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¿Y el PAN qué?/Plaza Pública

Miguel Angel Granados Chapa

Al salir en bloque de la Cámara cuando comparecía el secretario de Gobernación, los diputados priístas no sólo buscaron asestarle una descalificación, sino hacer notoria la pretensión partidista de que se evite averiguar los malos manejos de dinero público que fue a dar al PRI. Pero para el efecto de dejar sin quórum la sesión contaron con la inasistencia de 76 de los 206 miembros de Acción Nacional, el partido del Presidente Fox y de Santiago Creel. Tenemos que preguntarnos sobre el motivo de sus ausencias en una fecha que debía revestir especial importancia para esos legisladores.

Se lo pregunté directamente al funcionario desairado, y enmarcó la falta de sus correligionarios en el cuadro de un desinterés general por las comparecencias. Explicó que suelen resultar, todas, en cualquier circunstancia, poco concurridas. Pero no todas las veces ocurre así. Cuando el propio Creel debutó en la Cámara, en septiembre de 1997, la comparecencia del secretario Emilio Chuayfett reunió a 430 diputados, mientras que el miércoles pasado había un centenar menos al comenzar la sesión, y la exigua cifra se hizo más magra aún: cuando se realizó el último recuento sólo quedaban 190 diputados, y por eso fue preciso levantar la sesión.

La ausencia de los diputados panistas, así fuera por desinterés meramente, sería reprochable, ya que no es vano el propósito que llevó a hacer obligatorio el análisis de la política interior, la exterior, la económica y la social delineadas en los informes presidenciales, en las primeras semanas de septiembre. Se trata de que los legisladores conozcan las posiciones del gobierno con mayor detalle y expongan las suyas propias, y aunque sea de modo rígido, se entable alguna interlocución entre los dos poderes. De manera que desdeñar las comparecencias, admitir que son tediosas, no puede justificar la inasistencia. Sin en efecto carecen de relevancia y eso depende del formato, modifíquese el modo de la presentación de los secretarios (como se hará en el Senado a partir de la próxima semana, en que los secretarios hablarán con los legisladores en comisiones, para propiciar un diálogo abierto y cercano). Mas no se conduzcan los diputados como niños perezosos cuya asistencia a penosos deberes escolares debe ser forzada.

Pero sin duda hay algo más en la conducta de los panistas ausentes. Aunque no corresponda a rivalidades personales, una notoria división en la bancada blanquiazul tiene como cabezas a Felipe Calderón, el coordinador del grupo, y a Ricardo García Cervantes, con quien no se ha sabido qué hacer. García Cervantes fue líder de su fracción en la legislatura número 56, tan pronto Antonio Lozano aceptó ser procurador general de la República con el presidente Zedillo. Después fue senador, y ambas posiciones le conferían un relieve suficiente como para aspirar de nuevo a encabezar a los diputados panistas. Pero Calderón, finalmente escogido por Luis Felipe Bravo Mena, agregaba a su experiencia como diputado el haber sido líder del partido, a diferencia de García Cervantes que aspiró al cargo pero lo no alcanzó.

La semejanza de tallas políticas y el problema de espacio que eso genera se resolvió en el primer año de manera conveniente: mientras que como cabeza del grupo Calderón era parte de la Junta de Coordinación, García Cervantes presidió la Mesa Directiva y en esa calidad, entre otros actos solemnes, respondió al último informe de Zedillo y de éste recibió la banda presidencial que a su vez entregó a Fox el primero de diciembre del 2000. Pero durante el segundo año de la legislatura su posición fue crecientemente incómoda, pues no se le confían tareas relevantes. Hubiera podido estar otra vez a la cabeza de la Mesa Directiva, pero no contó con el suficiente impulso. Ello produjo, además de subrayar su condición marginal, una contrahechura en que el periodo anual se dividió en tres tristes tramos.

Sin proponérselo, supongo, García Cervantes ha quedado convertido en imán hacia el que se orientan los diputados descontentos con el liderazgo de Calderón (algo inevitable en una bancada inmensa, de más de doscientos miembros) y aun inconformes con el desempeño del presidente Fox. Por añadidura, éste no llamó a trabajar en la administración al torreonense formado en Baja California, no obstante que precisamente en su estado adoptivo adquirió experiencia en la rama ejecutiva, un factor que no abundaba entre los panistas llamados a gobernar en el ámbito federal.

Se prevé que García Cervantes aceptará ser embajador, y en espera de que se expida el nombramiento no asiste a la Cámara. Contó, pues, entre quienes faltaron el miércoles. Es seguro que no hayan convenido una ausencia colectiva, porque no hay entre los faltistas tal homogeneidad como para pensarlo. Pero tienen en común un cierto desencanto (expresado con todas sus letras por el dirigente empresarial sinaloense Emilio Goicoechea) por la tarea legislativa o por el modo en que la orienta Calderón.

Si en efecto la falta no fue deliberada y pactada, podrá evitarse que ocurra en lo sucesivo, pues una vez detectada una insuficiencia en la bancada panista se practica allí una disciplina que sólo se rompería por disensiones expresas y rupturas, como las muy pocas que se han producido en los dos años de esta legislatura. El gobierno requiere un sólido apoyo de sus bancadas en las cámaras, y aunque para el PAN la política gubernamental en algunas materias pueda ser gravosa electoralmente, tiene que asumirla como suya.

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