Sin ser yo asmático, me sofoca la indignación cuando oigo algún socialista de salón despotricando sobre el agro y los latifundios y alabando el agrarismo cardenista sin saber ni jota de lo que requiere la agricultura moderna en extensiones y tecnología para ser económicamente viable. Tal discurso parece un desfile de modas ya muy pasadas.
Ahora yo voy a sonar igualmente categórico, pero con la pequeña diferencia de que yo he pasado mi vida adulta cultivando la tierra con la esperanza de tener una seguridad económica que sólo se asoma de vez en cuando, lo apenas suficiente para que no muera la esperanza.
En cualquier trato con la naturaleza, las variables son infinitas y, en su mayoría, desconocidas. Por lo mismo, en la lotería agrícola hay que comprar el mayor número posible de boletos, o sea la máxima extensión de tierra posible, cosa ilegal en México mas no en Canadá ni en EU. Mas a pesar de eso y sus opulentos subsidios, los agricultores de allá también sufren ocasionales descalabros que los dejan temblando.
Pero ¿cuál es la ventaja de sembrar 10,000 hectáreas en vez de diez? Que sólo tales extensiones pueden sostener los elevadísimos costos del cultivo de los cereales que son la base alimenticia del hombre y sus animales, amen de los ciclópeos tractores multiusos que pueden dar servicio a mil hectáreas diarias, desde sembrar la semilla hasta cosechar y encostalar el producto. Todo lo maneja una sola “familia nuclear”: padre e hijo manejan la maquinaria, la madre se ocupa del hogar, y la nuera, de la contabilidad.
En su libro sobre su viaje a México, “A visit to don Ottavio”, la prodigiosa inglesa Sibylle Bedford nos deja una viñeta inolvidable. Ella y su amiga se vinieron de Nueva York en tren, atravesando la desolación de las grandes praderas del oeste medio con sus infinitos horizontes de maíz, trigo, y demás cereales con, de vez en cuando, una casa de tablas alguna vez pintadas. En una de éstas, vieron a una viejita sentada en una mecedora contemplando la distancia. Semanas después, en la sierra michoacana, ellas pasaron por una aldea paupérrima donde vieron a una abuelita sentada en la tierra pisoneada jugando con sus nietecitos desnudos. Y se pregunta doña Sibylle cuál de las dos viejitas habría tenido mejor vida, concluyendo que la respuesta debía encontrarse “between two shrugs”(“entre dos quién-sabes”).
Las izquierdas, en cambio, no admiten dudas: la autonomía implícita en su credo “Tierra y Libertad” es una ficción, porque la tierra esclaviza al dueño, acéptenlo o no los propios agraristas.
El ejemplo obligado de la justicia agraria y su prócer favorito es Lázaro Cárdenas. Al ver el fracaso del programa agrario de la Revolución, Cárdenas intentó acabar, con el latifundismo repartiendo 18 millones de hectáreas entre un millón de campesinos (“Genocidio Económico: Capitalismo en el Campo”, Maruxa Vilalta, periódico de la capital , 16-XII). Siendo así, les tocarían 18 hectáreas por piocha, aunque en aquellos años se hablaba de parcelas de 20 hectáreas (lo recuerdo porque a mi familia le tocó el ramalazo y yo ya tenía edad de comprender lo que estaba sucediendo.)
Bien, pero ¿qué ha pasado con ese millón de parcelas de 18 hectáreas cada una? Desde luego que la tierra ahí está, pero ¿en manos de quién? Suponiendo que todas estuvieran en manos de alguno de los 50 o 60 descendientes del beneficiario original, la siguiente pregunta sería ¿qué habrá pasado con los demás descendientes de aquel agrarista afortunado? Con muy contadas excepciones, esos descendientes abandonaron el campo para engrosar las multitudes del pobrerío urbano, mientras que los más aventados arriesgan su vida día con día tratando de cruzar la frontera norte para enriquecer aún más el agro de un país que tuvo el buen tino de nunca castrarse económicamente por motivos ideológicos, como lo hizo México con su agrarismo soñador.
Ya lo sé: Me he puesto de pechito para que los plumizquierdosos me tiznen y me cuelguen remoquetes a su antojo. Háganlo. Pero para legitimar su vituperio deberán ofrecer cuando menos una razón lógica y no ideológica. Si no, no vale.