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“El arrepentimiento si existe”

Torreón, Coah.- Leticia todos los días se arrodilla ante Dios y le pide fortaleza. Asegura que el arrepentimiento sí existe, siempre y cuando sea de corazón. Y es que después de nueve años de estar en la cárcel, su situación no podría ser peor: los médicos le detectaron cáncer de colon.

Hace nueve años le dictaron una sentencia definitiva a Leticia Rueda Rodríguez: 40 años de prisión por haber asesinado a su hijastro. Su esposo también fue acusado del mismo delito, pero él fue trasladado al Centro de Readaptación Social (Cereso) de Matamoros, Tamaulipas.

Desde su traslado perdieron todo contacto. Ahora él ni siquiera sabe sobre la enfermedad de su esposa, si vive o está muerta, tienen una hija de doce años que vive en Estados Unidos con una hermana de Leticia.

Hace un año y medio, los médicos le detectaron el cáncer de colon rectal. Y a pesar de que las esperanzas son mínimas, Leticia se dice fuerte y resignada a la voluntad de Dios. No le tiene miedo a la muerte.

Leticia ha sido criticada por sus compañeros de prisión porque antes era católica y desde que se sabe enferma de cáncer, optó por el cristianismo, religión que dice, le ha ayudado a encontrar a Dios y sobre todo paz interior.

“Me sentí desesperada cuando me dijeron que tenía un cáncer muy avanzado, entonces comencé a cuestionarme sobre la existencia de Dios, al mismo que le había dedicado tanto tiempo”.

En muchas ocasiones ha perdido la esperanza. Cada vez que debe someterse a una cirugía cree no poder seguir adelante, sin embargo su fe en Dios la hace sentir fuerte para soportar todo. Sus compañeros han sido testigos de cómo Leticia ha quedado después de cada operación y cómo se ha levantado.

“ A ese Dios al que yo le clamo todas las noches y cada mañana, tengo mucho que agradecerle. Le pido por mi hija, a través de conocer la existencia de Dios me he convertido en una persona llena, puedo decir que hasta feliz con mi enfermedad y con una sentencia de 40 años”.

Después de tanto sufrir por su enfermedad, Leticia ha entendido que la muerte es parte de la vida: “Nadie es eterno, confió en que Dios me pueda sanar pero será su voluntad”.

Para Leticia el arrepentimiento sí existe y sí vale, siempre y cuando sea de corazón, pues un sentimiento fingido no vale porque a Dios no se le puede engañar: “Él ve en los corazones de las personas y sabe cuando alguien es sincero”.

Se dice arrepentida, pero no culpable: “yo no maté al niño, fue un accidente, mi esposo trató de defenderme de las acusaciones de mis suegros y entonces también lo involucraron, dijeron que ambos lo hicimos, pero no es verdad”.

Ahora cree que la prisión era su destino. Antes renegaba mucho de la vida y en muchas ocasiones cuestionó a Dios, se sintió abandonada. Pero ahora ya no le interesa convencer a nadie sobre su inocencia, sólo espera superar su enfermedad para estar con su hija, a quien sólo ha visto en dos ocasiones en los últimos nueve años.

Cuando se arrodilla y llora frente a Dios, Leticia le dice en algunas ocasiones: “Padre tú sabes por lo que estoy pasando, sabes mi necesidad aún antes que yo te lo diga, sabes qué necesito, sabes que mi hija está expuesta al peligro y eres el único que me la puede cuidar, no la abandones”.

Antes de convertir a Dios en su fortaleza, Leticia se sentía vacía por dentro: “estaba atrapada no en una prisión de cuatro paredes sino espiritualmente, ahora puedo estar recluida pero espiritualmente estoy libre, he sentido el amor de Dios cuando cierro los ojos y le clamo, me responde”.

Leticia tiene un mensaje para los “de afuera”: “la vida es difícil, aquí aprendes a valorar a la familia, con toda seguridad puedo decir que las personas cuando tienen cosas no le dan el valor que debe ser, como la libertad, a veces personas libres están más encarceladas que uno aquí adentro”.

Lo único que Leticia no se perdona es haberse perdido los mejores momentos de la vida de su hija Izamar, por eso está convencida de que todos deben valorar a la familia siempre.

La sociedad, dice, no debe juzgar a los presos tan duramente, pues todos cometen errores, sólo que unos corren con menos suerte que otros. “Hay delincuentes que siguen libres, pero simplemente no se les ha descubierto”.

Ni una sola vez más Leticia tratará de convencer a nadie de su inocencia. Dice que la ley de los hombres ya la juzgó y ahora sólo le queda esperar el juicio de Dios.

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