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“Miedo a nada”: Laura Esquivel

GABRIEL BAUDUCO

Se confiesa la autora de Como Agua para Chocolate y Tan Veloz como el deseo, el más reciente

Ella, con su talante reposado y sus modos de mujer armónica, habla con la voz puesta en alguna parte, a mitad de caminos entre sus recuerdos y la emoción de su presente intenso. Un recurso al que quizá debió llegar luego de conocer la fama repentina, después de la publicación de su primer novela -Como Agua para Chocolate-, que se convirtió en un best seller mundial, al ser traducida a 33 idiomas y permanecer durante más de un año a la cabeza de la lista de libros más vendidos del New York Times.

Y aunque después de ese vinieron otros libros -La Ley del Amor, Íntimas Suculencias, Estrellita Marinera y El Libro de las Emociones- que tuvieron buena aceptación de público, ninguno de ellos consiguió la escalofriante venta del primero, que alcanzó los 4.5 millones de ejemplares alrededor del mundo.

Ahora, mientras habla de Tan Veloz Como el Deseo (ver recuadro), su novela más reciente, Laura esta sentada casi inmóvil, por un dolor en la espalda que la tiene con el rostro cansado y la voz seca. Pero conserva, a pesar de todo, su cadencia de lama, su rictus inalterable, su postura zen. Convencida, parece, de que no hay nada peor que enojarse con un periodista delante. Entonces, cuando algún tema no le interese, cuando alguno la enoje, simplemente desestimará el asunto.

Lo cierto es que tantas veces la gente se le acercó una y otra vez para volver sobre los pasos de su primer éxito, que ahora -sin duda- Esquivel hace un esfuerzo por separarse de aquel buen rato que la hizo famosa, pero que, si se deja, no le permitirá crecer.

-Dime la verdad, ¿no estás harta de hablar de la comida asociada a la literatura?

-Sí. Eso me agota. Y me canso mucho, porque no me gustan las entrevistas.

-¿Por qué no?

-Porque, claro que hay diferencias entre los periodistas, pero la mayoría nunca pone lo que yo dije. Y es muy raro que me pregunten algo nuevo. ¿Para qué escribo una nueva novela si todavía seguimos hablando de Como Agua Para Chocolate?

-¿Crees que ese es tu mejor libro?

-No, claro que no. Pero esta respuesta no te sorprende, ¿o sí?

-Desde luego que no. Entonces mejor hablemos de ti. ¿Qué otras cosas te molestan, además de las entrevistas?

Me molesta que haya gente que utilice las palabras para destruir a las personas. Y que, a veces, utilicen tus mismas palabras, para difamar, para insultar, para devaluar. Qué chistoso, la mayoría de la gente no repara en el poder de las palabras. Con ellas uno genera memoria, moviliza emociones. Son algo sagrado, son magia pura. Hay que saber reconocer la diferencia entre prostituir o revalorizar las palabras.

-Algunas personas piensan que esa la diferencia entre la literatura y el periodismo.

-Bueno, sí.

-No estoy de acuerdo. Hay periodistas de buenas palabras.

-Es cierto que hay periodistas muy serios, muy comprometidos con el ejercicio de su profesión. Y con darle el verdadero sentido a las palabras de sus entrevistados y de sus relatos.

-¿Y cómo se descubre la diferencia entre unos y otros?

-Fácil. Al ver cualquier publicación tú te das cuenta: Algunos quieren contar historias. Otros sólo quieren vender. Buscando la intención de los textos puedes descubrir al periodista. Haz de cuenta que alguien en una entrevista confiesa ser egoísta, malhumorado. Depende de cómo lo pongas en el texto, vas a estar buscar contar una verdad o armar un escándalo.

-Tienes armonía al hablar. ¿Dónde conseguimos esa armonía los humanos?

-Mira, hago yoga todas las mañanas. Y medito mucho, casi desde mi adolescencia. Esa paz te la da conocerte, conectarte con tus adentros. Para eso necesitas un poco de silencio y algunos minutos de soledad al día. Para ti, para tu esencia y no para lo que tú representas ante los demás o para lo que los demás creen de ti.

-Entiendo, pero, ¿cómo descubre uno su esencia?

