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Un crimen que conmovió a la Comarca Lagunera

Una gavilla de asaltantes comandada por un sujeto conocido como “Polo Polito” enlutó a La Laguna en 11 de mayo de 1931, al matar a 4 personas

A petición de una de nuestras lectoras, sale a la luz, uno de los casos de más relevancia que se han publicado en las páginas de El Siglo de Torreón; se trata de un homicidio múltiple, cometido por una gavilla de asaltantes en el área de Raymundo el 11 de mayo de 1931 a la una y media de la mañana, habiendo perdido la vida los hermanos Vicente y Miguel Ortega, Esther González, esposa de Miguel y el empleado, Juan Cruz.

Esta historia que fue una de las más conmovedoras de su tiempo, motivó que El Siglo de Torreón tirase una edición especial en una sola página impresa por un sólo lado, para dar a conocer los pormenores, dada la saña con que se llevaron a cabo las ejecuciones en lo que se conocía como el balneario “Raymundo” y que no era otra cosa que una cantina en donde gran cantidad de personas acostumbraba a acudir a platicar, descansar y comer algo mientras disfrutaban de alguna bebida.

Motivo de esta remembranza

El pasado 9 de octubre, a las siete de la tarde, se recibió en El Siglo de Torreón un correo electrónico enviado por la señora Esther Ortola, ahora radicada en Covina, Ca., Estados Unidos, el cual dice lo siguiente:

“Espero que alguien en El Siglo de Torreón, me pueda ayudar. Me llamo Esther Ortega de Ortola y nací en Torreón en 1925. Mis padres fueron asesinados en Lerdo el día 10 u 11 de mayo de 1931 y estoy buscando información sobre lo que pasó ese día. Yo solamente tenía cinco años de edad. Mis padres eran Miguel Ortega Galiano y Esther González González. Yo sé que fueron matados en un sitio que se llama balneario “Raymundo” y según uno de mis parientes, este crimen fue reportado en su periódico durante los días siguientes”.

“Les agradezco si pudieran enviarme copia de los periódicos o datos sobre este crimen”.

En atención a esta petición, personal de El Siglo de Torreón procedió a la revisión de la hemeroteca, en donde se encuentra en el cuaderno del mes de mayo de 1931 una solitaria hoja fechada como “Extra”, (edición especial) y en la que se lee en cabeza a ocho columnas en tres pisos: “Sangriento asalto en Raymundo, fueron asesinados salvajemente tres hombres y una infeliz mujer”.

Ésta es la historia

El 11 de mayo de 1931, se publica en edición especial de El Siglo de Torreón la historia de la tragedia, misma que en términos generales relata lo siguiente:

Era aproximadamente la una y media de la mañana de hoy, cuando llegaron hasta Raymundo, un sitio a la orilla del río Nazas, en donde había una construcción que se utilizaba como salón de baile, cantina y restaurante, cuatro hombres embozados que armados de rifles y pistolas, irrumpieron violentamente al local de la cantina en donde se encontraban los hermanos Vicente y Miguel Ortega, junto al joven Juan Martínez, (encargado de la pianola) y en el fondo de la cocina la sirvienta Virginia Martínez.

“Manos arriba, que nadie se mueva, esto es un asalto”, gritaron los facinerosos a y mientras uno de los embozados se acercó a Juan Martínez y le dijo que estuviera quieto, otro más entró a la cocina y sacó a empellones a Virginia, para colocarla a un lado de los hermanos Vicente y Miguel Ortega que tenían a su cargo la cantina y en ese momento hacían cuentas del día de trabajo.

Los gritos y maldiciones de los maleantes llamaron la atención de otro empleado, Juan Cruz, quien entró de improviso a la cantina y de inmediato fue encañonado por los maleantes.

Los asaltantes exigieron el dinero y pasando uno de ellos al interior del mostrador, se apoderó de la venta del día que eran aproximadamente 500 pesos, pero no conforme con eso, apuntó a uno de los hermanos Ortega y le exigió más dinero. Miguel, que era el amenazado, les dijo a los maleantes: “Hay tienen ustedes la puerta franca, pero no vayan a matarnos, sean humanos, ninguna necesidad tienen de abrir fuego contra nosotros que estamos indefensos”.

Luego, les señaló: “Ahí, bajo esa caja de cartón, hay unos cuantos pesos más, llévenselos y lleven lo que quieran, no tenemos joyas ni cosas de valor, pero por favor no nos maten, allá adentro hay tres inocentes chiquillos que me necesitan”.

Juan Martínez, el encargado de la pianola, poco a poco se fue escondiendo atrás del aparato musical, mientras tanto, el que parecía el jefe de la banda, les dijo a los dueños y empleados del lugar: “Háganse para allá, los vamos a fusilar” y enseguida los obligó a que se pusieran de espaldas a la pared en la parte posterior de un patio ubicado a la derecha de la cantina. Quedó primero Juan Cruz, luego los hermanos Vicente y Miguel Ortega Galiano y casi junto a la puerta la sirvienta Virginia Martínez.

