México, DF.- Una tarde de 1967, cuando tenía 14 años, acompañada de su madre repitió el viaje que había hecho muchas otras veces. Durante 20 minutos, caminó desde su casa, en el centro de la ciudad, hasta las puertas de Televisa Chapultepec. Y mientras caminaba pensó que ese día era su gran oportunidad.
Ya había ido antes: para ver artistas a la salida del canal, para conseguir entrar a ver algún programa. Pero ese día vería salir al Jefe del Distrito Federal. Se le acercó entre una multitud de personas que le reclamaban cosas. ¡Queremos Asfaltos! ¡Queremos luces! ¡Queremos más seguridad!, gritaba la gente. Y en medio de la horda enfurecida ella puso en práctica lo que había estado pensando antes.
Acomodó su mejor cara y con una sonrisa le pidió al político que fuera su padrino de quince años. “Fue con una doble intención -recuerda ahora-. Porque yo sabía que su suplente era el primer actor Andrés Soler, y que tenía una escuela de arte dramático. Así es que cuando llegó mi cumpleaños le dije que de regalo quería una beca para estudiar ahí. El Jefe del Distrito me dio una tarjeta suya y Soler me aceptó.” Entonces le cambió la vida. Verónica Castro abandonó los juegos infantiles para vivir en serio el mundo de la actuación.
Lo que siguió después fue una escalada sin precedentes de fama, de popularidad. Llegó a convertirse en el icono del mundo del espectáculo mexicano dentro y fuera del país. Y sus telenovelas dieron la vuelta al mundo traducidas a 20 idiomas.
Actuar, conducir, cantar, todo le estaba permitido porque logró lo que muchos otros buscaban, que el público se identificara con su estilo desenfadado, que acentuaba por momentos con un ensayado tono vulgar. Un tono que mantuvo desvelado a México entero cuando ella conducía Mala Noche, No. Un programa en el que conversaba con los invitados más famosos como si estuviera trasnochando en la sala de su propia casa.
Y, de golpe, Verónica desapareció. Ni actuar, ni conducir, ni cantar, ni nada.
Pasó un tiempo recluida en su casa de Bosques de las Lomas, una de las zonas más ricas de México. Verónica quería saber quién es. Será por eso que a la hora de enseñar sus innumerables premios, ella no muestra ninguna estatuilla, sino el discreto diploma de Licenciada en Relaciones Internaciones que cuelga de una pared, como queriendo demostrar que no sólo las cámaras son su mundo.
Vive en una mansión donde ojalá cada uno de los colmillos de elefante desperdigados por la sala no sean verdaderos. Y donde un tigre y un leopardo embalsamados hacen inútil alarde de su temeraria presencia. Junto a ellos, sólo la piel y la cabeza de un oso polar sirven de alfombra en otro rincón de la casa.
Ahora Verónica recuerda su infancia hiper-católica, cuando iba cada día a la iglesia a confesarse antes de ir a la escuela. Recuerda la rigurosa disciplina de su madre y las carencias económicas de la niñez.
Ahora se conoce y sabe que, en ella, el mejor remedio para dejar de comerse las uñas es parar de trabajar. Pero enciende uno tras otro sus cigarrillos mentolados.
Ahora uno puede verla y sospechar que ese tono casi ordinario que tantas veces mostró en televisión era apenas un juego. Porque nada tiene que ver con la serenidad que usa para hablar de su manía de ser “celosa, posesiva, demandante, dominante”. O para contar que a veces llora en soledad.
Verónica no sabía qué hacer con tanto tiempo libre. “Estuve tanto tiempo dedicada a la carrera, casi 35 años, que, de repente, me di cuenta que mi vida entera se había vuelto trabajo y nada más. Foros y más foros. Eso era todo. Apenas si le robaba dos o tres día a la agenda para descansar, cuando viajaba a alguna parte. Pero las cosas no llegan porque sí. Todo te lo manda Dios -incluso este alto- para que veas qué hiciste y qué quieres hacer”
Pero hace una semana, cuando volvió a la televisión como conductora del Big Brother VIP, parecía, de repente, que el tiempo no había pasado. Cien por ciento Verónica. Con todo y albur.
-¿Qué hacía en esa época de “desaparición?
