El embajador mexicano ante la Organización de las Naciones Unidas, Adolfo Aguilar Zinser, en una conferencia ante estudiantes de la Universidad Iberoamericana, en la ciudad de México, sostuvo que nuestro país es “el patio trasero” de los Estados Unidos y que dejará de serlo hasta cuando ya no haya mexicanos que piensen que es necesario “tragar camote”.
Cuando se presenta uno en un foro académico como lo fue ése, se dicen muchas cosas en las que si bien se cree no se dirían en cualquier lugar. Y precisamente eso fue lo que le sucedió a Aguilar Zinser a quien sin duda le faltó prudencia.
Los cargos públicos, las investiduras, no son ropajes que quienes los ocupan u ostentan se puedan quitar a placer. Porque no se puede ser un día embajador ante la ONU y al siguiente un crítico acérrimo de uno de los estados que controla esa Organización.
Cuando los gringos lean las declaraciones del embajador no van a decir: “Pero mira, qué cojones tiene Aguilar”, sino que dirán: “Ah sí, conque ésas tenemos. Pues ahora verán estos mexicanos”. Y estimarán eso porque a muy pocos se les ocurrirá pensar que al embajador habla a título personal, sino que sus declaraciones involucran y comprometen la posición del gobierno mexicano. Prueba de ello es que Aguilar no tuvo que esperar mucho por la respuesta, la cual se produjo por voz de Collin Powell.
En una sentencia china se afirma que: “el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice”; y con esas declaraciones don Adolfo se volvió esclavo de sus propias palabras.
Por eso la prudencia es una virtud y por eso también tiene uno que aprender que cuando se desempeña un cargo público se compromete a honrar la investidura aun a costa de limitarse en el ejercicio de libertades tan importantes como la de manifestar abiertamente lo que se piensa.
El embajador debió haber advertido que, cuando le entregaron su nombramiento, en letras muy grandes, resaltadas en color dorado, decía: “EMBAJADOR ANTE LA ORGANIZACIÓN DE NACIONES UNIDAS”. Pero en las letras pequeñas decía: no hablar de más. Ser prudente. No exteriorizar en público comentarios y consideraciones personales. Pensar siempre que se habla en nombre del gobierno mexicano y otras más que son inherentes a tan honroso e importante cargo.
Siempre habrá mexicanos que consideren que Aguilar Zinser o cualquier otro que esté en su lugar, debe aprender a “tragar camote” y por tanto jamás dejaremos de ser el patio trasero de aquel país. Porque si nunca ha sido conveniente decirles a los gringos, desde el gobierno, lo que pensamos y queremos, hoy lo es menos, pues nuestras economías están ligadas de manera tal que difícilmente podrían separarse.
El embajador considera que a lo largo de las últimas décadas México ha transitado por tres líneas de política exterior:
“Una marcada por el activismo multilateralista con base en el derecho internacional. Una segunda colocó a nuestro país en una postura aislacionista que consideraba al mundo hostil y que lo mejor era sumir una postura defensiva ante EU. Finalmente, otros consideraban que la vecindad con Estados Unidos nos ubicaba como determinados por lo que esa nación quisiera, en una actitud proestadounidense”.
Si analizamos someramente estas tres formas de conducir las relaciones con el vecino país del norte, llegaremos a conclusiones muy sencillas y concretas.
La primera línea corresponde a finales del siglo diecinueve y principios del veinte y fue posible el que se diera en razón de que el mundo no conocía aún ni siquiera el primer ejercicio de un organismo mundial como fue la Sociedad de Naciones que formó parte del Tratado de Paz de Versalles y se constituyó a raíz de que concluyó la Primera Guerra Mundial. Pero hay que recordar que en la SN no participó EU. Además, en aquellos tiempos Norteamérica no era la nación que después fue y por eso México pudo actuar con mayor libertad en el campo internacional.
La segunda línea que marcó nuestra política exterior hacia los EU fue en efecto de aislamiento, pero también de cerrazón, pues se consideró que México no requería de nadie para salir adelante, sin advertir que el mundo marchaba hacia su conversión en una aldea global interconectada por muchos vasos comunicantes que volverían irremediablemente dependientes a las naciones unas de otras.
Y en la tercera línea, dada la vecindad y la suscripción del Tratado de Libre Comercio, se nos ubica como determinados por lo que esa nación quiera.
Lamentablemente esto es así, al margen de que los mexicanos prefiramos los tacos a las hamburguesas o la música ranchera a la country.
No es que estemos obligados a asumir una postura proestaudonidense ni mucho menos, pero sí que aceptemos que en las actuales circunstancias no nos queda otro camino que ver para adelante y tratar de sacarle a esta relación inevitable el mayor y mejor provecho posible.
Dijo Aguilar Zinser que Carlos Salinas intentó constituir un “matrimonio de conveniencia con Estados Unidos”, pero en la realidad ese matrimonio quedó en “un noviazgo de fin de semana”.
Se equivoca el embajador, pues bien nos hubiera ido si todo se concretara a un noviazgo de weekend o de ésos de un verano de la época de estudiantes, porque a estas alturas de la relación ya cada cual andaría por su lado buscando nuevos amores.
Pero no fue así, porque si bien es cierto que lo que México pretendía era el establecimiento de una relación entre iguales (matrimonio) y no lo logró, los gringos nos agarraron de su querida y nos dejaron en su patio trasero para venir a usarnos a conveniencia.
Sin embargo, eso era sabido desde un principio, pues se dijo en su tiempo hasta la saciedad. Los gringos nos tratan como a los perros de rancho, que los amarran cuando hay fiesta y los sueltan cuando hay pelea.
Por eso y porque difícilmente la actual situación tiene vuelta de hoja, no nos queda más remedio que seguir comiendo camote. Y más le vale a Aguilar Zinser que aprenda bien a deglutirlo, porque si no se le va a atorar y dicen que eso duele mucho.