Los maleantes se dispusieron a disparar sobre sus víctimas y cuando apretaron el gatillo, Virginia salió corriendo al patio y evitó ser tocada por las balas, mientras que las otras tres personas caían abatidas por proyectiles de rifles 30-30 y mauser de 7 milímetros, además de que se encontró sobre el marco de madera de una puerta, una bala de pistola calibre .32.

Asustada por las detonaciones, la señora Esther González de Ortega sale corriendo de sus habitaciones que estaban en la parte posterior de la cantina, llevaba en sus brazos a las pequeñas Esther y Concepción, de escasos cinco y dos años de edad respectivamente.

Al darse cuenta la señora González de Ortega de lo que ocurría, cambia de dirección en su loca carrera y se dirige al fondo del patio, en donde estaban las viviendas de los sirvientes; en ese momento uno de los bandidos que se habían quedado de guardia en el patio, la descubre y le dispara, hiriéndola mortalmente en la región supraclavicular del lado izquierdo y con salida en la región escapular del lado derecho. Cae y en el impulso arroja a sus hijas a una acequia cercana, atrás de unos arbustos y el maleante que le disparó ya no se molestó en buscar a las menores, gracias a lo cual pudieron salvar sus vidas.

Las dos niñas fueron recogidas minutos después por la sirvienta Virginia Martínez que había escapado del ajusticiamiento.

Pasados esos trágicos momentos, volvió a reinar el silencio en el balneario “Raymundo” y así estuvo hasta las seis de la mañana que un empleado se atrevió a salir y verificar que todos los malhechores se habían retirado; fue en ese momento que se dirigió a Lerdo a dar parte a las autoridades de lo que había ocurrido.

A las ocho y media de la mañana llegaron los primeros representantes de la Ley al sitio de la tragedia y dieron cuenta del estado en el que quedaron los cuerpos de los asesinados y los destrozos causados por los asaltantes.

El dueño del lugar, Marcelino Estrada, acompañado del cónsul de España en México y otros miembros de la Colonia Española, se hicieron presentes, el presidente municipal de Torreón, dos regidores y los jefes de la policía de Lerdo, Torreón y otros funcionarios municipales, el jefe de las Comisiones de Seguridad y efectivos militares.

Una vez que estuvieron las autoridades en el lugar, se comunicaron a las haciendas cercanas dando a conocer los hechos y salieron contingentes a Mapimí, Tlahualilo, 6 de Enero, El Rayo y Torreón.

En la edición del 12 de mayo, El Siglo de Torreón da cuenta de que en diferentes rumbos se empieza a detener a sujetos sospechosos y los primeros fueron: José Jácquez, los hermanos Prudencio y Benito Valles, Manuel Carreón, Antonio Morones y José Ramírez.

De esta primera partida, solamente los hermanos Valles no pudieron comprobar dónde estuvieron la noche anterior y mostraron claras huellas de haber estado sin dormir.

En el balneario “Raymundo”, se empezó a interrogar a los testigos y el primero de ellos, Juan Martínez, el encargado de la pianola y la sirvienta Virginia, coinciden con los hechos tal y como se relataron líneas arriba, agregando solamente que dos de los delincuentes llevaban camisas de seda blancas y pantalón de mezclilla, botas y texanas, mientras que otros dos iban con pantalón de pechera, guaraches y sombreros de palma.

En algunas de las rancherías cercanas siguieron las detenciones de personas sospechosas y así caen en manos de la justicia Julio Castañeda y Lorenzo Corrales, el primero de ellos con amplios antecedentes delictivos, ya que dos años antes había matado a un vendedor ambulante en Picardías, Durango y al momento de ser sorprendido, junto a él se encontraron enterradas algunas monedas y un trozo de queso, además de que traía en su pantalón manchas de sangre fresca que no pudo explicar.

Sometidos a intensos interrogatorios Julio Castañeda y Lorenzo Corrales confiesan haber participado en la masacre de Raymundo y al filo de las dos de la mañana los sacan de la celda para que lleven a los soldados hasta el lugar en donde tienen enterrado el botín, supuestamente cerca de la orilla del río.

En el trayecto y tratando de aprovechar las sombras de la noche, emprenden la huida, pero las fuerzas federales que los custodiaban se dan cuenta de ello y les disparan, acabando con la vida de ambos.

Se desenreda la madeja

Los jefes policíacos siguiendo con las investigaciones, designan a J. Encarnación López, Raúl Castro, Salvador Espinoza y Andrés Carreón, para que hagan una serie de cateos en las viviendas del poblado “San Carlos”, cercano a Lerdo.

Luego de visitar varias viviendas, llegan a la de Vidal Machado, en donde encuentran dos cajetillas de cigarros “Bohemios” y tres de “Cansinos”, que fueron parte del botín de la cantina Raymundo y eso los llevó a la captura de Lorenzo Corrales, quien al final de cuentas relató los pormenores de la tragedia.

Se interrogó a 14 presuntos responsables, en su momento, Benito Valles se negaba a ponerse una texana delante de la sirvienta, pero cuando fue obligado, de inmediato se le identificó como uno de los participantes en el asalto.

