Washington, (EFE).- El asesinato del presidente John F. Kennedy, del que se cumplen 40 años, truncó el sueño de "Camelot" y devolvió a la realidad a una generación idealista que se había propuesto hacer progresar el mundo y ganar la Guerra Fría de forma pacífica.
Algunos historiadores de EEUU le sitúan como el tercer mejor presidente que ha tenido el país, pero para algunos analistas, como Stephen Hess, del centro de estudios Brookings Institution, ese lugar es algo exagerado.
40 años después
Cuarenta años después, el asesinato de John F. Kennedy sigue sin aclararse, pero en cambio no cesa la publicación de nuevos datos sobre la vida privada y el Gobierno del presidente, que se ha convertido en un auténtico filón para los historiadores.
Las entrevistas, documentales, y análisis sobre la vida y obra de Kennedy que saturan estos días los periódicos y televisiones de EEUU confirman hasta qué punto la historia de amor entre los estadounidenses y su presidente número 35 continúa viva cuatro décadas después de su asesinato, el 22 de noviembre de 1963.
Las últimas revelaciones sobre Kennedy, cuya compleja vida personal es una auténtica caja de sorpresas, no hacen sino espolear el mito que da de comer a un sinfín de historiadores, periodistas y aficionados a las teorías de conspiraciones.
El asesinato en Dallas (Texas) continúa dando pie a nuevas investigaciones sobre un caso que nunca ha llegado a cerrarse, a pesar de que las autoridades señalaron a un único responsable: Lee Harvey Oswald, empleado de un depósito de libros que fue asesinado al día siguiente de su detención por Jack "Ruby" Rubinstein, el dueño de un club nocturno de dudosa reputación.
El documental "J.F.K.: Caso abierto" emplea fotografías de la autopsia del político y entrevistas con expertos para tratar de responder a los traídos y llevados interrogantes -cuántos fueron los disparos, en qué dirección iban las balas, por ejemplo- y probar que una segunda persona disparó al presidente aquel fatídico mediodía.
De acuerdo con esta teoría, la familia Kennedy ocultó esta información para mantener en secreto los numerosos problemas de salud que aquejaban al presidente.
A pesar de la imagen de Kennedy, que entonces tenía 46 años, como un hombre muy atractivo y que desprendía grandes dosis de vitalidad, los historiadores demostraron que en realidad su salud era pésima y que necesitaba un montón de medicamentos para hacer frente a los achaques que sufría desde su niñez.
En el libro "La cara oscura de Camelot", el periodista Seymour Hersh se refiere a estos problemas y señala que Kennedy consumía a diario cantidades ingentes de sedantes, pastillas para dormir, estimulantes y tratamientos hormonales, entre otros productos.
Hersh también relaciona a Kennedy con un nutrido grupo de amantes, prostitutas y con la mafia, y se suma al grupo de investigadores que creen que el político trató de asesinar al líder cubano Fidel Castro.
Su faceta de mujeriego aparece estos días en numerosos documentales que recuerdan que entre sus amantes figuraba la estrella de cine Marylin Monroe (quien entonó para Kennedy el famoso "cumpleaños feliz, señor presidente"), la artista de strip-tease Blaze Starr o la pintora Mary Pinchot Meyer, entre otras.
A la vida amorosa del presidente -casado con Jacqueline y padre de dos hijos- se le añadió un nuevo capítulo la primavera pasada, cuando salieron a la luz las relaciones que mantuvo con la becaria de 19 años Marion Fahnestock (hasta entonces conocida como "Mimi").
Estas relaciones llevaron a los medios de comunicación a trazar los inevitables paralelismos entre Kennedy y el escándalo Mónica Lewinsky, la becaria que estuvo a punto de costarle la Presidencia al también demócrata Bill Clinton.
Esta y otras aventuras, al parecer la comidilla de los reporteros que cubrían la Casa Blanca, no se dieron a conocer en su día, pero junto con el análisis de otros asuntos más trascendentales -como el papel de Kennedy en la crisis de los misiles con la Unión Soviética- se ha convertido estos días en el centro de atención.
