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Tres histerias colectivas/Lupa

Antonio Haas

Tales son los espasmos delirantes con los que el pueblo mexicano da por terminado el año. Comienza con el fervor guadalupano del día 12 de diciembre, fervor legítimo del pobrerío y la grey aunque totalmente espurio en los medios de comunicación. Lo sigue el fervor navideño, que comienza desde el Thanksgiving gringo (último jueves de noviembre), culmina en la noche del 24 y se colapsa con la resaca del 25, tanto de parte de los donantes como de los recipientes de los regalos amanecidos. Y el último es el fin de año, cuando yo, aun en mis años más noctámbulos, siempre me acostaba y apagaba la luz a las diez de la noche para evitar, a como diera lugar, el delirio estrangulante de los abrazos de las 12.

Aunque suene exagerado, yo lo tengo que decir: toda celebración multitudinaria como las susodichas -y sin olvidar el 16 de septiembre- me producen una tristeza desoladora. No podía ser menos, puesto que esos derrames endócrinos colectivos son la materia prima del fascismo, y no exagero puesto que su carácter fundamental es la suspensión del pensamiento crítico individual, a favor de una pasión colectiva muy fácilmente manipulable. Lo único que nos ha salvado en México- ¡gracias a Dios! - es la falta del líder carismático indispensable para transformar esa sobreabundancia emocional en una pasión mesiánica de ésas que han hundido en la tiranía del fascismo a pueblos enteros con culturas tan superiores como el alemán bajo Hitler, el italiano bajo Mussolini, y el español bajo Franco. Culturalmente, los rusos no cuentan: son como mexicanos con estepas.

El tema es demasiado extenso, por lo cual en esta ocasión me limitaré a comentar el delirio que más nos concierne a nosotros: el mexicanismo guadalupano, una realidad actual basada en una ficción histórica. Su origen, para comenzar por lo más grueso, no es mexicano sino español, de Extremadura, y su culto lo trajeron los soldados extremeños de Cortés. El santuario original de la Virgen de Guadalupe está allá, y la Virgen era morena por árabe, igual que su nombre (Uadi al-lub, “río de cascajo negro”), un legado de los ocho siglos del imperio árabe en España.

En cuanto al milagro del Tepeyac, hay mucha historia amén de la “Carta Guadalupana” de nuestro eximio historiador del siglo XIX, don Joaquín García Icazbalceta. A él se le puso a su disposición la vasta biblioteca del obispo “Fray don Juan de Zumárraga”, con la tarea de buscar cualquier mención del milagro del Tepeyac, las rosas y la imagen de la Virgen. Aunque no encontró en ningún documento mención alguna de Juan Diego o su milagro, el honesto historiador que fue don Joaquín dijo que él, como católico, seguía siendo guadalupano. (Hablo de memoria porque traigo perdido mi ejemplar de su “Carta Guadalupana”.)

Tal es la realidad histórica de la leyenda que la reciente canonización de Juan Diego vuelve absurda, si no blasfema. Lo del Tepeyac es un ejemplo clásico de la estrategia sincrética de la Iglesia: ese cerro había sido santuario de Tonantzin, la diosa madre de los aztecas, por lo cual la sustitución de una Virgen mora por la diosa azteca facilitó notablemente la conversión de los indígenas. Desde entonces se sigue venerando ese cerro como un lugar sagrado. Muchos años después de la fecha del presunto milagro se presentó una pastorela para atraer a los indios remisos y confirmar a los conversos. El resultado fue la hermosa leyenda de las rosas y la Virgen del Tepeyac, tradición a mi juicio traicionada por la canonización del personaje ficticio que es Juan Diego.

Posdata: Ese jueves hice mi comentario radiofónico semanal sobre este mismo tema y en la mesa donde desayunamos varios amigos. Al terminar, dije que seguramente me estaban lloviendo madres de todo Mazatlán. Uno de los habituales llegó tarde y dijo que “traiba buchi...”. Resulta que había llevado a una tía suya al aeropuerto y con el radio puesto. Al oír lo que yo estaba diciendo, la tía se puso furiosa. “¡’Oy nomás lo que está diciendo!”, exclamó.”Por pen... como ése, México se está haciendo comunista”. Se los paso al costo.

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