Luego, Lorenzo Corrales, un sujeto de apenas 25 años y con muestras claras de una enfermedad dolorosa en la pierna, se puso lívido al estar frente a Juan Martínez, el encargado de la pianola, quien sin dudar lo identificó como el sujeto que había estado resguardando la puerta y una ventana en el patio mientras que sus cuatro compinches cometían el asalto y homicidio múltiple.

Sin que le quedara salida, Lorenzo Corrales aceptó su culpabilidad y trató de justificarse diciendo que “el vino es mal consejero y a mí me pasó eso, nunca antes pensé en cometer un asalto, pero se me hicieron proposiciones y se me ofreció harto dinero”.

Indicó que había estado tomando mezcal la tarde del domingo en Lerdo, luego fue a la tienda en donde trabaja un amigo de él y le pidió a crédito una botella y una vez con ella en la mano, se fue a la casa de su compadre Vidal Machado a San Carlos, hasta donde llegó más tarde “Polo”, un hombre que tenía cuatro meses en el rancho y le habló para afuera.

Una vez en la calle, le mostró que estaba armado y lo invitó a un asalto en Raymundo, “donde hay mucha pastilla y ningún peligro”.

Junto con su compadre Vidal, le presentaron a Cleto Frayre y Joaquín Mendoza, vecinos del lugar. Entre todos estuvieron tomando mezcal para estar alegres y agarrar valor, luego se dirigieron a Raymundo, pero al llegar a una estación llamada “La Rinconada”, se les unieron tres hombres que iban embozados.

Mientras se dirigían a Raymundo, “Polo” , riendo, les contaba sus hazañas en la región, las cuales había cometido sin que se le hubiera acercado siquiera la Ley.

Lorenzo dijo que en ese momento, “Polo” iba armado con un mauser, Mendoza llevaba una carabina 30-30 y Frayre un cuchillo de regular tamaño; el declarante llevaba una pistola descompuesta y con dos balas. De los tres embozados supuso que llevaban pistolas porque no les vio armas largas.

Al llegar a Raymundo, “Polo” dispuso que los tres embozados lo acompañaran al interior de la cantina, mientras que el resto se distribuyó en el patio para montar guardia; Lorenzo y Mendoza se fueron a las esquinas, mientras que Frayre se quedaba a la mitad del patio, por lo que considera el detenido que cualquiera, Mendoza o Frayre, dieron muerte a Esther González cuando salió corriendo de la casa.

Lorenzo Corrales al escuchar los disparos en el interior de la cantina, corre hacia allá y lo único que se le ocurre es tomar apresuradamente algunas cajetillas de cigarros y unos pedazos de queso, siendo los cigarros finalmente los que lo delataron.

Inmediatamente después, todos los maleantes se dan a la fuga y al llegar al río, Lorenzo le pide a “Polo” su parte de lo robado y le contesta que el próximo jueves se verían en “Las Cuevas” para hacer partes y para planear posiblemente otro asalto.

A partir de ahí, se inició una intensa búsqueda de “Polo Polito”, cuyo verdadero nombre era Hipólito Pérez, así como de sus cómplices Cleto Frayre y Vidal Machado; estos dos últimos fueron vistos en los días siguientes en Lerdo, en casa de una de las amasias de Cleto, pero al llegar los agentes que los buscaban, ya había desaparecido. En el caso de “Polo Polito”, el 15 de mayo se sabe que andaba en compañía de Joaquín Mendoza y Cleto Frayre en Torreón, pero se les pierde la pista y se inician de nueva cuenta las pesquisas en San Pedro, Viesca y Mapimí, pero todo es inútil. La esposa de “Polo Polito”, Virginia García, al ser interrogada por la policía, les dijo que luego de su fechoría, se fue junto con Joaquín y Cleto con rumbo a San Pedro.

Surgieron luego varias pistas, se logró conocer que estuvo Polo con sus cómplices oculto en el subterráneo de una casa ubicada en la esquina de Octava y Victoria, en Torreón, donde vivía María del Refugio Martínez, su amante, y de ahí se trasladaron a la calle San Antonio 131, en donde fue ayudado a escapar por María del Refugio Martínez, Virginia H. de García, Gabriela H. García y Martín Hernández, sin que se haya vuelto a saber de ellos.

Los descendientes

En la actualidad, Esther Ortega González, la pequeña que junto con su hermana Concepción llevara cargadas su mamá la madrugada del 11 de mayo de 1931 que fue asesinada, vive en Covina, Ca., en Estados Unidos.

Se encuentra casada desde hace 49 años con José Ortola y tiene dos hijos, Joseph y Roberto y una hija, Elizabeth.

Su hermana Concepción vive en Nueva York y tiene 5 hijos y de su hermano Miguel, informa que murió en México en un accidente de auto, dejando a una hija de nombre Kim.

Cuando mataron a los padres de Esther, Concepción y Miguel, ellos fueron recogidos por una tía de nombre Purificación, hermana de la sacrificada Esther González de Ortega.

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