Ayer lunes me dormí con una extraña sensación. Me faltaba algo. Acostada en la cama en posición fetal y con los ojos cerrados, me preguntaba qué podía ser. Recorrí, mentalmente, los pendientes que me había propuesto para ese día y en principio los había sacado todos. Entonces, ¿a qué se debía mi desasosiego?. ¿Por qué sentía esa especie de comezón en el alma?. Era una zozobra como esa que se siente cuando se está esperando a alguien en un café y no aparece. O a lo mejor fui yo la que no asistió a la cita, me dije afligida. Enrique, Enrique, ¿de casualidad no te dejé plantado en alguna parte?, le pregunté a mi marido. La única cita que teníamos tú y yo fue hace dos años frente al juez. Que yo recuerde sí asististe. Buenas Noches, me contestó entre sueños. Seguí intranquila. ¿Con quién había quedado mal? O, ¿quién había quedado mal conmigo? Esa era mi duda. Estaba a punto de dormirme, cuando de pronto, exclamé: Ah, ya sé. ¡Es que no vi Círculo Rojo! Qué tan fuerte he de haber gritado, que hasta Enrique se despertó. ¿Cuál Cruz Roja?, inquirió totalmente dormido, antes de darse la media vuelta y seguir completamente dormido.
Para esos momentos, tanto mi desazón como mi sueño, se habían fugado por la ventana. Ya sabía cuál era el motivo de mi incertidumbre, el retiro definitivo de uno de mis programas de televisión favorito: ¡Qué mala onda!. Ya quitaron Círculo Rojo. Con razón me sentía tan rara. ¿Cómo no lo estaría? Si llevaba más de un año viéndolo todos los lunes y los miércoles. Ya me había acostumbrado a este espacio. Nunca me lo perdía. Pero cuando llegaba a suceder, sabía que podía ver la repetición en el canal 4, el caso es que siempre estaba al pendiente. Para no perdérmelo desde el principio, hasta veía el programa de deportes que siempre pasaba antes de su programa. ¡Qué lástima! Era de los pocos programas de Televisa que me gustaban. Era de los pocos, en el cual, invariablemente, aprendía algo. Además de interesante, siempre resultaba sumamente refrescante. Frescos, eso es, exactamente, lo que eran Carmen Aristegui y Javier Solórzano. Además de que ambos conducían la emisión con una gran responsabilidad periodística, lo hacían con un encanto muy especial. Me gustaba, el respeto profesional que se sentía entre los dos. Entre ellos se percibía mucho compañerismo. Formaban equipo. Nunca se sentía una relación competitiva o de envidia, sentimientos que muy fácilmente pueden surgir entre compañeros de trabajo. Creo que esas percepciones para los televidentes son muy importantes. Inspiran credibilidad, confianza y hasta tranquilidad. Lo que sucede es que las mexicanas y los mexicanos, ya estamos hartos de pleitos, de intrigas, de golpes bajos y de chismes de vecindad. Sinceramente estoy cansada de escuchar, que las mexicanos y los mexicanos no soportamos el éxito entre compañeros y que por eso siempre estamos dispuestos a ponernos, entre nosotros, piedras en el camino. Estoy cansada de escuchar, que somos muy envidiosos, y que no toleramos que la otra o el otro triunfe. Es cierto que existen los mediocres, los arrastrados, los l ambiscones y los mezquinos, pero afortunadamente en el caso de Carmen y Javier no se perciben de ningún modo estos sentimientos. Al contrario, entre ellos existe una complicidad humorosa la cual resulta muy gratificante para el auditorio.
