TORREÓN, COAH.- Muy caro le costó soñar con salir de pobre a Salvador Murillo Cerda; 15 años de esfuerzo e intenso trabajo en Estados Unidos, se vinieron abajo debido a la corrupción que impera en nuestro país, al regresar a México, sus compatriotas se encargaron de despojarlo de sus bienes, distanciarlo de su familia y mantenerlo preso por más de cinco meses, hoy lucha aún, tratando de recuperar algo de lo que obtuvo con tanto sacrificio en tierras extranjeras. “Lo único que quería era trabajar por mi cuenta”, sostiene.
En un café de la localidad, fumando cigarros sin filtro, de los más baratos, en mesa separada del grupo de gente que se reúne diariamente para intercambiar ideas del acontecer diario, Murillo Cerda narra su historia y recuerda la vida que llevaba en Uruapan, Michoacán, trabajando como trailero, lugar que dejó en 1984 para trasladarse al vecino país a buscar mejor vida.
Salvador desarrolló el mismo oficio durante 15 años en California, donde a pesar de su analfabetismo –“nunca fui a la escuela”--, reconoce, logró adquirir dos tractocamiones, un Ford modelo 1987 y un Peterbill modelo 81 y acompañado de su familia –esposa y tres hijos, así como de un amigo y su familia--, el cuatro de febrero de 1999, decidió regresar a su país que tanto extrañó durante el tiempo de esfuerzo y sacrificio en Estados Unidos, donde la vida era muy dura, pues “Pill Wilson era un gobierno muy racista y los mexicanos no tenemos derecho a nada”, recuerda.
Murillo Cerda fabricó en su mente una vida tranquila en su tierra natal, al lado de sus amigos, pero jamás imaginó que serían sus compatriotas, aquéllos que promueven el programa “Bienvenido Paisano” quienes en poco tiempo destruirían su sueño de abandonar la pobreza; el expediente 185/2001, archivado en el Juzgado Segundo de Distrito en La Laguna, es mudo testigo del trato que se le dio a esta persona a quien se le tildó de ser un mendacino –mentiroso--, de tener una actitud malosa, que incluso no reacciona ni al temor, ni a la vergüenza, según sus juzgadores.
Dos días después de iniciado el viaje de California a México, Salvador llegó a Ciudad Juárez y en el llamado puente internacional, como a las diez de la noche, los aduanales que permanecían en la línea imaginaria que separa a dos naciones, se dieron cuenta de su ignorancia y le informaron que no había formatos para tramitar permisos de internación temporal de ese tipo de vehículos, que iba a batallar mucho y que era mejor se arreglara con ellos por mil 500 dólares por dejarlo pasar; ¡ah, sin comprobante alguno, sin embargo ellos arreglarían todo en los retenes siguientes!
Luego de pensarlo bien y no ver otra opción, Salvador accedió, pero después en la garita conocida como “El 28”, en Ciudad Juárez, los aduanales le negaron el paso, informándole que con ellos tendría que arreglar un permiso de internación temporal y que no podía regresarse porque entonces le quitarían sus vehículos. Los aduanales, cuenta Salvador, le proporcionaron unas placas y lo mandaron a un taller donde en poco tiempo le pintaron una razón social en sus dos camiones, con lo que le aseguraron no tendría problemas.
Finalmente, a las doce de la noche ya para terminar el seis de febrero del 99 y previo pago de otros mil dólares a los agentes del Gobierno Federal, Salvador se adentró en territorio mexicano con la certeza de que llegaría hasta Uruapan donde lo esperaba otra vida, una llena de esperanza y tranquilidad al lado de su familia y amigos que lo acompañaban.
Todo iba bien, pero en El Precos...
En el retén de Samalayuca, lugar conocido como “Precos”, Salvador y familia fueron detenidos por los agentes de la Federal de Caminos, unidades 6660 y 4905; cobijados por la oscuridad de la noche –una de la madrugada--, los elementos de seguridad lanzaron una advertencia intimidatoria aprovechando la presencia de niños y mujeres, quienes después de escuchar que habían cometido un delito llamado contrabando y que eso los llevaría a la cárcel a todos, empezaron a llorar.
A pesar de las explicaciones de Salvador y súplicas por ignorancia, aun cuando se comprometía a regresar a tramitar el permiso para internación temporal de sus unidades, los agentes federales le aclararon que su desconocimiento no lo salvaría de la prisión y cuando se negó a “llegar a un arreglo con ellos”, lo trasladaron a las oficinas de la Federal de Caminos en el Periférico de esta ciudad.
“Aquí nos dijeron que éramos guatemaltecos y en tono de burla, me aseguraron que estaba metido en “un broncón, mira, los camiones están buenos y con cinco mil pesos por cada uno, te puedes ir, pues ya comprobamos que son robados”, me dijeron.
Salvador considera que el mayor error cometido en ese momento, fue el haber exhibido los títulos de los vehículos, así como su licencia clase “TX”, obtenida en el vecino país, para conducir todo tipo de trailers, pues luego de observar los documentos, se los quitaron y le dijeron que eran falsos, ya no se los regresaron.
De ese lugar, Salvador fue llevado al Palacio Federal, privado de su libertad, en tanto que los vehículos eran internados en el corralón de Mieleras –patios fiscales de la Aduana--, donde permanecían hasta ayer, aunque ya desmantelados, sostiene el afectado.
Salvador declaró ante la autoridad federal y después dejado en libertad, pero al exigir sus vehículos y documentos, le dijeron que se olvidara, pues el delito cometido era muy grave –presunción de contrabando--, aunque después, previo pago de cinco mil pesos, logró copias de los títulos “gracias al favor del representante de un líder gomezpalatino de apellido Meraz”, quien le dijo que la mayor parte del dinero era para la autoridad.
Desde el ocho de febrero del 99, empezó la pesadilla de Salvador, quien trataba de recuperar sus vehículos, sin embargo, a partir de entonces fue objeto de engaños y burlas por parte de representantes hasta de Derechos Humanos, asegura. La autoridad le informó que era un prófugo de la justicia y ya para terminar, vencido por la corrupción y “el poder de más peso que tiene la palabra de la autoridad sobre la de un ignorante”, el 27 de septiembre del 2002, Salvador decidió presentarse voluntariamente en el Palacio Federal para arreglar su situación.
Sin embargo las autoridades de Torreón le dijeron que aquí no tenía cuentas pendientes, su asunto se ventilaba en Gómez Palacio y allá tenía que acudir, trasladándose de inmediato a la delegación de la PGR, donde el licenciado Valdés Rocha, subdelegado de averiguaciones previas, le informó que quedaba detenido y sería internado en el Centro de Readaptación Social (Cereso).
Cinco meses y una semana después, Salvador salió de la cárcel, donde se enteró que los delitos por lo que lo habían encerrado, no se castigaban con prisión. La misma necesidad lo hizo aprender a leer y escribir, reconoció.
El lunes anterior, Murillo Cerda vio un reportaje en El Siglo de Torreón, en el que se asegura que unos 12 mil vehículos de procedencia extranjera circulan libremente por las distintas carreteras de La Laguna y que la misma autoridad reconoce que ese delito se llama contrabando, más grave del motivo por el cual él fue encarcelado –presunción de contrabando—y por ello decidió narrar su historia y dejar en claro el mundo de apariencia e impunidad que se vive.
Murillo Cerda trata todavía de recuperar sus tractocamiones, los cuales sólo observa a corta distancia en el interior del corralón de la Aduana. Su sueño de abandonar la pobreza con trabajo y esfuerzo, se vino abajo gracias al programa “Bienvenido Paisano” promovido por la autoridad federal.