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“Papá, ¡no prendas la guerra!”/Actitudes al día

José Santiago Healy

Una vez más los medios de comunicación han sido puestos en el banquillo de los acusados a dos semanas del inicio de la guerra contra Iraq.

Y una vez más son los periodistas, fotógrafos, comentaristas de televisión y los editores los malos de la película y los culpables de provocar la histeria en nuestra sociedad.

Como nunca antes la invasión norteamericana en Iraq es cubierta paso a paso con todos los avances y los excesos de las nuevas tecnologías.

Son 662 corresponsales de medios escritos y audiovisuales del mundo entero que fueron destacados y entrenados por las fuerzas militares de Estados Unidos para reportar desde el frente los sucesos de esta inexplicable guerra.

Los errores cometidos son lamentables, desde el optimismo desbordado que mostraron los medios informativos en las primeras horas de la guerra hasta aquel periodista que reportó un ataque terrorista iraquí a un campamento de la coalición cuyo autor resultó ser un soldado americano.

Pero las fallas se olvidan ante los nuevos y graves sucesos que ocurren sin cesar minuto tras minuto y ante la evidencia de que los corresponsales luchan cuerpo a cuerpo por ganar la exclusiva que significará su boleto de entrada a la primera plana de su diario o a la noticia principal del noticiero vespertino de televisión.

Saben los periodistas que estar hoy en Iraq y realizar un trabajo de alta calidad es imprescindible para aspirar a dirigir la redacción del The New York Times o para ser considerados entre los posibles sucesores del célebre conductor de CBS, Dan Rather.

Entre tanto los lectores y televidentes sufren ante la exposición excesiva que realizan los medios de comunicación, por ejemplo la cadena de noticias CNN que decidió dedicar tiempo completo a las hostilidades entre Estados Unidos e Iraq.

Una frase de mi hija de tres años fue por demás elocuente. “Papá, ¡no prendas la guerra!”, dijo asustada cuando encendí el domingo por la tarde el televisor, obviamente con la intención de ponerme al tanto del supuesto avance norteamericano hacia Bagdad.

Esa tarde caí en cuenta que la guerra ha envuelto a familias enteras y seguramente las consecuencias serán deplorables si se insiste en cubrir los hechos per se pero sin dar explicaciones y salidas a tantas interrogantes que agobian a los niños, jóvenes y los adultos.

Pero hay que decir con justicia que los medios de comunicación no son los responsables de la histeria. La responsabilidad principal recae sobre un país llamado Estados Unidos que decidió para bien o para mal derrocar a un dictador de nombre Saddam Hussein y quien a pesar de los ataques despiadados en contra de su población se niega a rendir.

La apología de la guerra no es un fenómeno nuevo. Quienes nacimos después de la Segunda Guerra Mundial conocimos por el cine y los documentales de televisión los horrores de esa cruenta época. El holocausto judío así como las locuras de Adolfo Hittler han sido reseñadas en cientos de películas.

En los años setenta y ochenta el cine intensificó la crudeza de sus imágenes con películas como Apocalypse Now y Deer Hunter, relativas a la guerra de Vietnam y ahora como si fuera un juego de Nintendo, en vivo y a todo color, somos enterados de los bombazos sobre Bagdad y de los combates nocturnos entre las fuerzas en pugna.

Los medios de comunicación no pueden hacer gran cosa en cuanto a recortar sus tiempos de cobertura ante la feroz competencia internacional y la avidez de los auditorios que quieren estar al día de lo que sucede en el frente.

Ya leíamos sorprendidos que los pilotos norteamericanos al regresar a sus portaaviones tras un bombardeo lo primero que hacen es plantarse frente al televisor para conocer por CNN los efectos de su reciente misión.

Sin embargo es muy grande la responsabilidad que tienen los medios en cuanto a la objetividad y la interpretación de los hechos.

Los medios norteamericanos se han dedicado a exagerar los avances de sus tropas y a minimizar los contraataques iraquíes. Sensatamente han aplicado acciones de autocensura como evitar imágenes de los cadáveres de sus militares, aunque en el caso del soldado de origen mexicano Jorge González sus familiares se enteraron de su muerte al ver su rostro por la televisión árabe en Los Ángeles.

Entre que son peras o manzanas y por salud mental será mejor para todos mantenerse a distancia de la televisión y alejar a los menores de este maremágnum informativo.

Al mismo tiempo intentar explicar lo irracional de esta guerra y los efectos negativos que tendrá sobre nuestras vidas. No será fácil contener la avalancha informativa y menos la propaganda a favor del imperio norteamericano, pero algo tenemos que hacer.

Por lo pronto en casa “no prenderemos la guerra” a petición especial de nuestra pequeña Pili que increíblemente a su corta edad ya fue atemorizada por la atrocidad de este conflicto bélico.

* El autor es licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con Maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego. Comentarios a josahealy@hotmail.com

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