¡Naaada! (ríe a carcajadas) e igual era feliz... Me di cuenta que puedo disfrutar mi tiempo y mi persona. También existe Verónica... Verónica Judith Sainz Castro. Una mujer normal. Una mamá, una hija, una hermana, una amiga. Pero, sobre todo, alguien que puede vivir perfectamente sin el ambiente artístico.
¿Es tan fácil cambiar de vida?
Nooo. Y al principio no sabía qué hacer. Llegaba a mi casa y decía: “¿qué hago aquí?”. No sabía qué hacer si no estaba ordenado mi ropa o cocinando. Tuve que inventarme una rutina de mujer normal. Óyeme, ¡es bonito!
Claro, pero usted no vivía como una “mujer normal”.
Pero ahora sí. No digo que sea fácil...
¿Ser normal?
Sí (se ríe)... Pero estoy viviendo una etapa que antes no pude porque estábamos necesitados. Porque había que salir adelante. El hambre es algo horrible en la vida de una persona.
Verónica, vamos, ¿cuántos años hace que usted y su familia no pasan hambre? ¿Veinte, treinta?
Bueno (se le atora la realidad en la garganta)... Cuando ya no pasábamos hambre, me había metido de tal modo en esa “rueda de la fortuna”, que no podía parar. Aunque quieras hacerlo no puedes. Pensaba: me llaman para hacer esto y lo otro y lo de más allá. No puedo desperdiciar la oportunidad. ¿Cuánta gente hay que busca y no encuentra? ¡A mí me lo ofrecían! Me parecía una locura decir que no. Pero mi rueda empezó a dar vueltas demasiado rápido. Teatro, cine, televisión, cabarets, palenques, discos, todo... hice todo. Por lo menos los últimos ocho o diez años de mi carrera, quería parar y no podía.
¿Por qué frenó?
La muerte de Emilio Azcárraga Milmo. Yo era de su equipo. Vinieron muchos cambios. ¿Y entonces qué?... me di una vueltita, me fui a Argentina, a España, a Estados Unidos. Estuve viendo cómo estaban las televisiones porque creía que no podía quedarme sin hacer nada. ¡Qué angustia estar sin hacer nada! Pensé que me iba a volver loca. Yo era de esas que trabajan las 24 horas. Pero nada me gustó. Así es que me fui a Nueva York a estudiar inglés y computación. Y me quedé casi todo el año allá, sola. Era maravilloso porque nadie me conocía. Hasta que con el paso del tiempo empezaron a aparecer algunos latinos que me reconocieron y, al final, en la escuela ya todos sabían quién era yo.
¿Recién entonces supo lo que es estar sola?
Yo ya lo sabía. No soy desagradecida, pero esta carrera es solitaria. Todo el mundo te aplaude y dice que te quiere. Pero, a la mera hora, estás sola en el cuarto de hotel.
Y sin un compañero.
Hasta me puse a pensar si estos últimos años, que no tuve un hombre al lado, me he sentido aún peor. Pero no, no es por eso. No es ésa soledad de la que hablo. Además, ¿sabes qué?... yo ya soy muy mañosa, ya no sé si podría vivir con alguien en esta casa.
A lo mejor, esa soledad, también tiene que ver con la salida de Televisa, de la que todo mundo hablaba.
Es que nunca fui “Televisa”. Yo tenía la camiseta de Emilio Azcárraga Milmo. A mí no me pagaba la empresa, a mí me pagaba él. Quería tenerme ahí... cuando estuve a punto de quedarme en Italia para hacer Viva le Donne, me mandó a llamar el patrón y me preguntó cuánto me iba a pagar Berlusconi... y me lo subió. Quería que me quedara en México...
¿Cómo se lleva con Emilio Azcárraga Jean, el heredero de Televisa?
Lo quiero mucho. Bueno... lo quiero mucho porque es hijo de un señor que yo adoré. Y porque...
Los afectos no se heredan, Verónica.
No, bueno, no. Él está haciendo las cosas como cree que deben ser. Esa es su forma de pensar. Es el dueño de la pelota y la juega como se le da la gana. Yo haría lo mismo. Metería a mi gente.
¿Le gusta la Televisa de hoy?
No me gusta la televisión que se está haciendo en el mundo. Ya no es como antes. A mí me gusta hacer soñar a la gente.