La tragedia ha sacudido en numerosas ocasiones al clan Kennedy, al que algunos se refieren como la "familia real" estadounidense: Josep Patrick Kennedy murió en la Segunda Guerra Mundial y el hermano menor del presidente, Robert, fue asesinado en 1968.
Más recientemente, en 1999, su hijo John y su esposa fallecieron en un accidente de avión.
La tragedia alimenta el mito, y con el mito las elucubraciones, desde quién lo asesinó hasta qué habría ocurrido si Kennedy hubiera sobrevivido a aquel día de 1963.
A fecha de hoy, lo único claro es que la luna de miel del político con los estadounidenses todavía no ha perdido fuerza.
Kennedy y el poder
El demócrata Kennedy llegó al poder, en enero de 1961, tras una reñida elección que le dio la victoria sobre el vicepresidente republicano Richard Nixon, en la primera campaña televisada a gran escala, en la que el ganador desplegó ampliamente su atractivo ante las cámaras.
Su victoria fue también la de una generación que buscaba un cambio respecto al EEUU de los años 50, en favor de una salida pacífica a la Guerra Fría y el final del pánico a un conflicto nuclear que destruyera el planeta.
Así, el primer presidente católico de Estados Unidos buscó un entendimiento con la Unión Soviética, creó el Cuerpo de Paz para tratar de frenar de forma pacífica la extensión del comunismo en los países en desarrollo y trató de lanzar una nueva política hacia América Latina.
Además, Kennedy fue el presidente de la puesta en marcha a gran escala de la carrera espacial y quien fijó el objetivo de llevar un hombre a la Luna.
Era una época optimista, gracias a la buena marcha de la economía y a los adelantos médicos, como el descubrimiento y la aplicación masiva de la vacuna contra la poliomielitis, que ofrecían a la Humanidad esperanzas de poder llegar a los confines de la "nueva frontera", el término acuñado por Kennedy.
Y además, Kennedy, su esposa Jackie, y el resto de la familia ofrecían un nuevo tipo de glamour, sabiamente explotado, que anunciaba un presidente de una nueva generación para una época también nueva.
Era el mítico "Camelot", el término con el que la prensa y el país definieron después a esa Presidencia, marcada por un mandatario atractivo, joven y moderno, que se resistió a las convenciones desfasadas, pues no usaba sombrero y llevaba el cabello largo para la época.
Sin embargo, la luna de miel le duró muy poco al Gobierno de Kennedy, que tuvo que implicarse a fondo en la defensa de los derechos fundamentales de la minoría afroamericana, que comenzaba a pedir para sí la libertad que EEUU pregonaba en el resto del mundo.
En tres ocasiones, Kennedy se planteó enviar soldados a los estados sureños donde los gobernadores se negaban a dar a los negros los mismos derechos que a los blancos.
Además, la crisis del Muro de Berlín (1961), la frustrada invasión de Cuba en Bahía Cochinos (1961), la crisis de los misiles de Cuba (1962), y el mal resultado de la cumbre con el líder soviético Nikita Khrushchev mostraron que la cruda realidad exterior sería difícil de cambiar.
Confrontado con esa situación, Kennedy comenzó la progresiva implicación de su país en Vietnam, donde la guerra se convirtió en la peor pesadilla que Estados Unidos sufrió en varias décadas y lanzó a escena a una nueva generación, la de los pacifistas y hippies.
En 1963, el año de su asesinato, un total de 123 soldados estadounidenses murieron en Vietnam, y la cifra subió a más de 1.900 para 1965, en una escalada que costó al país más de 50.000 vidas y causó una gravísima fractura social.
El asesinato de Dallas, en la histórica Plaza Dealey, terminó de poner fin a un sueño que la dura realidad interior y exterior habían comenzado a desbaratar.
Para Hess, los logros sustantivos durante los poco más de 1.000 días de la presidencia de Kennedy pueden catalogarse como "promedio", aunque le concede que "claramente, era una persona de gran estilo y un político de primera categoría".