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Universidad jesuita/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Los jóvenes bachilleres de hoy sólo tienen que preocuparse por decidir cuál carrera profesional desean estudiar.

Los planteles universitarios son tantos y cuentan con tal diversidad de carreras que les basta con determinar su vocación para luego decidir en cuál universidad inscribirse, de acuerdo con sus preferencias y posibilidades económicas.

Pero hubo un tiempo en que las cosas no eran tan sencillas, pues las oportunidades de estudios universitarios eran tan reducidas que para estudiar una determinada carrera había que emigrar, hacer gastos adicionales a los comunes a cualquier tipo de estudios y además, alejarse de la familia.

Tomemos por ejemplo la carrera de Derecho. Si un joven decidía adentrarse en ese mundo fascinante de las leyes y la justicia, tenía que decidir entre irse a estudiar a Saltillo, Durango, Monterrey o México.

Para adoptar esa decisión, algunos tenían en cuenta a los familiares que habitaban ciudades como las mencionadas, realizando previamente las gestiones necesarias para ser recibidos en sus casas. Otros, ante lo inevitable, optaban por irse a la Universidad Nacional, que durante muchos años contó con la mejor facultad de Derecho que existía en el país.

Pero irse a otra ciudad a estudiar significaba que se contaba con los recursos indispensables para hacerlo, sobre todo cuando no se tenía algún apoyo adicional como el de una familia que podía recibirlo a uno para facilitarle las cosas.

La otra era simplemente decidir por alguna de las carreras existentes en Torreón, lo que en forma incipiente apenas se comenzó a dar a finales de los sesenta y principios de los setenta.

Casi una década después se produciría el gran despegue que permitió a los jóvenes laguneros poder optar no sólo entre una gran gama de carreras profesionales, sino también de instituciones de educación superior que fueron abriendo sus puertas sucesivamente hasta convertir a la Comarca en una de las regiones con mayores oportunidades educativas del norte del país.

Fueron surgiendo así la Universidad Iberoamericana; la Universidad Autónoma del Noreste; el Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey; la Universidad Autónoma de la Laguna y la Universidad Tecnológica de Torreón, que se vinieron a sumar a las ya existentes, como el Tecnológico de La Laguna y la Universidad Autónoma de Coahuila.

Todas estas reflexiones me vinieron a la mente cuando llegó a mis manos la historia gráfica de la Universidad Iberoamericana, que en enero de este año, cumplió dos décadas de haber iniciado sus cursos.

Los jesuitas habían soñado durante muchos años con establecer una universidad que completara la formación que ellos venían impartiendo en los colegios “Carlos Pereyra”. Contaba con primaria, secundaria y preparatoria; pero sentían que sin el nivel superior la formación impartida en esos otros niveles estaba trunca.

Por eso fue que en 1982 dieron los primeros pasos para consolidar aquel sueño e iniciaron actividades en las instalaciones de la Primaria que generosamente abrió sus puertas para albergar a los primeros alumnos de la Ibero.

En enero del 85, tuve la fortuna de ser invitado para dar clases de Derecho Constitucional en la licenciatura, a la primera generación de esta carrera, cuando todavía los cursos se impartían en el segundo piso de la Primaria “Pereyra”.

Las relativas incomodidades eran suplidas con un grande deseo de aprender y de trasmitir enseñanzas; de intercambiar ideas y de debatir sobre temas tan apasionantes como son los constitucionales, siempre actuales, siempre cambiantes, siempre polémicos.

Pero el gusto me duró sólo un semestre, pues en mayo de ese mismo año acepté el nombramiento de secretario general de la U. A. de C., y me trasladé a Saltillo en una etapa que se prolongó por tres años.

Cuando regresé a Torreón, mi querido amigo Marco Antonio Morán Ramos, a la sazón coordinador de la licenciatura en Derecho de la Ibero, me invitó a dar de nueva cuenta Derecho Constitucional y además, Derecho Internacional Público, lo que me obligaba a estar todos los días a las siete de la mañana en la Ibero.

Para entonces, ya la Universidad contaba con edificio propio y sus instalaciones, aunque sobrias, eran excelentes para fomentar la trasmisión de las ideas.

Al ver por primera vez esas instalaciones, recordando una frase de un gran jurista y maestro, Don Felipe Sánchez de la Fuente, vinieron a mi memoria sus palabras que entonces adecué a la Ibero: De nada sirven estos soberbios edificios, si no impera en ellos el espíritu ignaciano.

Pero resultó que en efecto, en esos edificios sí imperaba la filosofía ignaciana y que los jesuitas habían logrado cristalizar su sueño a favor de la juventud.

Luego de dos décadas, de veinte años de arduo trabajo, la Ibero ha logrado consolidarse en La Laguna y ofrecer una opción más a todos aquellos que desean estudiar una carrera profesional sin tener que emigrar a otras latitudes.

En esta historia gráfica de la Universidad Jesuita en La Laguna, (Veinte años de la UIA), se contienen muchas fotografías en las que aparecen amigos muy queridos, algunos de los cuales ya no se encuentran entre nosotros, como Manuel García Peña y Rafael Lazcano.

Pero sobre todo, se encuentra parte de la historia de la educación en La Laguna, en cuyas páginas los jesuitas y todos los que laboran en la Ibero, han escrito una etapa memorable, que habrá de perdurar en la mente de quienes hemos sido testigos de ese gran esfuerzo comunitario, inspirado en la filosofía de uno de los hombres que optaron por seguir la doctrina de Cristo, de la forma más ejemplar que yo haya conocido: San Ignacio de Loyola.

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