¿Y con qué sueña usted?
Uhhhh... soy muy soñadora. Yo sé que no lo parezco, porque a veces soy medio secona. La gente sabe que soy divertida, pero no me cree romántica. Estuve pensando mucho en mí los últimos tiempos, ¿sabes?
Eso es bueno. ¿Qué pensaba?
Por qué hice tanto, tantas cosas; qué me pasó en todo ese tiempo; por qué lo hice, qué motivación tenía para no mirar nunca atrás; por qué me entregué.
Preguntas interesantes. ¿Tiene las respuestas?
Muchas veces pienso que... porque me gustaba mucho mi carrera. Disfruté todo lo que hice. Pero... no viví mi vida.
¿Entonces?
Entonces vino lo más difícil. Tuve que perdonarme por haberme lastimado tanto. Porque... cuando sales de un trabajo tan intenso, estas desgastada. Tenía muchas úlceras en el estómago. Me operaron seis veces. Y otras dos los ojos -no los párpados-, los ojos, se me había dañado por tanta luz. ¿Por qué me estaba lastimando tanto? ¿Por qué? Platiqué conmigo y me descubrí.
¿Y se cae bien?
Clarooo (se ríe)... me aguanto.
La gente piensa que sus carcajadas no son el reflejo de su corazón, Verónica.
Pues (hace un pausa)... si se refieren al último programa tienen razón. Pero te puedo asegurar que siempre quise transmitir verdad.
No la acuso de farsante, digo que se la veía triste.
Sí, es verdad. Pero además estaba muy cansada. Grababa una telenovela durante el día y conducía un programa durante las noches. Un programa larguísimo, por cierto. A veces me quedaban sólo cuatro o cinco horas desde que salía del aire hasta que tenía el llamado de grabación. No volvía a mi casa. Nada más me quedaba en el canal, me bañaba, me quitaba el maquillaje para estar unas cuantas horas con la cara limpia... y me preparaba mentalmente para seguir. Pensaba que si yo rechazaba esa rutina era como si estuviera pateando la gallina de los huevos de oro.
Dice haber hecho un balance. Ahí habrá cosas que no hizo y ya no podrá hacer.
Sí. Muchas. Me hubiera gustado meterme más en el show bussines, meterme más a producir. Me hubiese encantado hacer un buen musical. Dejé pasar ilusiones. También dejé parte de mi salud. No fui mamá al cien por ciento y...
¿Y qué?
Bueno...
¿Qué, Verónica?
Como tú dices (hace una pequeña pausa, como si le costara hablar)... a lo mejor no me di la auténtica oportunidad de tener una pareja.
Ah... ¿No que no?
Bueno, pues... sí. Yo tuve alguna vez la ilusión de casarme. Y lo dejé pasar. No sé si fue bueno o malo. Pero eso quedó atrás.
¿Una ilusión que empezó a morir a medida que nacía “Verónica Castro”?
Mira (dice muy franca), comencé en esto cuando tenía 15 años. No sé como sería de no ser “Verónica Castro”. Esa ilusión vivía en mí, por momentos secretamente, mientras la fama crecía. La vida fue difícil, ¿sabes?
Verónica, o usted ha cambiado mucho, o definitivamente, esta mujer que ahora habla conmigo no es la que salía hace 5 años en la televisión.
Sí, sí era yo. Pero es cierto que ésta que soy ahora no puede creer que la mujer anterior haya hecho tantas cosas. Y, además, no puede entender por qué.
Y se arrepiente.
Sí, me arrepiento de no haber parado ni un minuto. A lo mejor ni siquiera disfrutaba el trabajo como debía haberlo hecho.
Han pasado muchos años desde que era una muchachita ingenua que hacía sus primeros pasos en la televisión.
Nooo (se ríe)... los años no pasaron, se quedaron en mí. ¡Eso es lo peor! El 19 de octubre cumpliré 51.
¿Qué buscaba con cada una de sus cirugías estéticas?
Lo que pasa es que le televisión fue cambiando. Hace 30 años cuando fui elegida el rostro más bello de México, por el periódico El Heraldo, ser bonita no era muy agradable. Ser linda era sinónimo de ser estúpida. Pero los años fueron pasando y las chicas que aparecían en la televisión eran cada vez más lindas. Bueno, no sé si más lindas.
