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TEMAS DE FONDO / La involucración emocional ser lastimado es un riesgo

Dr. Guillermo F. Batarse

Ser lastimado es un riesgo seguro para todos los seres humanos. Las calles del mundo están llenas de gente tan lastimada por la vida, que nunca serán lo que fueron antes. Se sienten tan miserables por lo que les ha ocurrido, que se han empezado a preguntar si hay algo mal con ellas. Ellas trataron de entrar a la vida, como todo mundo lo hace, solamente para encontrar que casi se ahogan en las arenas movedizas del involucramiento emocional.

Todos hemos ya conocido y saboreado la confusión del dolor que sobreviene cuando buscamos una porción de la vida y una medida del amor. Para muchas personas haberlo intentado una vez, es más que suficiente y navegan cautelosas evitando involucrarse nuevamente, aunque en el proceso, también se pierden de muchas delicias de la vida. El trauma del dolor las inhibe a tomar nuevamente los riesgos de adentrarse en la vida y conocer el amor. Sus corazones se han amargado para siempre.

Pero, ¿es justo borrar la única oportunidad de experimentar nuestra humanidad solamente porque hay peligros en el camino? Cuando tenemos excesivamente al dolor, eso es lo que hacemos. Y es que para muchos, ha habido tanto dolor, que ponen mucha distancia entre ellos mismos y los demás. Erigen una especie de protección en contra del involucramiento cercano con los demás. Un corazón lastimado se muestra renuente a tomar nuevamente los riesgos. Y en tales condiciones, la gente puede pasarse la vida tratando de recuperar la autoconfianza que perdió por un acercamiento emocional excesivo.

¿Podemos enfrentar las posibilidades de ser herido sin retraernos de la vida? La respuesta es afirmativa si tan sólo nos damos la oportunidad de ser humanos. En efecto, podemos amar sin destruir la confianza en nosotros mismos. Cuando nuestro sentido de valía depende exclusivamente de la respuesta de otra persona hacia nosotros, nos desequilibramos. Podemos caer completamente. Si la relación colapsa, el daño a la autoestimación puede ser irreparable. Algunas veces, cuando caemos de esta manera tan estrepitosa, perdemos todo deseo de volver a levantarnos. Nos sentimos destruidos y nos preguntamos si alguna vez volveremos a arriesgarnos con el acercamiento a otro ser humano.

Cuando estamos conscientes de lo que está ocurriendo dentro de nosotros mismos, lo encaramos y le damos el nombre preciso y justo. Entonces podemos abrirnos a los demás y sin temor a traicionarnos a nosotros mismos. Podemos estar cerca de ellos y no perdernos a nosotros mismos en sus problemas y conflictos emocionales. No necesitamos hacernos pedazos por sus dilemas o identificarnos con ellos a tal grado que perdamos nuestra estabilidad psicológica. Todavía podemos cuidarlos desde determinada cercanía, pero sin dejarnos consumir o destruir por nuestra propia pasión. Podemos vivir profundamente –y con un sentido más apropiado de nuestro valor- cuando no le perdemos la pista al yo de nuestra verdadera experiencia.

El involucramiento emocional demoledor típico surge cuando somos víctimas de nuestras propias necesidades. Pensamos que estamos buscando a alguien, pero en realidad estamos respondiendo a algo dentro de nosotros mismos. Algunas veces incluso tratamos de asegurar nuestra propia identidad derivándola de alguien más. Es entonces que queremos usar a otra persona como una extensión de nosotros mismos. Cuando la otra persona no puede satisfacer nuestras necesidades o se muestra demasiado independiente de nosotros, se destruye la ilusión.

Un principio básico de la salud mental nos dice que si identificamos nuestras emociones internas correctamente, no nos sentiremos traicionados por ellas. El problema es que, las identifiquemos o no, las emociones siempre nos afectan. Éstas no son una sustancia separada de nuestras personas; son una parte integral de nuestras vidas. Las emociones nos informan acerca de nuestra identidad y nuestro significado. Cuando las encaramos –escuchándonos y observándonos pacientemente, podemos tener un retrato más fiel de quiénes somos. Este autoconocimiento nos preserva y cuida nuestra autoestimación. Solamente necesitamos una buena dosis de honestidad para descubrir lo que en realidad está ocurriendo dentro de nosotros.

El amor funciona cuando amplía la dimensión de dos personas que están tratando de responder la una a la otra. El amor no es amor realmente cuando drena a una persona para nutrir a la otra. El amor real da espacio para el crecimiento psicológico e intelectual de los involucrados. El amor funciona precisamente porque es una paradoja. Al mismo tiempo que dos personas se han fundido en una unidad, retienen su identidad y son distintos. Dos personas que se aman se validan la una a la otra a través de intercambios que se dan libremente de sus propios tesoros personales.

El amor tiene sus propias penas, pero valen la pena cuando se conectan al crecimiento genuino y no a la frustración. Si mantenemos contacto con el yo de nuestra propia experiencia, tenemos algo sustancial por comunicar a la persona que amamos. Se dice que la comunicación es una necesidad absoluta de cualquier relación amorosa. La vida en efecto puede lastimarnos, pero el dolor se debilita cuando hemos aprendido a escucharnos a nosotros mismos y cuando nos hemos dicho la verdad.

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