Como individuos libres, cuando tomamos la iniciativa, inevitablemente nos arriesgamos al fracaso. De la misma manera que hay posibilidades de éxito en la vida, también hay un buen espacio para el fracaso. La libertad individual es una idea maravillosa y un buen punto para comenzar. Pero para vernos e identificarnos como una posibilidad, tenemos que tomar los riesgos requeridos. En la misma posibilidad de la libertad, está el riesgo de la pérdida y de ser lastimados.
Por la naturaleza competitiva de nuestra sociedad, tendemos a confundir los símbolos objetivos del éxito con una vida satisfactoria. El problema al hablar del éxito es que éste es un juicio, una evaluación de algo que ya ha ocurrido, y una comparación de nosotros mismos con otros primariamente basada en parámetros materiales. Desafortunadamente, meramente acumular símbolos del éxito no es una garantía de que lo vayamos a conseguir.
Pensar en el éxito en términos de nuestro funcionamiento, suministra una motivación constante. Empero, percibir el éxito en términos de la acumulación de poder y riqueza es una opresión fútil e interminable. Participar en nuestros proyectos con pasión y efectividad ciertamente es inspirador. Pero ganar en la carrera de la competencia no siempre constituye una victoria. Si solamente perseguimos las cosas materiales, una vez que las obtenemos, dejan de tener importancia y nos impulsan a buscar más y más. Nos podemos volver adictos al éxito, definido exclusivamente en la obtención de riquezas materiales, y, en el proceso, perdemos el sentido de dirección.
Hay algo que falta en la conversación de nuestra cultura acerca del éxito. Los símbolos culturales del éxito no se dirigen a nuestros intereses fundamentales como seres humanos. ¿Significa eso que el éxito material es ilegítimo o que es una meta trivial? No, no en absoluto. Significa que mirar a estos símbolos para dar significado a nuestra vida, simplemente es inoperante. Las propiedades, los automóviles y un lugar relevante en la sociedad son gratificadores en un territorio de la satisfacción. Y eso es sin lugar a dudas. En un nivel más significativo, sin embargo, el verdadero éxito requiere que apreciemos más espiritualmente el proceso de vivir, que tengamos prioridades que antecedan a la acumulación material y que nos deshagamos de una vez y para siempre de la vieja concepción que los “fines justifican los medios”.
Cuando nuestra ambición está motivada por un cometido y una fidelidad a nuestros ideales, operamos desde una perspectiva más poderosa, que si simplemente estuviéramos motivados a adquirir los símbolos del éxito. Los hombres y mujeres que han llegado verdaderamente a la cumbre, son aquéllos que estaban motivados para adquirir la excelencia personal y para contribuir en algo a la humanidad. Su motor principal no era el deseo irrefrenable de adquirir riquezas y poder. Los que han tenido esta motivación y han visto sus sueños hechos realidad, han caído en la trampa del vacío, de la codicia y de la confusión.
Llegar a sentirnos completos y satisfechos, tiene mucho que ver con la interacción con otros. No nos experimentamos seriamente satisfechos porque hayamos hecho un buen trato de negocios o porque hemos ganado un juego de tennis. Experimentamos el éxito porque hemos participado en algo con toda nuestra pasión, determinación y propósito. El esfuerzo completo es victoria completa. Nuestros logros siempre tendrán que involucrar a otra gente. El éxito siempre implica abrir puertas para otros y contribuir a la experiencia del éxito personal de otros.
Cuando tomamos como individuos una posición acerca del éxito que integre los principios de la libertad, de los riesgos y de los ideales, servimos a la sociedad en su totalidad. Al justificar una sociedad que protege la libertad personal, maximizamos la posibilidad de creatividad, renovación y empresa personal. Al final, toda la sociedad se beneficia. Una sociedad libre solamente florece cuando sus miembros están dispuestos a tomar los riesgos requeridos de la creatividad y de la pasión. Una sociedad libre es una sociedad de trabajo.
Una clave para permitir la libertad e iniciativa individuales es la tolerancia, la aceptación y la preocupación por otros, inmersos en una cultura competitiva que carece de ellos. Tal clima permite a la gente tomar los riesgos de la vulnerabilidad y de la apertura, y de compartir unos con otros tanto sus fallas como sus más altos ideales. Tomar los riesgos de ser vulnerables, profundiza la conexión entre la gente. Las relaciones desarrollan una dimensión privada cuando la gente es vulnerable una frente a la otra. A través de tomar los riesgos de ser vulnerable, reconstituimos nuestras relaciones con los demás y nuestra realidad social.
Reconocer y actuar sobre nuestras posibilidades requiere un propósito valeroso hacia nuestros principios y una disposición a arriesgar el fracaso total. También tenemos que aceptar sin máscaras de bravura el hecho de nuestra vulnerabilidad, como seres humanos común y corrientes que somos. Para descubrir nuevas posibilidades, tenemos que explorar y encontrar nuevos desafíos, y claro, con la premisa de que no tenemos garantías de nada.