Ahora mismo son todas iguales, se operan, se visten, se maquillan y se peinan todas iguales, pero ninguna tiene personalidad. Entonces yo dije: ¿qué está pasando, buscan la mejor cara y el mejor físico? Cuando me salió mi primer patita de gallo me fui a operar. Me operé varias veces. Y adelgacé hasta donde pude.
Trataré de estar lo mejor posible hasta el final, porque a mí no me gusta dar lástima. Y no lo hago nada más por lo que la gente diga. Hay días que me levanto y cuando me paro frente al espejo me veo de 80 o 100 años.
Y se deprime.
Como todas las mujeres: me deprimo, lloro y grito.
Algunas personas piensan que usted ya está fuera de circulación.
Ese es un problema de ellos.
Ya no volverá a ser la mocosa alburera que salía en las telenovelas.
Clarooo... pero hay que ubicarse. Ya no puedo ser una jovencita. Pero puedo ser una mujer de barrio, una mujer de mi edad. Esos personajes me quedan perfectos porque yo misma soy así.
¿Cómo es pasar de la fama de las telenovelas traducidas al ruso y al chino a las cuatro paredes de su cuarto?
Es... raro. Me la he pasado dándole vueltas a mi historia, pensando y pensado. Tratando de descubrir quién soy.
¿Sufrió por ese cambio?
No, de veras no.
A muchos artistas les pasa, que cuando protagonizan un éxito tan grande como el suyo, toda la familia comienza a vivir de ese éxito. ¿Le pasó a usted?
-Sí. En un momento me jalé a todos mis hermanos. Porque tenía yo que ocuparme de muchas cosas y no podía. Necesitaba gente de extrema confianza. Armamos un equipo. Después cada uno tomó su camino.
Dijo que su mamá fue muy exigente con usted.
¡Muuuy estricta! Pero eso se quita con el tiempo. Yo misma lo fui con mis hijos. Con la escuela, con las calificaciones. “Te quito esto; y no te compro lo otro; y no te doy aquello; y te encierro”. Pero con el paso de los años uno se va ablandando. -Estuvo mucho tiempo retirada. ¿Por qué?
No me iba a poner a hacer cualquier cosa. No me ha gustado nada de lo que me propusieron. Ni los libretos de Televisa ni los de Argos (la productora que encabeza Epigmenio Ibarra).
¿Es cierto que le pidió dos millones de dólares a Argos para hacer una telenovela?
No (se ríe con muchas ganas) ¡les pedí más! Pero les pedí eso porque no me gustó la historia que me ofrecieron. Entonces, si voy a hacer algo que no me gusta, que por lo menos sea llevándome una buena cantidad de dinero. ¿Por qué? Porque no necesito seguir trabajando para vivir. Y mi hijo Christian me regala cosas y viajes. Así es que, como ves, no necesito nada más.
Yo sé que a mucha gente le puede resultar increíble. Pero, aún estando “fuera de circulación”, como algunos creen, este es el mejor momento de mi vida. Porque recién ahora estoy consciente de mí misma, de todo lo que me pasó.
¿Cómo es que no era consciente de lo que le pasaba?
Es que no pensaba. Lo decía pero no pensaba. ¡Tengo la boca tan grande! Ese fue un grave problema. La gente se enteró todo el tiempo de mi vida privada. Yo decía todo en cámara.
Como si toda su vida pasara por la televisión.
Sí, sí. “Me voy a operar”. “Ya regresé”. “Miren lo que me hice”. “me arreglé los dientes”. Todo lo dije, no tenía secretos. Y cuando salía con alguien lo mostraba en cámara: “ahora ando con él, (señala un hombre imaginario a su lado) es mi novio, tómenme la foto”. No tenía secretos.
¿Estuvo bien exhibirse tanto?
No. estuvo muy mal. Sobre todo en esta época.
¿Dónde se esconde ahora?
No, no es que me esconda, pero...
Pero pasa mucho tiempo sin conceder entrevistas.
Sí... eso es porque estoy cansada de que me pregunten tonterías. No quiero llegar a un estreno y que alguien me pregunte: “¿Y ahora (imita un tono de voz vulgar) con quien te acuestas, Vero?”.