Anoventa y dos años de iniciada la Revolución Mexicana, se impone una revisión de nuestra historia oficial, que durante setenta años se dedicó a mitificar a los hombres y a los sucesos ligados a ese período del acontecer patrio.
No es el propósito contribuir a la disolución del mito e ir al extremo opuesto de la denigración, ni de hacer leña, ahora que el sistema político de partido de Estado emanado de la Revolución, es árbol caído.
El primer cuestionamiento es de raíz: Toda guerra y con mayor razón toda guerra civil, es una tragedia antes que una epopeya. Toda guerra es el resultado de un fracaso del entendimiento entre los hombres y la lucha convocada por Francisco I. Madero para liberar al país de la dictadura Porfirista, no es la excepción.
Es cierto que en toda gesta guerrera, junto a la ambición y la violencia con su hedor de pillaje y destrucción, orfandad y muerte, resplandecen virtudes heroicas dignas de encomio: El valor, la abnegación y la entrega a los demás, que florecen como trigo en medio de la cizaña. Las más altas virtudes, a la par de las más abyectas pasiones.
Sin embargo, resulta obligado imaginar lo que hubiera sido de nuestro país, si el tránsito del Porfiriato decimonónico al siglo veinte, hubiera ocurrido en virtud de un movimiento cívico pacífico. La partida de Porfirio Díaz en el Ipiranga y el ascenso de Madero a la Presidencia por vía democrática, así como la celebración exitosa de elecciones libres en una buena parte de los estados de la República, nos ofrecen una idea de que la normalidad democrática era posible, con las imperfecciones de lo humano que corresponden a cada época y circunstancia.
Sin embargo el declive de la dictadura, dio paso a una serie de revoluciones dentro de la Revolución y a una nueva guerra más larga y más cruenta que el movimiento revolucionario primordial emprendido por Madero.
Los tratadistas se han dividido al considerar a la Revolución Mexicana, unos como la última revolución burguesa del Siglo Diecinueve y otros, como la primera Revolución Socialista, por cierto interrumpida, del Siglo Veinte. Otros autores revisionistas como Héctor Aguilar Camín y Jean Meyer, conciben a la Revolución mexicana como una guerra burocrática entre facciones, en la lucha por el poder.
La visión precedente es fundada, porque México concluyó la Reforma de la República desde mediados del siglo diecinueve y tanto el Régimen de la Revolución como su precedente el Porfiriato, fueron etapas sucesivas y malogradas de un mismo proceso de transición hacia la democracia plena que aún no concluye.
Una vez instaurado el sistema presidencialista y de partido único en 1929, empieza la lucha entre Estado y sociedad que habría de durar desde la campaña vasconcelista hasta el 2 de julio de 200. El centro de gravedad del sistema se sitúa en un principio en el Partido Nacional Revolucionario, que Cárdenas rebautiza y traslada a Los Pinos en el ocaso del Maximato.
A lo largo de setenta años, el Nacionalismo Revolucionario cede el paso al desarrollo estabilizador y éste al neoliberalismo, hasta el agotamiento del sistema. En el camino, se conjuran las amenazas de los usufructuarios del régimen que repiten: Entramos al poder mediante las armas y sólo con las armas nos sacarán de él.
Un buen día ocurre el milagro de la alternancia pacífica por vía electoral y los mexicanos de hoy día, quedamos frente al reto de seguir adelante, perdernos en el laberinto de la transición o peor aún, añorar el retorno al círculo de violencia y desencuentro, cuyo aniversario hoy curiosamente celebramos.