-Ah... pensando, pensando mucho en uno mismo. Mira (golpea el escritorio), la mayoría de las personas creen que esta mesa es sólida. Pero, ¿quién lo sabe, en realidad? Y esa energía que nos mantiene sólidos... eso es lo que somos.

-¿Las relaciones afectivas ayudan a conocerse, también?

-Un poco.

-Nada más para saciar intrigas, ¿Tienes marido, novio, amante, qué?

(Se ríe mucho) Sí, estoy casada. Llevo seis años con mi nuevo esposo.

-¿El tercero, verdad?

-Sí. Él escribe. Soy su fan número uno. Originalmente era dentista. Durante veinte años. Y desde hace tres, se decidió a cerrar el consultorio y hacer lo que más le gustaba en la vida, que es escribir. Es un hombre muy inteligente y muy sensible. Y disfruto mucho a su lado porque su sentido del humor es sensacional. Incisivo, corrosivo. Nada que ver con mi humor, mucho más amable.

-¿Cómo se convierte uno en una persona amable?

-Bueno, creo que tiene que ver con las cosas que ha vivido. Yo he pasado muchas cosas fuertes en mi vida. Y tuve maestros, guías que me ayudaron a salir de esos momentos difíciles, a superarlos. No le tengo miedo a nada. Todo el mundo le tiene miedo a sufrir, pero yo no. Claro, no soy masoquista. Pero todas las experiencias duras de las que te hablo, me hicieron mucho más fuerte. Y tampoco le tengo miedo a la muerte. Porque sé que lo que muere es el cuerpo, pero no yo misma, la energía se transforma, se vuelve otra cosa, se recicla.

-¿Como volver a nacer?

-Ajá. Pertenezco a la generación de los que nacieron en sus casas, todavía. En una colonia bastante humilde, porque mi familia es de clase media baja. Todavía existe la casa en la que yo nací. Los fines de semana llegaba un señor a hacer su espectáculo de malabares en bicicleta y otro con un oso. Como si fuera un circo callejero. Recuerdo todo eso, y también al ropavejero y al afilador. Esos eran los personajes de mi infancia. Aquella era una casa con una galería, con todas la habitación a un patio lleno de macetas. Pero ya está destruida. Hace un tiempo vi que estaban demoliendo varias casas en el mismo barrio y fui a preguntar si me vendían un vitral muy bonito que había en una de esas casas. Pero como estaba todo en demolición, tuve que pasar por ese patio donde yo jugaba cuando era niña. Empecé a llorar desconsolada. Fue una emoción muy intensa. El pobre hombre que me llevó no entendía nada. Pero, es que fue como sentir que me volvía la memoria a la piel.

¿Y cómo fuiste creciendo?

-Con felicidad. Fui feliz. Y eso que la mía era una mamá muy fuerte, muy exigente. Seguramente de pequeña no me gustaría eso pero ahora se lo agradezco, porque de ella aprendí la disciplina. De ella aprendí ese rigor y también el sentido de amor a la patria. Y por otro lado mi educación se balanceaba con la manera de afrontar la vida que tenía mi papá. Tan onírica, tan lúdica. Él jugaba mucho conmigo y con mis hermanos. Era tan respetuoso de lo que sus hijos quisieran ser. Y tampoco, jamás, me dio una opinión que yo no le hubiera pedido.

-Eso es el mapa de tu felicidad. ¿Cómo eres cuando te falta la alegría?

-Mantengo bastante la calma. No soy una persona que se deprima demasiado. Claro, como todo el mundo, tengo días de querer estar sola, de no hablar con nadie. Pero no me dura mucho más que un día. Tengo muchas armas internas para salir adelante.

-¿Será que tienes miedo de perder el control?

-No, no tengo miedo a sufrir, llorar o patalear. Eso no es un problema. Pero tengo muy claro que cuando estoy en medio de una situación muy fuerte, trato de tener presente que eso es una cuestión pasajera. No hay que tener miedo.

-Ah... comprendo. Entonces le tienes miedo al miedo.

-¡¡Que noooo!! (se ríe, se ríe mucho).

¿Puedo hacer una de esas preguntas que ya te hicieron muchas veces?

