Aquí estoy. Como hace muchos años, entre la nostalgia del pasado y los recuerdos del porvenir.
Estoy una vez más ante el recuento de mi vida. Esta vida que no es ni mejor ni peor que muchas otras. Pero es la que me ha tocado vivir y la que he disfrutado plenamente.
Debo confesar que, como diría Edith Piaf: “Non, je ne regrette rien”. Porque en efecto, no me arrepiento de nada. Todo cuanto he hecho, lo he hecho porque he querido hacerlo. Consciente, plenamente consciente.
Pero la vida ha sido generosa y me ha dado mucho más de lo que yo hubiera esperado y quizá de lo que pudiera merecer.
Vivo ahora un año más. Pero estoy consciente de que a un mismo tiempo “muero” un año más.
Dice Pablo Neruda que: “Muere lentamente quien evita una pasión. Quien prefiere el negro sobre el blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones de los tropiezos y sentimientos”.
Creo que la pasión bien entendida es el motor que mueve al hombre y por ende al mundo.
¿Cómo evitar, entonces una pasión? ¿Cómo no vivir con intensidad cada momento de nuestra vida si es ésta la única que habremos de vivir?
“De vez en cuando la vida -dice Serrat- se nos presenta en cueros y nos regala un sueño tan escurridizo, que hay que andarlo de puntillas por no perder el hechizo”.
Ahí está retratada, en otra forma, la pasión, las ganas de vivir a plenitud, desdeñando los absurdos convencionalismos sociales y las reglas que nadie sabe de dónde salieron pero que la inmensa mayoría respeta a ciegas, tontamente a ciegas.
Por eso el mismo Neruda añade: “Muere lentamente, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño. Quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos”.
¿Cuántos sueños se quedan en el mundo de la idealidad por no arriesgar lo cierto por lo incierto?
Cuánta sensatez, formalidad y solemnidad nos aprisiona en nuestra vida cotidiana.
El: “esto no se hace”; y el: “esto no se dice”, no nos va formando. Nos va deformando porque nos quita esa ingenua y placentera libertad con la que nos movemos cuando somos niños.
Arriesgar lo conocido por lo desconocido tiene su encanto, su magia. Solo viaja, experimenta y conoce quien está dispuesto a abandonar una cómoda posición para irrumpir en el mundo de lo ignoto. En el nido nunca se aprende a volar por más de que se batan las alas.
Agradezcamos sí, los consejos sensatos, pues ellos nos son entregados de buena voluntad. Pero no siempre les hagamos caso. Porque la cordura nos aferra al suelo y en consecuencia nos impide elevarnos al cielo.
Si Don Quijote hubiera actuado con cordura y sensatez jamás habría visitado tantos lugares, corrido tantas aventuras ni conocido a Dulcinea.
Si el mismo Jesús Cristo hubiera aceptado mansamente seguir la ley existente en su tiempo y respetar las estructuras imperantes, no habría dejado una huella tan profunda en la historia de la humanidad. “He venido –dijo- a traer fuego a la tierra, mas qué he de querer sino que arda”.
Visto así, actuar insensatamente, cometer una locura o atentar contra las estructuras existentes no puede ser tan malo.
En este recuento del pasado, yo debo aceptar que en muchas ocasiones no he sido sensato; he desdeñado buenos consejos; he actuado locamente y testereado una que otra estructura, todo lo cual me ha permitido divertirme, gozar y ser feliz.
Junto a Quino veo la vida de otra manera, pues él nos dice:
“...Pienso que la forma en que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: Uno debería morir primero para salir de eso de una vez.
Luego vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí. Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación. Luego fiestas, parrandas, drogas, alcohol, diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estás listo para entrar a la secundaria...
Después pasas a la primaria, y eres un niño (a) que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo...
Luego pasas a ser un bebé, y vas de nuevo al vientre materno, y ahí pasas los mejores y últimos nueve meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo...¡¡¡ESO SÍ ES VIDA!!!”.
Pero por alguna razón, Dios quiso que la vida fuera al revés de como la desea Quino y a nosotros no nos toca mas que aceptar Su determinación. ¡Ah!, pero ello no significa que no tengamos libertad para vivirla como nosotros queramos. Ahí es donde interviene ese libre albedrío del que Él mismo nos dotó.
Puede nuestra vida ser un orgasmo permanente, porque al fin y al cabo todos los días nacemos y morimos. Es más, qué digo todos los días, si cada minuto nacemos y morimos.
Hagamos entonces de nuestra vida un gozo permanente, consciente, viviéndola a plenitud. Que no digamos como el poeta:
“No lloro la muerte irremediable, por ser condición de la existencia. Lloro el tiempo gastado sin conciencia, porque de esa muerte diaria soy culpable”.
Deseo que la muerte no nos alcance llevando entre las manos un fardo lleno de tiempo gastado sin conciencia.
Eso y mucho más deseo hoy mientras me sumerjo, una vez más, en las profundas aguas de la nostalgia y los recuerdos del porvenir.