SUN-AEE
PÉNJAMO, GTO.- Ningún día de los casi 30 mil que don Gregorio Jiménez ha vivido para completar sus 80 años, había estado tan triste, con tanta rabia, con tanta impotencia como hoy.
Con su manos rasposas y arrugadas empuña su bastón, se incorpora, levanta la vista, suspira y dice lentamente, como masticando las palabras: “Esto ya está perdido”.
Frente a los ojos cansados del anciano agricultor hay miles, millones de litros de agua que forman una inmensa laguna en lo que hasta hace algunos días eran sus ocho hectáreas sembradas con sorgo en el municipio de Pueblo Nuevo.
Su rancho “El Panal”, aquel que le heredó su padre, aquel en el que nació en 1923, hoy está ahogado. Dos metros de agua cubren por completo las varas de sorgo.
Con sus tembloroso dedo apunta hacia donde estaban hace algunos días, los surcos que él mismo sembró. Pero parecería que el hombre está señalando el mar. De no ser por las copas de algunos árboles o las puntas de algunos postes que salen del agua, cualquiera juraría que se trata del océano.
“Mi padre no perdió el rancho durante la revolución y ahora que se supone que es otro tiempo, que la cosa está tranquila, yo ya perdí todo”, dice don Gregorio Jiménez.
Pero el hombre no sólo se quedó sin su cosecha, sino que podría ser peor, también podría perder su casa. Para poder financiar la siembra de sus ocho hectáreas tuvo que dejar su casa como garantía. Hoy, las ocho hectáreas están hundidas.
Según las cuentas de don Gregorio hoy cada una de sus ocho hectáreas significan una deuda.
Cada hectárea produce siete toneladas de sorgo que es pagado a razón de un peso por kilogramo. Así, de no haberse mal logrado la cosecha, don Gregorio hubiera podido venderla en algo así como 56 mil pesos. Sin embargo, después de pagar al banco, a los ingenieros, la semilla, el agua, el fertilizante, la maquinaria, los trabajadores y todo lo que hagan falta le quedarían al hombre unos seis mil pesos. Pero hoy no sólo no tiene los seis mil pesos, sino que debe 50 mil.
“Está destrozado el campo y estoy destrozado yo”. “Nunca me había ido tan mal, nunca había estado tan triste”, sentencia don Gregorio.