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¿A quién le echamos la culpa?/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Leímos recientemente que los ahorradores mexicanos escogen tener su dinero a la vista, en lugar de inmovilizarlo sin utilidad en algún instrumento de ahorro bancario, dados los bajos réditos que la banca privada fija en México a todo tipo de cuentas. La oferta de réditos de las instituciones de depósito, ahorro y crédito es tan pequeña que a los depositantes no les rinde caminar hasta los bancos, hacer largas colas y lidiar con ejecutivos malhumorados , para finalmente salir de las oficinas con la sensación agotante de que ese esfuerzo los ha hecho más pobres de lo que eran.

Hasta 1969 la economía mexicana había logrado mantener un equilibrio estabilizador entre los factores que suelen dar valor a la inversión empresarial, recompensar justamente el esfuerzo de los trabajadores, fortalecer la capacidad adquisitiva del peso y dar fortaleza al ingreso nacional y por lo tanto a la economía.

Sobrevinieron después aquellos sexenios de populismo tristemente memorable encabezados por Luis Echeverría y José López Portillo que pusieron a temblar las finanzas nacionales y dieron pié al arribo a Palacio Nacional del presidente De la Madrid, quien al intentar recomponer las cuentas públicas congeló los salarios, aniquiló el esfuerzo gubernamental en favor de las clases sociales desprotegidas y paralizó las obras públicas federales en acatamiento a las condiciones que el Fondo Monetario Internacional impuso al país para redocumentar la deuda externa y conceder nuevos créditos: más de supervivencia, que de apoyo productivo.

En esos tiempos se sublimó el desorden financiero. Los bancos habían sido nacionalizados por el presidente José López Portillo y su heredero, Miguel De la Madrid, ejecutor de la estrategia neoliberal de su jefe, como secretario de programación y presupuesto, quien en vez de dar reversa a esa decisión de última hora en septiembre de 1982, consideró que el control de las instituciones bancarias le daría oportunidad de ayudar a empresarios amigos mediante créditos multimillonarios, sin garantías y con intereses blandos; también podría proteger la economía de quienes ya nada deseaban saber del negocio bancario, pagándoles indemnizaciones cuantiosas; igualmente pudo financiar el gasto corriente de la administración pública central y paraestatal con las reservas del banco central y finalmente alcanzaría una estrellita en la frente, como JLP, al dar atole con el dedo a los mini ahorradores ordenando que el Banco de México autorizara altos intereses a sus cuentas, las cuales parecían transmutar, por obra de magia, los pesos en cientos; los cientos en miles y los miles en millones.

Acostumbrados como estábamos a hablar de la inflación en términos de cebollas, tomates, maíz y fríjol, se nos olvidó que la moneda corriente se infla y desinfla según es capaz o no de comprar lo que los mexicanos necesitamos para sobre vivir. En esos tiempos el peso parecía valer mucho, pero con él se adquiría muy poco..

Un amigo había invertido la herencia de sus ancestros , con prudencia de viuda, en la compra de inmuebles, ya qué decía era la inversión más sólida y rentable; mas en aquellos locos días alucinó ante el fenómeno alcista de los réditos y decidió malbaratar los inmuebles para colocar el efectivo en las instituciones bancarias. Después, el 31 de agosto de 1976 casi se suicida ante la devaluación del peso frente al dólar. Algo le quedó de dinero y espíritu empresarial y lo apostó a la retórica del nuevo presidente, José López Portillo. Años después, el 17 de marzo de 1982 acaeció un segundo tronido monetario sexenal, que hizo pulverizó, literalmente, su menguado patrimonio.

Con lo que pudo rescatar , después de vender aquellos malditos instrumentos financieros, no alcanzó siquiera a financiar un modesto changarro, de esos que don Vicente Fox anuncia ahora en la radio sólo por hablar de algo.

En 1988 asumió Carlos Salinas de Gortari la Presidencia de la República y el país quedó abierto a las inversiones extranjeras, se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y se hicieron otras concertaciones comerciales con Europa, Asia y Latinoamérica. Al finalizar el sexenio se complicó la política interna, asesinaron al candidato presidencial y entró al relevo Ernesto Zedillo, quien se estrenó con el derrumbe económico y financiero de diciembre de 1994, que trascendió fatalmente a 1995. En el 2000 ganó Vicente Fox las elecciones presidenciales, pero su gobierno ha resultado errático, inconstante y carente de objetivos asequibles y viables.

Las condiciones actuales resultan tan poco propicias al crecimiento económico que ni el mismo presidente Fox sería capaz de sostener su proyecto inaugural del 7 por ciento por año. El primer semestre del 2003, dicen los pronósticos de la iniciativa privada, se repetirá en el semestre final y durante el año 2004. Aquel millón de empleos anuales ofrecidos el uno de septiembre del año 2000 tendrá, apenas, un abonito de doscientas mil plazas de trabajo y el producto interno bruto sólo experimentara un avance de 0.18 por ciento cuando se den a conocer los resultados económicos de segundo trimestre. Ni siquiera el milagro del reestablecimiento económico de Estados Unidos podría asegurar la consecución de los objetivos propuestos por la presente administración nacional.

Nuestra situación no es tan firme como los funcionarios federales aseguran. Ayer fueron Echeverría, José López Portillo; luego Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Hoy gobierna Vicente Fox. ¿A quién le echamos la culpa?. ...

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