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“Gobernator”

Germán Froto y Madariaga

Desde Conan “El Bárbaro”, hasta el gobernador electo de California, pasando por “Terminator” y “Junior”, Arnold Schwarzenegger se convirtió esta semana en el jefe del Ejecutivo número treinta y ocho de California, una de las entidades económicamente más poderosas de la Unión Americana.

Muchos fueron los factores que llevaron al hombre que al través del fisicoculturismo que cultivó en Austria saltó a Hollywood y de ahí a una candidatura que en su origen no se diferenciaba mucho de otras en las que han participado fallidamente actores que, insatisfechos con el mundo del espectáculo, buscan en los medios políticos nuevas emociones y retos qué superar.

Pero entre esos factores hay unos muy claros que son significativos en la medida en que revelan que el favor de los electores se gana con audacia y determinación, rompiendo paradigmas y haciendo ofrecimientos que están de acuerdo con el sentir y querer de la mayoría de los electores.

Eso fue lo que sus asesores le deben haber sugerido al candidato Arnold cuando optó por lanzar su candidatura, si bien se evidenció que en algunos momentos, no pocos por cierto, no sabía cómo enfrentar la furia de sus detractores que lo tachaban de racista y le echaban en cara el que su padre hubiera servido en el ejército nazi.

Saltar a la política impulsado por la fama que se ganó como hombre rudo en la pantalla cinematográfica, fue un buen comienzo, pues es indudable que la gente, el hombre común que no sabe por quién votar, suele inclinarse hacia una figura cuando ésta le es familiar e incluso hacia aquéllas a las que admiran porque quisieran ser como ellas.

Para muchos norteamericanos Schwarzenegger, el actor, representaba la fuerza que lucha contra el mal o la encarnación del mal mismo destruyendo, matando o destrozando a placer sin tener que ir a la cárcel o dar cuentas de los cientos de cadáveres que dejaba a su paso.

Pero al mismo tiempo al fortachón que enternecidamente busca a su madre a la que perdió siendo niño (“Twins”); o al científico que se presta para quedar embarazado y probar así sus propias teorías (“Junior”); o al policía que para realizar una investigación se hace pasar por profesor de kinder y acaba enamorado de los niños y cambia de trabajo para quedarse permanentemente al lado de ellos.

Con razón se afirma que nunca los electores californianos habían sabido tanto de un candidato y al mismo tiempo ignorarlo todo.

Porque conocen al actor no sólo al través de las películas, sino también de las entrevistas en medios masivos y de su autobiografía. Pero a la vez no saben nada sobre el hombre político. Porque Arnold nunca ha ocupado un cargo de esa naturaleza y si bien en la vida real ha vendido de todo, no es lo mismo vender cosas, objetos, que ideas o programas de gobierno.

No obstante ello, el ahora llamado “Gobernator” optó por la línea dura, esto es, la que anuncia golpes mortales para los inmigrantes residentes en California, pues buscará echar abajo algunas leyes que conceden privilegios a éstos y colocó a su lado, como asesor principal, a uno de los políticos locales más odiados por los inmigrantes, Pete Wilson, ex gobernador y acérrimo enemigo de aquéllos.

Cuando en plena campaña declaró que iba en contra de esas leyes, muchos se preguntaron: “¿A qué le tira éste?”. Pero la respuesta era muy sencilla, pues apostaba a conseguir el voto mayoritario de los electores, toda vez que de cada cinco de ellos sólo uno es hispano. Todos los demás son norteamericanos y visto está que quieren que California sea sólo para ellos. “Fuera de aquí esos batos que vienen a robarnos nuestras riquezas”, dirían esos electores, olvidando que sus ancestros nos robaron toda California.

Pero además, al elector común le gustan los candidatos que actúan con determinación. Rechazan por tanto a los indecisos, los timoratos, los blandengues que quieren quedar bien con todo el mundo o que tiene miedo de comprometerse. Arnold, el candidato, actuó a la inversa. Con arrojo, coraje y firme determinación.

Si a eso le añadimos que el gobernador en funciones Gray Davis generó un significativo nivel de desconfianza y repudio por la forma en que endeudó al estado, se entenderá el porqué del resultado electoral.

Un candidato conocido. Una actitud de arrojo y determinación y un mal gobernador a vencer, fueron los ingredientes ideales para cocinar un “Gobernator”.

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