Estos días marcan la tensión y el vértigo político y social en medio de los cuales el país vive, respira y se desespera.
Cualquier tema o suceso crispa los nervios. El exabrupto presidencial que revela a un mandatario solo y desesperado. El multihomicidio al sur de la ciudad que sacude la conciencia y pone en duda las garantías que el Estado debería ofrecer. El bloqueo de la autopista México-Cuernavaca que deja varados a miles de automovilistas, refleja la desesperación social y cuestiona el valor de la autoridad. El blindaje agropecuario que resulta más delgado que el papel celofán y deja ver la dimensión de la crisis en el campo. La llegada del nuevo embajador estadounidense, Tony Garza, que obliga a replantear la estrategia ante Estados Unidos. El empeño del canciller Castañeda que, en sus declaraciones, desafía a la prensa y presume que su trabajo ya está hecho.
Cualquier tema o suceso crispa los nervios, radicaliza la posturas y, curiosamente, la misma tensión obliga a desatender esos temas o sucesos porque, al ritmo del vértigo, un problema sucede a otro sin dejar pensar seriamente a dónde va el país y a dónde se quiere llevar. En esa atmósfera, el país vive, respira y se desespera.
*** El presidente Vicente Fox parece no advertir la tranquilidad y la serenidad con las que podría gobernar. Su pase a la historia se dio desde del momento mismo en que se alzó con la victoria electoral que marcó la derrota del Partido Revolucionario Institucional y, en esa condición, podría proponerse dos o tres objetivos muy claros, en vez de hacer de la ocurrencia un programa de gobierno. Lo que lograra hacer sería ganancia, en la medida en que tiene ya un asiento en la posteridad.
Sin embargo, el mandatario no advierte eso y vive un absurdo: su quehacer lo valora a través de su popularidad coyuntural sin dejar secar la tinta de la historia que ya escribió. Entonces, se desespera. Litiga con los medios su corona, sin darse tiempo para reflexionar seriamente los pasos que quiere y podría dar. Le falta tranquilidad y serenidad, así como un verdadero equipo de trabajo. Y, sin ese sosiego y esa paz, está transformando su victoria en una derrota.
Cada vez resulta más difícil de entender su desbocamiento, su afán de aparecer aquí y allá, su necesidad de saturar su agenda de actividades sin sentarse a gobernar en serio. Todo es movimiento en él, pero muy poco es avance. Deja sentir la necesidad de convalidar su popularidad todos los días, mostrándose en los más diversos actos y, como en esos actos, los auditorios -sean empresarios, campesinos, damnificados, intelectuales o trabajadores-, la inmovilidad política o el estancamiento económico comienzan a hacer mella, el discurso presidencial no encuentra el calor y el aplauso que necesita. La desesperación aflora.
Lo peor es que el presidente Vicente Fox advierte ese problema en el reflejo de sus actividades y no en las actividades en sí. De ahí que vea en los medios de comunicación la causa de su malestar y, en esa lógica, reprocha a éstos lo que ocurre. Pasa por alto que desde hace tiempo los medios de comunicación dejaron de cubrir a un candidato con carisma para cubrir ahora a un jefe de Estado no muy claro en el rumbo del país. Y, así, convierte su mayor virtud en su peor vicio: su carisma mediático se desportilla.
Cada gira por el exterior o el interior arroja un problema. Un desencuentro con la audiencia que el mandatario factura a los medios o a su equipo de comunicación social, sin darse cuenta de que el problema no está en el reflejo del objeto sino en el objeto reflejado. Pero sin paz ni sosiego, tiempo para reflexionar y sentarse a gobernar, el problema le resulta incomprensible.
*** El brutal homicidio de la familia Narezo Loyola y de su servidumbre derrumba cualquier discurso oficial sobre el interés del Gobierno Federal y el gobierno de la capital de la República para abatir el crimen en el país o la ciudad.
El escándalo ya no radica en el asesinato de una familia entera y el personal que la asistía, sino en la saña con que se comete el multihomicidio y la impunidad que garantiza a la delincuencia su actuación. Una y otra vez se ha escrito, se ha subrayado la necesidad de que el Estado garantice a la ciudadanía ese valor básico de la convivencia que es el respeto a la integridad y el patrimonio, pero la autoridad panista o perredista no da muestras de entender el problema.
Grave, insoportable el problema de la inseguridad pública en el caso del Distrito Federal, las autoridades capitalinas, en particular el jefe de Gobierno y el procurador, Andrés Manuel López Obrador y Bernardo Bátiz, lo toman con ligereza. Arropado en la bandera de la razón histórica de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador hace de toda crítica una expresión de la derecha y, por esa vía, incurre en prácticas políticas que tiempo atrás abominaba: negar los problemas, inaugurar obras sin terminar, aplicar políticas asistenciales más vinculadas a la política clientelar que a la atención seria del problema.
