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Subsidios allá/subsidios acá/Lupa

Antonio Haas

“¡Pin.. vida...!” es la expresión más usual y sincera en boca de agricultores después de un ciclón o una inundación que deje en cero el trabajo y la inversión de todo un año. Porque todos los agricultores del mundo vivimos entre amenazas sin paliativos, entre ellas el clima y las vicisitudes del mercado. Pero no menos sincera es la conclusión: “¡Pin... vida...y que se acabe!”

Me refiero desde luego a los agricultores con cultivos legales, porque los otros siempre ganan aunque tienen una expectativa de vida muy corta. Sin embargo, hay que reconocer, junto a lo negativo de su vida (la extensión de su distribución, que ya está invadiendo hasta las escuelas primarias), la utilidad pública de la liquidez que contribuyen a la economía local. Acá en Mazatlán, por ejemplo, donde antes sabíamos de quién o de cuál compañía eran los edificios grandes, ahora vemos proyectos gigantescos elevarse de un día para otro, y cuando nos ven cara de interrogación, nos dicen, “Mejor no preguntes”.

Esta debe ser la razón por la cual los gobiernos se resisten a controlar los mercados de la droga por medio de la legalización. No hay otra razón a la vista con igual validez para tratar la droga como un veneno social cuando al alcohol, siendo igualmente pernicioso y adictivo, se le trata como una sustancia socialmente aceptable. El vicio, señores, está en el usuario, no en la sustancia.

Pero regresando a los riesgos de la agricultura legítima, este año fue la sequía la que nos noqueó. En mi huerta llovió menos de la mitad del promedio de los últimos 42 años, y entiendo que las presas en el norte de Sinaloa están surtiendo el agua con cuentagotas. Y ahora ya tenemos a cinco semanas de distancia, un enemigo de peso completo: la invasión de nuestros mercados por los productos agrícolas fuertemente subsidiados del extranjero. Por las condiciones del Tratado de Libre Comercio, el próximo 1° de enero entra en efecto su libre acceso a nuestros mercados. Por eso dijo nuestro canciller Jorge Castañeda Gutman que “la penúltima desgravación... no es un tema sencillo... pero va a ser uno de los temas álgidos” (sic: como si álgido, que implica un frío glacial, fuera sinónimo de “caldeado”).

Pero tiquismiquis aparte, nuestra agricultura no tiene defensas contra esa invasión. En primer lugar, gracias a la total mecanización del agro en los EU, su productividad excede con mucho a la nuestra, lo cual se refleja en un costo unitario de sus productos mucho más bajo que el nuestro, de manera que puede vender a menor precio sin sacrificar utilidades. Y de pilón, su gobierno les da un subsidio anual directo de 190 mil millones de pesos a sus agricultores; la Unión Europea los subsidia con 620 mil millones; Japón con 300 mil millones (datos de Manuel J. Jáuregui). Estos subsidios se les entregan personalmente a los agricultores. En México, en cambio, el muy cacareado “blindaje” del campo contra la eficacia y riqueza de sus competidores en el mercado mundial consiste en un subsidio de 100 mil millones de pesos. El truco mexicanísimo es que el subsidio no se le entregará directamente al agricultor sino por conducto de una nueva burocracia creada ad hoc que se encargará de manejar los incentivos fiscales y “otras ventajas” (sin más desviaciones políticas, esperamos). ¿Y así se supone que vamos a estar en situación competitiva con los agricultores de los EU y del Japón?

Con semejante barrera, lo mejor que podemos esperar los agricultores mexicanos es una simplificación contable con fines fiscales como la que tuvimos durante muchos años hasta que alguno de nuestros más recientes Secretarios de Hacienda decidió que, en materia fiscal no debía haber privilegio alguno, como si la agricultura tuviera resultados tan constantes y previsibles como los del comercio establecido o de las industrias con una capacidad comprobada de producir todos los días del año. Tal es prueba contundente de que nuestro México sigue siendo patrimonio exclusivo de la burocracia y no del mexicano productor de bienes y servicios.

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