto, conforme a esa cifras, cómo 530 instalaciones civiles y militares, gubernamentales y religiosas, diplomáticas y privadas han sido víctimas de atentados por parte de 64 organizaciones terroristas activas en el mundo.

Organizaciones del mal que han recibido presuntamente apoyo financiero de partidarios, colaboradores e intermediarios financieros diseminados en distintas partes del mundo y, a la vez, esas organizaciones han tenido la audacia de estructurar redes financieras que operan en 40 países a partir de negocios relacionados con las telecomunicaciones, la construcción y el mercado de divisas. Logros financieros que se fortalecen con actividades declaradamente delictivas o ilegales que pasan por el fraude, la extorsión, el secuestro y el comercio ilícito, aparte del abuso de contribuciones y donaciones de organizaciones filantrópicas.

La argumentación de George W. Bush y su equipo es fundamentalmente ésa y, a partir de ella, justifica la integración de la lista de los países que componen el “Eje del mal”. Desde la pobreza en esa lógica, la conclusión es obvia: contra esos países hay que ir y cuanto más pronto mejor. Se acuña, entonces, el absurdo concepto de los ataques preventivos, se consiguen socios y se pide al Consejo de Seguridad no atar de manos al presidente Bush para poder actuar de una vez por todas contra el terrorismo.

*** Se va así a otra guerra inútil donde los profesionales de la violencia organizada, los militares y los terroristas, pondrán en juego sus artefactos tecnológicos y técnicos, su inteligencia militar. Una certidumbre tranquiliza a esos profesionales: tal es el grado de desarrollo y sofisticamiento alcanzado por unos y otros que las bajas de uno y otro bando serán, como ha sido, en extremo reducidas. Pocas bajas reportarán en sus mandos y en su tropa esos profesionales. Militares y terroristas tienen ese punto claro: su profesionalismo es tal que las bajas de uno y otro bando serán en extremo reducidas.

El grueso de las bajas correrá, como corre, por cuenta de la sociedad civil, sea de nacionales de los países del bien o del mal. La carne que se desgarra y se desangra no la pondrán los profesionales de la guerra, las vidas que se perderán, como se han perdido, serán de civiles. Se perderán tanto en el teatro de operaciones militares como fuera de él.

Esas vidas se perderán en el teatro de operaciones militares porque ahí el ejército regular descargará la fuerza de su ofensiva. Se perderán fuera del teatro de operaciones militares porque ahí el ejército irregular, el terrorismo, descargará la furia de su réplica.

Aparte de las cuentas y las cifras oficiales que maneja el gobierno de George W. Bush para justificar el ataque a Iraq, hay otras cifras que muy poco se divulgan.

En cálculos elaborados y recogidos por un periodista amigo, Javier Garza, el número de civiles muertos en Afganistán entre octubre del año pasado y junio de este año es de entre 400 y 800, que contrastan con el número de soldados estadounidense fallecidos que fueron entre 15 y 20. El número de israelíes civiles muertos por atentados terroristas palestinos, entre septiembre del año pasado y octubre de este año, se estima en 296, frente a 83 terroristas palestinos suicidas. Hay un número indeterminado de civiles palestinos muertos, por las fuerzas armadas israelíes, en respuesta a aquellos atentados. El número de civiles muertos en el atentado de Bali es de 170 y en la toma del teatro de Moscú fueron 117 civiles muertos, frente a 40 chechenos liquidados.

Esas cifras no son conclusivas y exactas, desde luego, pero es claro que los muertos en esa guerra sorda entre fuerzas regulares e irregulares, los está poniendo la sociedad civil.

De esos muertos no dice nada el discurso de George W. Bush pero la tendencia es ésa: la opción que se está dejando a la población civil, no importa de qué parte -si puede ser ésa una opción-, es morir a manos de las fuerzas del bien o del mal. Eso es todo, morir a manos de unos o de otros pero morir a fin de cuentas. Los profesionales de la violencia, militares o terroristas, no sufren mucho, sufre la población civil.

La evidencia de esa tendencia quedó en claro en el teatro de Moscú. Los asistentes a la función de teatro, espectadores en más de un sentido, tuvieron por opción morir en manos de sus secuestradores o en manos de sus liberadores. Eso fue todo, morir en manos de unos u otros. La razón de Estado de Putin o la razón de la liberación de los chechenos puso en juego la vida de terceros, los profesionales de la violencia sabían de antemano a qué jugaban.

*** Desde esa perspectiva, la guerra que promueve George W. Bush es inútil. Servirá para medir el grado de desarrollo tecnológico de la industria militar pero nada más, no podrá acabar con el terrorismo porque, ahora, éste ha entendido que debe llevar la guerra irregular a la tierra del adversario, sacándole de su propio territorio y transformar en instrumentos de guerra justamente aquello que no aparece en los códigos militares. Un pasajero de un vuelo comercial puede ser ahora un piloto de guerra, un avión comercial se puede trastocar en un misil. Sencillamente, el costo del atentado contra los Torres Gemelas, estimado en apenas 300 mil dólares, no tiene equiparación contra el costo económico provocado cifrado en miles de millones de dólares.

La guerra será inútil, además, por una sencilla razón. La industria militar desarrolló una tecnología en extremo sofisticada pero aplicable a una guerra regular y no a una guerra irregular y, entonces, el discurso guerrerista podrá con la fuerza de la propaganda inventar enemigos donde no necesariamente los hay o, si se quiere, donde los hay pero cuya aniquilación supone una estrategia de arrasamiento.

*** George W. Bush puede, desde ahora, ceñirse como corona de oliva la obsesión con la que ha logrado construir un discurso que le dé sentido a su Presidencia, el combate al terrorismo le ha dado absurdamente un contenido a su gobierno pero de eso a creer que va a ganar la guerra, es un absurdo.

Por el contrario, nada improbable es que la cruzada antiterrorista encabezada por Estados Unidos termine por fortalecer el terrorismo. El costo económico de la guerra de Bush va estimular la guerra irregular de los terroristas porque, en el fondo, la dimensión de esa respuesta le dará fuerza de convicción a la idea de llevar los atentados ahí donde toda la tecnología militar no puede hacer nada.

La guerra inútil a la que invita Bush debería provocar una seria reflexión sobre los verdaderos blancos que debería atacar una ofensiva antiterrorista: la pobreza y la ignorancia que son caldo de cultivo de dogmas y extremismos, la importancia del desarrollo social que, ahí, sí podría resaltar fuerza a los profesionales de la violencia terrorista, regulares o irregulares. Desarrollar técnicas de una guerra regular a fuerzas irregulares, ha dejado un saldo negro a Estados Unidos, no se entiende por eso la aventura en la que, por la tendencia, los muertos son civiles.

En fin, a principios de año, se podría ir a otra guerra inútil.

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