El homicidio de la familia Narezo Loyola es, por lo pronto, una cuenta más del collar de la indiferencia con que el gobierno capitalino elude entrarle en serio al problema de la seguridad pública.
*** El bloqueo de la autopista México-Cuernavaca cuestiona, en el fondo y de nuevo, el valor de la autoridad y la perversión de la representación popular, en este caso encarnada por la diputada priista Maricela Sánchez.
De tiempo atrás, se sabía que el campo es un foco rojo que cada vez cintila con mayor intensidad. Y se sabía también que cuando el hambre y la desesperación se juntan con el oportunismo político, cualquier malestar puede transformarse en algo mucho más serio. Lo que no se sabía es que cuando al hambre y la desesperación junto al oportunismo, se agregan la incapacidad y la insensibilidad en el Gobierno Federal y estatal, el malestar podría convertirse en la amenaza de un serio estallido. El secretario Javier Usabiaga y el gobernador Sergio Estrada Cajigal tendrían que pensar no sólo en el uso político que se hace del malestar social, sino también en su evidente incapacidad para entender las responsabilidades supuestas en la administración pública y el gobierno.
Ellos tendrían que reparar en sus propias responsabilidades, como en Gobernación tendrían que reconocer que los servicios de inteligencia como los de seguridad preventiva no están funcionando. Presumen que esos servicios ya no son como antes y, es cierto, ahora no funcionan. Y, en cada sorpresa con que se topa el gobierno, es cada vez más evidente que se está debilitando el valor de la autoridad que, aunque les cueste trabajo digerirlo, forma parte de su responsabilidad.
*** Es cierto que al gobierno foxista le estallan muchos problemas que se vinieron escondiendo debajo del tapete del viejo régimen, ahí no hay duda. Pero pretender vender la idea de que para esos problemas se tienen nuevas y mágicas soluciones, es lo peor que se puede hacer.
Vale el comentario por la demagogia con que los secretarios Javier Usabiaga y Luis Ernesto Derbez venden el repentino blindaje agropecuario que han construido; una capa de papel celofán le han puesto a los productos mexicanos y, así, quieren pasar una ocurrencia por estrategia. No hay presupuesto para eso, pero dicen que sí hay. Hay un problema serio, pero dicen que se sobredimensiona. Hay una realidad y la niegan ofreciendo atole con el dedo.
El caso de esos dos secretarios trae a colación un problema que su jefe, el presidente Vicente Fox, se resiste a reconocer: el gabinete no está operando. Y, en el colmo del absurdo, frecuentemente los secretarios de Estado se amparan en la figura presidencial en vez de cobijarla; eso cuando no confiesan en privado que, después de todo, ellos no pidieron ser secretarios de Estado sino que los pidieron. Ese síndrome de los secretarios de Estado sin responsabilidad frente al Estado no sólo se ve en Usabiaga y en Derbez, sino en un buen número de integrantes del gabinete.
El presidente Vicente Fox tendría que tomar nota de que más de uno de sus invitados al gobierno no tienen la talla, el peso, la experiencia ni la madurez para estar ahí y, como detalle, tomar nota de que no todos sus invitados están a gusto y contento en la fiesta a la que convidó.
*** Cada semana de manera semejante o distinta, el recuento de los días es similar al que se vio en ésta que concluye. La tensión y el vértigo crispan los nervios de los actores políticos y los desencuentros se repiten o profundizan y, por lo mismo, en vez de solucionar, se complican los problemas.
El Presidente de la República se ve solo y tenso, el jefe del Gobierno capitalino resbala toda crítica o error escudándose en la razón histórica de su certeza, algunos secretarios de Estado se asumen como invitados a una fiesta aburrida, los dirigentes partidistas bostezan, se miran al ombligo y meditan qué no hacer para llegar mejor a la próxima elección, los gobernadores no logran canalizar asertivamente el peso de su fuerza. Mientras todo eso ocurre, los factores de poder, organizados y desorganizados, resuelven emprender acciones directas sin intermediarios, saliéndose de los canales de participación institucional.
Lo paradójico de ese dinamismo político y social es que el país patina en el mismo lugar, como si estuviera estancado; es que preserva una condición relativamente estable frente a un mundo que pierde velocidad económica y estabilidad política. Y sería una pena que esa condición se perdiera, sólo porque la tensión y el vértigo crispan los nervios de quienes deberían reflejar paz y serenidad para tomar mejores decisiones.
El año entrante no se ve sencillo política, social y económicamente, la paradójica condición que guarda el país se podría perder si, finalmente, después de dos años, no se logra integrar un gobierno y establecer los términos de la transición que está en juego.
En medio de la tensión y el vértigo, el país vive, respira y se desespera, no vaya a perder la esperanza y el ánimo.