EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Un balance/Primer aniversario

Sergio Aguayo Quezada

Resulta imposible evadir el tema que domina los medios de comunicación. Lo abordo con un balance de las consecuencias que ha tenido el atentado de hace un año a las Torres Gemelas de Nueva York dejando para otra ocasión las consecuencias que tuvo para nuestro país.

Uno de los temas clásicos de la sociología es el de las consecuencias no buscadas o los efectos perversos. El razonamiento es el siguiente: independientemente de las motivaciones que tengan, las acciones de individuos o grupos frecuentemente desembocan en efectos no buscados que pueden ser positivos o negativos para quienes lanzaron la acción inicial. En otras palabras, la historia puede hacer jugarretas de todo tipo lo que explica las limitaciones de quienes intentamos comprender sus variables y explicar su rumbo. La evaluación de lo sucedido después del atentado confirma lo acertado de la propuesta desarrollada, entre otros, por Raymond Boudon (Effets pervers et ordre social, Paris, PUF, 1977).

Entre los objetivos de los ataques lanzados por la organización encabezada por Osama bin Laden estaba, primero, golpear los símbolos del poderío estadounidense al que asocian con el origen de todos los males para apoyar una estrategia que tiene como propósito último derrocar a los regímenes árabes aliados a occidente. Por ese sendero avanzarían en su meta de construir un mundo regido por la ortodoxia venerada por los seguidores más radicales del Islam. El ataque tuvo un éxito que rebasó las expectativas de Al Qaeda. Es difícil pensar en acciones de ese tipo que tuvieran efectos tan enormes. Las oleadas de kamikazes japoneses lanzadas contra navíos estadounidenses durante la Segunda Guerra, o los palestinos desesperados que se inmolan ante blancos civiles y militares israelíes, son juegos de niños frente a lo obtenido por los comandos de Al Qaeda. Además de destruir un par de gigantescos edificios y una parte del Pentágono, mostraron las debilidades de los servicios de inteligencia estadounidenses y causaron un daño enorme a la economía de Estados Unidos y occidente. Algunas ramas de la economía, como las líneas aéreas, todavía no se recuperan y la psicosis que vive nuestro vecino país muestra la profundidad de la herida inflingida.

Desde otra perspectiva, la causa del fundamentalismo islámico pagó un costo en muchos sentidos mayor. Las represalias de Estados Unidos y sus aliados se dirigieron, en primer término, contra el régimen Talibán de Afganistán al que derrocaron en una operación tan sencilla como gigantesca fue la exhibición de superioridad militar estadounidense. El costo en vidas y destrucción fue enorme y Al Qaeda perdió su base de operaciones más segura. Simultáneamente, los gobiernos de diversas partes del mundo endurecieron su política contra el radicalismo islámico mientras que virtualmente todo el mundo colaboraba en la campaña contra esas organizaciones.

En este aniversario es indispensable mencionar el retroceso que sufrió la causa del pueblo palestino. El director de la sección internacional de El País, Miguel Ángel Bastenier, señala -en la edición del 10 de este mes-una cruel paradoja: “el primer ministro israelí Ariel Sharon es el gran beneficiado por las secuelas del 11 de septiembre”. La razón es que Sharon supo establecer un paralelismo entre los atentados suicidas palestinos y el terrorismo de Al Qaeda lo que retrasó la posibilidad de un avance en la solución del conflicto. En esta relación debe incluirse el costo pagado por otros pueblos árabes que sufren las consecuencias de esa mentalidad de fortaleza que baña a Europa.

No son los únicos. En su informe de este año, la Secretaria General de Amnistía Internacional, Irene Khan, señala la rapidez con la que gobiernos de todo el mundo sacrificaron los derechos humanos invocando, como tantas veces en el pasado, lo sacrosanto de la seguridad para, por ese camino, aplastar a opositores internos. Uno de los casos es la ofensiva del gobierno chino contra los musulmanes de la Región Autónoma de Xinjiang Uighur justificándolo con una supuesta asociación al terrorismo internacional.

A lo largo de estos doce meses se ha ido decantando el ya viejo debate sobre el tipo de relación que debe existir entre la seguridad y los derechos humanos. En este terreno, lo verdaderamente notable ha sido la fortaleza mostrada por las heterogéneas legiones que defienden al humanismo. Con sus denuncias y sus acciones no han derrotado, pero sí han contenido, a gobiernos como los de Estados Unidos e Inglaterra que en su cruzada contra el terrorismo han atropellado libertades básicas. La legendaria American Civil Liberties Union ha elaborado un informe enumerando las medidas tomadas por Washington (Insatiable Appetite: The Government’s Demand for New and Unnecessary Powers After September 11). No se trata solamente de fortaleza moral para oponerse a las oleadas de un patriotismo que en ocasiones se expresa agresivamente. Lo gratificante ha sido la sofisticación de los argumentos utilizados para defender las tesis humanitarias. Uno de los aspectos más notables es la rapidez y claridad con la que este sector condenó los actos terroristas que ponen entre sus blancos a civiles no combatientes para, por ese camino, refutar la falsa tesis de que hay una dicotomía entre la seguridad y los derechos humanos. Esta reconceptualización ha estado tras la ofensiva jurídica contra los aliados de ETA y las organizaciones guerrilleras colombianas que secuestran civiles justificándose en la liberación de sus pueblos. Uno de los exponentes más destacados es el secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, Kofi Annan, quien precisó en enero de este año que “todos deberíamos tener claro que no hay ninguna contradicción entre una acción eficaz contra el terrorismo y la protección de los derechos humanos. Por el contrario, creo que, a la larga, comprenderemos que los derechos humanos, junto con la democracia y la justicia social, constituyen la mejor profilaxis contra el terrorismo. Aunque está claro que son necesarias la vigilancia para prevenir los atentados terroristas y la firmeza a la hora de condenarlos y castigarlos, sería contraproducente sacrificar en el proceso otras prioridades clave, como los derechos humanos”.

Así pues, en el último año el radicalismo terrorista ha retrocedido en legitimidad y en su capacidad para lanzar ataques. En relación a otras etapas y circunstancias el ideal humanista ha resistido bastante bien en todo el mundo. No han sido intimidados los promotores de las mejores ideas producidas hasta ahora por la humanidad. No hay por supuesto espacio para el optimismo excesivo, pero tampoco para el pesimismo. Es el momento de entender que la dignidad humana -ésa que está por encima de la intolerancia radical- exige una defensa constante y multidimensional que enfrenten las tesis y acciones oscurantistas, vengan éstas de Osama bin Laden o de George W. Bush.

La miscelánea

Habría poco que decir si las diferencias entre Pedro Ferriz de Con, Carmen Aristegui y Javier Solórzano fueron las que frecuentemente aparecen entre los socios de una empresa. Como el objetivo expreso de Ferriz de Con es restaurar la disciplina y el orden al interior del Grupo Imagen, eso lleva las disputas al terreno de la libertad de expresión. En ese campo la solidaridad con Carmen y Javier deja de ser una opción y se convierte en un deber.

Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1794

elsiglo.mx