Además, tengo la impresión de que ambos van por la vida con la conciencia tranquila. Por eso siempre se ven tan sonrientes y tan dispuestos a pasarla bien, aunque se encuentren trabajando. De hecho, con en ese mismo buen talante y jovialidad se despidieron en su último programa. Creo que uno de sus mayores logros, es el respeto con el que se dirigen a su público. Lo hacen con una tal sencillez. Ciertamente ni Carmen ni Javier son de esos periodistas que tienen una actitud de sabelotodo, de prepotencia, de perdonavidas o de soberbia. Ay, ya los extraño. Y ahora, ¿qué voy a hacer sin ellos los lunes y los miércoles? ¿Con quién me voy a mantener al día? Es cierto que allí están Zona Abierta o los Hombres de Negro, pero esos programas a veces resultan realmente aburridos. Son densos. En cambio el de Círculo Rojo, resultaba mucho más ágil y mucho más entretenido. Lo que podría hacer para estar en contacto con Carmen y Javier, es invitarlos a mi casa, los lunes y los miércoles, a cenar para platicar de la situación en que se encuentra el país. Ay, no pero qué egoísta. Porque nada más yo disfrutaría de ellos. ¿Y las demás mexicanas y mexicanos que solían verlos semanalmente? Tengo una idea. Lo que se podría hacer todos los lunes y los miércoles por la noche, es instalar una mesa en medio del zócalo y desde allí presentar Círculo Rojo. ¡Sería genial! Para que todo el mundo pudiera verlos, se podrían instalar unas mega pantallas en los cuatro puntos cardinales, y así verlos y escucharlos como si estuviéramos frente a la tele. No creo que mi idea, resulta demasiado complicada.
¡Lástima! Porque además de las entrevistas de Carmen y de Javier y de sus muy certeros análisis respecto a los asuntos políticos, me encantaba la sección de Trino. ¡Ah, cómo me gustaba!. Me moría de la risa. Sin exagerar, conservaba, a lo largo de toda la semana, las imágenes y los diálogos readaptadas de las películas viejas mexicanas y cada vez que las evocaba, me reía solita. También me gustaba mucho el espacio de Katía d’Artigas. Me caía en gracia la forma en que sorprendía a sus entrevistados con sus preguntas tan inesperadas. Pero sin duda, lo que más apreciaba del programa Círculo Rojo, eran los temas y los invitados de los conductores. Hay cinco emisiones que recuerdo muy, muy bien: el del padre Maciel, el del Fernando Savater, el de los conflictos de San Salvador Atenco, el de la masacre de Agua Fría y el de las inundaciones de Campeche. Respecto a este último recuerdo muy bien cómo me impresionó el gran profesionalimo de Carmen Aristegui.
Dos horas antes de que empezara su programa, es decir, a las nueve de la noche de ese lunes, estábamos juntas en el avión de la Fuerza Aérea mexicana que nos había llevado, invitadas por Josefina Vázquez Mota, a Mérida y a Campeche. Había recorrido en una avioneta, durante todo el día, los municipios más afectados. Cuando nos encontramos en el aeropuerto, se veía cansadísima. Toda ella estaba cubierta de polvo. Tenía los zapatos llenos de fango. Se veía demacrada. Cansada. Desmañanada. Sin embargo, a las 11:30 en punto, la vi guapísima, arregladísima y entusiasmadísima saludando, con una voz clara y alegre, al público de Círculo Rojo. No lo podía creer. ¿Cómo había hecho para desde el aeropuerto, a esas horas, llegar hasta el canal, bañarse, lavarse el pelo, peinarse, maquillarse y vestirse para su programa. Para mi, lo que había hecho Carmen Aristegui, había sido un acto de magia. Lo que más me sorprendió de todo, era el magnífico talante con el que lo hacía. Mientras yo me encontraba, literalmente, cuajada en el sillón sin poderme mover por el cansancio, Carmen estaba en la pantalla de la tele con su característica lucidez y presencia de espíritu. Además, sonreía y bromeaba con Javier. Cuando llegó el momento de presentar su reportaje acerca de las inundaciones del sureste, lo hacía con la seriedad y profesionalismo del caso, sin mostrar la más mínima improvisación ni en sus argumentos, ni mucho menos en su recuento. Estoy segura que si Javier hubiera ido a ese viaje con ese itinerario tan pesado, como Carmen él también se hubiera presentado en su programa, como si nada. Finalmente, ayer por la noche, me dormí, sintiéndome, particularmente frustrada. Lo que más temo es que el próximo miércoles, por la noche, voy a padecer el mismo insomnio, por no haber visto Círculo Rojo.