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Veleidosa y deseada democracia/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Ni Francisco I. Madero supo jamás del PAN, ni Venustiano Carranza tuvo alguna idea de que iba a existir el PRI; así pues, resultaría absurdo, ocioso e innecesario lamentar que en Parras y en Cuatro Ciénegas hayan triunfado sendos candidatos panistas sobre los del PRI en las elecciones municipales del domingo 29 de septiembre.

No ha de faltar quién, embargado por la emoción del triunfo, destaque dichos resultados electorales como singulares en la historia política de Coahuila. O quizás haya, al revés, algún priísta redomado que se rasgue las vestiduras con desesperación: “¡Válganos Dios, qué dirían nuestros próceres!”...

Nuestros próceres, en cambio, no dirían nada: están serios, ajenos y circunspectos en el reducido, frío y obscuro espacio subterráneo en que los colocó la fatalidad, ignorando totalmente lo que después de su vida sucedió en nuestra sufrida República y más todavía lo que acontece en la actualidad. Ni Madero ni Carranza, de haber vislumbrado el porvenir, hubieran obtenido credenciales en éstos o en cualesquiera otros partidos.

En cuanto a las consecuencias electorales ya deberíamos estar acostumbrados a que ganar y perder es el sino fatal de la vida democrática, y lo natural en un sistema de instituciones políticas dirigido por ciudadanos. Triunfo y derrota constituyen los riesgos de la competencia electoral en la que prevalece la libre voluntad de los electores. El triunfo, ya se sabe, cuenta con muchos padres; en cambio la derrota siempre ha sido una pobre huérfana.

Sin embargo, a través de muchas experiencias, hemos aprendido que las derrotas también tienen un origen de responsabilidad objetiva: las características personales de los candidatos que cada organización política postule para desempeñar los cargos en juego y el interés que aporten los partidos políticos en favor del triunfo.

Ganan las elecciones aquellos partidos que postulan personas gratas ante la opinión de los ciudadanos; triunfan los aspirantes que se identifican con los problemas sociales, económicos y políticos de la comunidad y proponen soluciones válidas; salen avantes quienes trabajan con entusiasmo por convencer a los electores de que son los mejores prospectos, los más honrados, los más activos y los más capaces. Pierden, en cambio, los que no tuvieron el carisma suficiente, no contaron con la confianza de la sociedad, o no fueron capaces de profundizar en las necesidades de los ciudadanos ni acertaron a construir una propuesta de gobierno aceptable. No hay magia blanca, y mucho menos negra, en un proceso electoral democrático, legal y sobrevigilado. La truculencia electoral es por hoy un recurso desprestigiado y en desuso. En cambio los sufragantes se fijan mayormente en las cualidades negativas o positivas de los candidatos, y por ellas juzgan para elegir o ignorarlos.

También suele ser cierto que la ciudadanía cambia, es veleidosa, antojadiza y mudable. “Tantos hombres, tantos pareceres” decía Terencio. Hoy las sociedades humanas son altamente influenciables bajo la contundencia de la crítica política que se expresa a través de los medios de comunicación, a la cual no es ajeno el activismo partidista, a veces mendaz y torcido. “¿Qué mayor locura leo en el Padre Juan de Mariana que fundar la esperanza o confiar en el juicio de una muchedumbre demasiada ligera, que en breves espacios de tiempo raciocina y piensa de distintos modos? Que se mueve a merced del viento, a uno y otro lado, de modo que por ligeras causas afrenta y despoja a los que antes ensalzaba con grandes alabanzas. En esta voluble voluntad del pueblo, mudada a cada hora por el aura del rumor más leve, los movimientos de la muchedumbre son como los torrentes: crecen con rapidez, duran poco tiempo”. Quevedo, en cambio, se burla: “No está en más nuestro acertar, que en no imitar al pueblo”. Nosotros apostamos por la democracia, con todo y sus frecuentes mudanzas de opinión; si bien habría que perfeccionarla con una mejor organización jurídica, un calendario menos presionado, mayor participación ciudadana y una mejor distribución del dinero público. ¿Qué aportan al sistema democrático esos partiditos familiares y ocasionales que no alcanzaron siquiera los votos necesarios para convalidar su registro? ¿A qué gastar en ellos si ya sabemos que no tienen una actividad política, real y efectiva, y viven al acecho de las prerrogativas financieras públicas para beneficio de sus dirigentes? ¿Por qué no depurar a nuestra incipiente democracia de todas las rémoras que la estorban y desprestigian?...

Ayer se empezaron a entregar constancias de mayoría en el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana, documentadas en el recuento de las votaciones celebradas el pasado domingo 29 de septiembre. Lo mejor que nos puede suceder es que no sobrevengan perturbaciones políticas, las cuáles, por otra parte, no tendrían razón de ser. Coahuila ha cumplido una vez más con su vocación democrática, así que sólo queda esperar a que la transición de autoridades municipales y legislativas tenga lugar en los primeros meses del 2003. Entonces tendremos algunos meses de reposo, porque a partir del mes de mayo se iniciará un nuevo ciclo de bombardeo publicitario y chismográfico con motivo de las elecciones legislativas federales. ¿Qué decidirá entonces la veleidosa pero deseable democracia?...

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