-Apuesto a que es sobre mi supuesta “literatura Light”.

-Sí, ¿qué sientes cuando muchos intelectuales dicen eso de ti?

-A veces, teniendo en cuenta que esos “intelectuales” toman una postura tan visceral, lo siento como un halago.

-Bueno, tampoco te pongas en “Madre Teresa”.

-Es que lo que yo represento es la armonía en mis libros. Entonces no entiendo por que puede llegar a alterar a algunas personas de esa forma. Me han dicho cosas muy duras. Y es chistoso. No hablan de mi, porque no me conocen. Hablan de lo que yo escribo, creyendo que lo que escribo soy yo.

-Hablemos un poco más del miedo.

-Si no queda más remedio...

-A ver. ¿Miedo a los elevadores, a las alturas, al agua, a los insectos, a las ratas, a los asaltos, a las multitudes?

(A todo Laura responde diciendo que no con la cabeza, mientras se ríe, suave, muy suave)

-¿Qué has hecho para conseguirlo?

Me dediqué a vivir gozando de todo: Los amigos, las fiestas, la comida, el baile, la lectura, la música. Todo, todo. Me gusta vivir, ¿qué voy a hacer?. Y ni siquiera puedo tenerle miedo a la muerte porque ya me morí una vez.

-Explícate, por favor.

-Cuando estábamos filmando Como Agua para Chocolate, tuve una trombosis cerebral. Era un páramo. Estábamos a 20 minutos del lugar más cercano, que era un pueblito. Al llegar al pueblo se me paró el corazón. Y entonces me revivieron con masajes. Yo, desde luego, no recuerdo nada de eso. Al día siguiente, desperté en un hospital de San Antonio, en Texas. Cuando abrí los ojos, vi la cara de mi hija Sandra -que ahora tiene 25 años pero en ese momento tenía quince-. Yo no podía hablar, pero mentalmente, le pedí a Dios que no me dejara morir. ¿Puedes creer lo que te digo?

-Puedo.

-En ese momento, yo escuché una voz. Es difícil de explicar. Pero oí una voz que me decía: “No estas sola. Estamos aquí contigo. Nada te va a pasar”. Y sentí una inmensa paz.

-¿Por qué no querías morir?

-Porque sentía que mi hija me necesitaba mucho todavía.

-¿O porque tenías miedo?

-No, ya te he dicho. Miedo a nada. Miedo no.

Su más reciente creación

Después de millones de ejemplares vendidos y de que algunos de sus libros fueran traducidos a 35 idiomas, llegó la hora de que Laura Esquivel se siente a pensar un poco más lo que escribe. Tan Veloz como el Deseo es –precisamente- un libro que se lee muy rápido y en el que su autora apela una y otra vez a un lenguaje simple... demasiado simple.

Tanto es así que el comienzo del cuarto capítulo es una mala disertación sobre lo qué es el amor y cómo se practica. Y en las primeras líneas del sexto, Esquivel dice: “Después del amor no hay cosa más importante que la confianza y uno de los beneficios que ofrece la vida en pareja es precisamente la posibilidad de disfrutar de ella en plenitud (...) La confianza de poder decirle al esposo o la esposa: ´mi vida, traes un pedazo de frijol en un diente´, o en caso contrario, de ser informado de que, involuntariamente, uno porta una lagaña o un moco.”

Antes y después de estas frases, el libro cuenta, de todos modos, con algunos pasajes rescatables. Pero, en muchos momentos, la pieza muestra su falta de elaboración.

En esta novela, la escritora aborda un intento de describir movimientos cósmicos, y, a ratos, lo consigue. Además de deslizar alguna crítica perdida: “Ni con la revolución los mexicanos habían adquirido una mayor conciencia de lo que eran, viviendo más de prisa, ¿cómo iban a poder conectarse con su pasado? ¿En qué momento iban a dejar que querer ser lo que no eran?”

Como siempre, en las narraciones de Esquivel, las escenas sexuales no tienen mucho erotismo y son descriptas con cierta ingenuidad. Aquel oficio que había demostrado tener en trabajos anteriores, al urdir tramas un poquito más complejas, parece haberse esfumado de las manos de esta mexicana que pasa buena parte de su tiempo en Nueva York.

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