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Transición en proceso

Luis F. Salazar Woolfolk

A punto de cumplir dos años el Gobierno de Vicente Fox, enfrenta la disyuntiva de cimentar el futuro democrático del país o ser una Caja de Pandora, de la que salgan fuera de control los intereses que cobijaba el viejo régimen y que continúan al amparo de la lentitud de la transición.

Contrario a lo que sostienen algunos de sus críticos, el candidato Fox cumplió con las expectativas de los electores al sacar al PRI de Los Pinos, como cierre de una época e inicio de otra en el proceso de transición hacia la democracia plena.

El hoy Presidente cumplió con el papel que le asignó la historia, como el líder social y político que con el apoyo de un partido y sobre todo con el impulso de la sociedad mexicana, hizo posible la alternancia en el ejercicio del poder después de setenta años de hegemonía de un solo grupo y ejercicio excluyente del poder público. Fox no llegó solo y como tal, a la postre no podrá gobernar solo y menos aún llevar a cabo las reformas estructurales que pongan al día a nuestras instituciones. Quienes piensen lo contrario o esperen todo de éste o cualquier otro Presidente, lo hacen añorando un esquema agotado.

Lo anterior porque en el sistema de partido de Estado, el marco constitucional y las leyes que de él emanaron fueron diseñados para procesar el poder presidencial omnímodo y para sostener a un solo partido en la cúspide.

En esa tesitura, es evidente que la sola alternancia en el ejercicio del mando, el cambiar de un partido a otro no es suficiente para trascender hacia la plena democracia a la que aspiramos. La renovación del Pacto Federal que responda a las nuevas relaciones entre Federación, Estados y Municipios y los cambios que demanda la vigencia plena de la División de Poderes, encabezan una larga lista de prioridades en la que se incluyen las reformas de los sectores laboral, energético y en materia fiscal.

Por ello al inaugurar la Cuarta Asamblea General de la Confederación Parlamentaria De las Américas que se celebra en Ixtapa de la Sal, el Presidente señaló que los cambios sólo podrán ser consolidados y ser irreversibles, si son fruto del perfeccionamiento de las instituciones, porque “hoy mas que nunca, la ciudadanía espera más de la democracia y demanda arquitecturas institucionales que eviten la concentración excesiva del poder”.

No obstante que el planteamiento que precede es elemental e inobjetable en teoría, lo cierto es que los esfuerzos del Gobierno de la República y de los Partidos en el sentido de converger hacia los objetivos indicados para consolidar los cambios, no han sido suficientes y dejan mucho qué desear. Durante los últimos dos años, hemos vivido la constante de una tensión estéril entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo, que debe tomar el curso propositivo y constructivo que la nueva realidad demanda.

Las razón por la cuál esto acontece, obedece al empeño de algunos por mantener la protección a los intereses que cobijaba el viejo régimen y que frente al cambio, se encuentran en riesgo de perecer. A la par, alienta la nostalgia de los perdedores y su deseo irrefrenable de volver por la revancha con los ojos fijos en el pasado, lo que les impide hacer una propuesta de cara al futuro y actuar en consecuencia.

El proceso de elección para renovar la Cámara de Diputados que está en puerta, no brindará por sí solo la solución a esta preocupante y al tiempo saludable tensión. Los resultados de dichas lecciones son poco previsibles en detalle sin embargo, lo seguro es que ninguna de las fuerzas políticas lograrán una mayoría suficiente para impulsar en solitario las reformas que el país requiere con urgencia.

Por ello quienes apuestan al fracaso de la alternancia, atentan contra el futuro del país. El pueblo elector puso en manos de Vicente Fox la llave para abrir la puerta del cambio sin embargo, el futuro de nuestra democracia está detrás de otra puerta cerrada con múltiples chapas, cuyas llaves se encuentran dispersas en manos de los diversos segmentos de la sociedad y de las distintas fuerzas políticas.

Los protagonistas de nuestra vida pública, que escatimen su apoyo al esfuerzo de reforma institucional que se requiere, deben prever que ni el actual Presidente ni su partido, ni cualquiera otro hombre o partido, podrán gobernar en México en adelante, sin la concurrencia de los demás hombres y el resto de las fuerzas políticas.

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