México, DF.- Yolanda Montes y “Tongolele”, muy unidas por el baile. Ave de tempestades en un México de eternos contrastes, donde mostrar el ombligo o mover las caderas como ella escandalizaba a la sociedad de finales de los 40, etiquetándola como exótica, término que en Estados Unidos -su país de origen- equivalía a desnudista.
Yolanda Montes creó el tongolelismo, suerte de movimiento liberador de atavismos y prejuicios, mujer de lunar tan visible como su inseparable mechón blanco y quien por cinco décadas ha roto records de asistencia en centros nocturnos y cabarets tan famosos como el Tropicana, en Cuba, sitio que la coloca entre los consagrados de su selecto repertorio.
Figura indispensable para conocer a detalle el México de noche y el vertiginoso ascenso de una jovencita de 15 años, de madre enfermera y padrastro intratable, que bien a bien no sabía la expectación que causaba, primero en Tijuana, luego en Mérida y después en el pujante Distrito Federal, en lugares efervescentes como el Waikiki, el teatro Tívoli, Club Verde, Salón Macao, el Follies -tres años como figura central-, el Blanquita, El Patio, y hasta en caravanas y elencos en la Plaza de Toros, El Toreo, “Tongolele” -nombre artístico buscado por ella, producto de raíces de nombres tahitianos y cubanos, ritmos que dominaba en sus bailes-, rememora su paso por los escenarios.
“Me gustaba más Sandoa”...
-“Tongolele”, ¿creíste alguna vez que tu nombre artístico aunado a tu mechón, te acompañarían a lo largo de tu vida?
“El destino así lo quiso. Me gustaba más el nombre de Sandoa, pero fueron los muchachos cubanos de mi grupo que me hicieron ver que “Tongolele” era el nombre más adecuado, por lo exótico.
No usaba maquillaje, pero me daba rabia que me dijeran: ‘¡qué jovencita eres!’ Quería ser mayor, así son los jóvenes.
No conocía lo que era un cabaret y en un principio no me gustaba; no quería trabajar en el popular Club Verde, ahí por el ambiente. Me ofrecían 300 pesos por bailar y se pagaban en reventa hasta 100 pesos por entrar, era mucho dinero! Me hicieron ver, entre ellos el empresario y gran amigo Chato Guerra, que eran sitios turísticos y que incluso la ANDA prohibía a los artistas salir del camerino y menos sentarse en alguna mesa, aunque fuera con amigos y familiares, no como después fue degenerándose. Fueron llenos impactantes y era tratada como princesa”.
Le enojaba que le dijeran exótica...
-¿En más de una vez te acosaron, te asediaron hombres influyentes?
“Sí, me sucedió en varias ocasiones e inclusive un periodista de la época llegó a la amenaza directa por no acceder a lo que quería: ‘Puedo hacerte o deshacerte cuando yo quiera’. Se tragó sus palabras y años más tarde se lo reclamé. Sentí en carne propia la envidia y las campañas de desprestigio en mi contra, en los periódicos. Me defendía porque siempre fui solista y nunca acepté formar parte de un ballet.
Se me identificaba como la exótica bailarina tahitiana. Siempre odié y me daba rabia el término exótico, porque en Estados Unidos se asociaba al burlesque. Era muy ingenua, incluso hubo una ocasión en que bailé ocho veces en un día, haciéndome ver que era una labor social a beneficio, pero los empresarios sí cobraban”.
-¿Cuáles crees que hayan sido las razones por las que cabarets y centros nocturnos desaparecieron?
“No creo que haya sido sólo por el cambio que se produjo en México a nivel social y a la misma degeneración del término vedette y de la poca calidad de los espectáculos. Más bien la entrada de los cantantes y los grupos fueron para los empresarios un mejor negocio, en vez de pagar todo un show como el de las rumberas y bailarines con grandes orquestas tocando en vivo”.
Orgullosa abuela y madre de dos hijos -embarazo que en su época acaparó las páginas de espectáculos porque “Tongolele” no se había percatado que se trataba de gemelos, y porque tres meses después de dar a luz volvía a bailar con un cuerpo que envidiaban las mujeres de la época-, Yolanda Montes no cesa de tener en el baile su motor para vivir, combinándolo con sus dotes para la pintura y escultura en su casa de la Condesa, que redecora después de 15 años de ser una de las vecinas consentidas de la colonia.