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VOCES DE MATAMOROS

MI BARRIO

Por Moisés Rodríguez Escobedo

El barrio de la Hidalgo donde viví mi infancia, está irreconocible.

El progreso ha cambiado sus facciones. El cemento, la varilla y el asfalto, han transformado su rostro noble y provinciano en una máscara de modernidad hueca e insensible.

Sólo quedan tapias de adobe de lo que fue la casa de don Enrique, el mayordomo de Santa Julia cuando esa “pequeña” pertenecía al español don Abilio Hoyos.

Ha desaparecido la casona de adobe de don Emilio. Su banqueta de tierra y sus pinabetes ya no están.

La tienda de abarrotes de don Teodoro fue demolida.

Ha desaparecido aquella casa risueña y bonita con su portal enrejado y sus tejas acanaladas, aquella casa de ladrillo de don Narciso quien estacionaba al frente su camioneta Studebeker.

La enorme casa de adobe de don Jesús Maciel, ha sido destruida.

Fue talado el par de inmensos pinabetes de la casa de mi padre junto con los descomunales pinabetes de la casa de enfrente de don Jesús Vielma.

La fragua de mi abuelo y su carpintería, ya no están.

Los corrales y las vacas de don Jacinto desaparecieron.

Ya no está la casa de mi abuela, ni su corral de nopaleras, ni su colección de plantas aromáticas y multicolores.

La casa de doña Paulina, permanece con sus puertas atrancadas.

Don Enrique Hernández, Emilio "El Pipero", don Teodoro Sifuentes, don Narciso Reza, don Jesús Maciel, mi padre Elías Rodríguez, don Jesús Vielma, mi abuelo Eleuterio Rodríguez, don Jacinto Argumedo, mi abuela Margarita Montelongo y doña Paulina Cortinas, en su momento, fueron llamados por el buen Dios para alojarlos en su casa de las estrellas.

Antier doña María Arguijo y ayer mi tía Hortencia Rodríguez, fueron tomadas de la mano por el buen Dios y las llevó a reunirse, allá en el cielo, con las madres y con los padres grandes de mi barrio de la Hidalgo.

Y todos ellos, los que se han ido, se llevaron parte de esa magia que nos hizo sentir que nuestro barrio era el centro del mundo, ellos nos legaron ese amor al terruño que alimenta nuestro espíritu y que nos enraiza en esta tierra.

Finalmente, qué importa que las entrañables casas de adobe hayan sido demolidas, que los pinabetes hayan sido talados, que el aire provinciano se haya extinguido.

Lo importante es lo que nos ha quedado: Las enseñanzas que Ellos, los ausentes, nos han dejado para amar a nuestro barrio y a su gente, y a vivir en armonía.

DDe nosotros depende el no olvidarlo.

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