Se cumplieron ya 40 años del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II cuya realización anunciara el papa Juan XXIII en enero de 1959 y cuya primera sesión, bajo su personal dirección, ocurrió el 11 de octubre de 1962 mientras que la última de ellas, ya bajo el pontificado de Paulo VI, tuvo verificativo en diciembre de 1965.
¿Cuál es hoy, después de casi medio siglo, el “estado de salud” del Concilio? Lo primero que habría que decir que para cualquiera que observa con honestidad lo ocurrido en el último período de la historia de la Iglesia Católica, es obvio que los textos conciliares son, con toda seguridad, los más citados durante el mismo lapso, pero también los menos leídos. Existe una gran cantidad de teólogos que continuamente se refieren al Vaticano II, a su “espíritu”, pero que escriben y publican toda índole de afirmaciones contrarias a la letra del mismo Concilio.
Un ejemplo claro de lo que está ocurriendo, fueron las reacciones suscitadas ante la publicación de la declaración ‘Dominus Iesus’ (Señor Jesús), publicada en septiembre del 2000, que reafirmaba la “unicidad salvífica de Jesucristo” y repetía que la Iglesia de Cristo sólo puede existir en plenitud en la Iglesia Católica. Texto que fue cuestionado por 73 teólogos, entre los que se contaron el salvadoreño Jon Sobrino, el brasileño Leonardo Boff, la colombiana Ana María Bidegain, muchísimos españoles y otros importantes, como el alemán Hans Küng. El estilo que al documento vaticano ha querido y aprobó solemnemente el papa Juan Pablo II, fue definido por tales teólogos como “más próximo al Syllabus de Pío IX, que al documento del Concilio Vaticano II”, además de afirmar que el mismo contiene “expresiones ciertamente ofensivas para las personas creyentes de otras religiones”.
Lo interesante es, sin embargo, que la totalidad de las afirmaciones contenidas en ‘Dominus Iesus’ se sustenta, precisamente, en textos del Concilio Vaticano II, que son los más frecuentemente citados en las 36 páginas del documento. Ello, entre otras cosas, evidencia que ha sido el Concilio “desconocido” o, mejor, “olvidado”, el primero que, en los últimos tiempos, ha rescatado la “unicidad salvífica de Jesucristo”.
Al margen el derecho de los teólogos a hacer sus críticos, mismo de que también gozan los exponentes de otras iglesias y comunidades eclesiales cristianas y no católicas, que ciertamente hicieron comentarios muy negativos sobre la declaración, el ejemplo mencionado demuestra cuánto trabajo más habrá que realizar aún para que el Vaticano II sea conocido, profundizado y asimilado en sus verdaderos textos y no sólo en su supuesto “espíritu”, dado que no puede existir un “espíritu” del Concilio que contradiga la “letra” del mismo.
Lo anterior, adicionalmente, evidencia cuán utópicos son los deseos y esperanzas de quienes querrían un nuevo Concilio, un Vaticano III. Tal propuesta, fue formulada en los años 70 desde grupos teológicos progresistas, argumentando que el mismo permitiría “completar las reformas que se dejaron incompletas”, reapareciendo al inicio de los años 90, esta vez alentada por sectores más conservadores, deseosos de “dogmatizar” algunas enseñanzas morales de la Iglesia.
Al final de los 90, durante el Sínodo de octubre de 1999, el cardenal italiano Carlo Maria Martini propuso un Vaticano III de corte progresista, e incluso existe un sitio en Internet que recopila las adhesiones al nuevo Concilio (www.prooncil.org) y en el cual se han inscrito algunos cardenales y obispos latinoamericanos -el arzobispo emérito de Sao Paulo, Pablo Evaristo Arns- y, también, un jefe de Dicasterio de la Curia Romana, el obispo japonés Stephen Fumio Hamao, presidente del Consejo para la Pastoral de los Emigrantes.
Otro ejemplo de cómo el Vaticano II espera todavía su plena actuación, es la reforma litúrgica que en muchos casos ha sido aplicada con abusos. En los años turbulentos del post-concilio, valdría recordar, parecía que la “vieja” devoción popular debía desaparecer y hoy aún existen teólogos “iluminados” que la tratan como verdadera basura cuando son ellos quienes deben cambiar por que, también en este caso, el ejemplo del Papa está clarísimo: Juan Pablo II ha querido introducir el culto del nuevo santo mexicano Juan Diego y de la Virgen de Guadalupe en el calendario universal de la Iglesia, al mismo nivel de las fiestas de la Virgen de Lourdes y de Fátima.
El 16 de octubre próximo, aniversario de su elección pontificia, el Papa hará pública una nueva Carta Apostólica sobre el tema del Santo Rosario y despreocupado de las reacciones de teólogos que hablan siempre del Concilio sin recordar lo que está escrito en sus textos, anunciará el añadido de una “cinquina” a la clásica oración: cinco nuevos misterios a considerar, dedicados a la vida terrena de Jesús.