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Addenda/Ausencia de humanismo

Germán Froto y Madariaga

Dos veces en mi vida he entrado a un hospital para efectos de someterme a una intervención quirúrgica. Una, a los cuatro años de edad y otra a los treinta y tantos. En ambas me fue muy bien. Pero sé que no es lo común.

Cuando llega uno a internarse en una institución médica, va ya con cierta disposición a que tendrá que enfrentarse al dolor y, en algunos casos, a una recuperación prolongada.

Pero lo que no esperamos, es que los médicos lo traten con indiferencia y que para las enfermeras y demás personal, simplemente seamos “el enfermo del cuarto 102, o el de la cama 28”.

La falta de ética y la ausencia de humanismo es la constante que priva en muchos de los centros hospitalarios del país. Son raras, muy raras las excepciones a esta regla y si bien puedo yo dar testimonio de lo contrario porque en mi experiencia personal me ha tocado conocer y tratar a médicos que sí cumplen con el famoso juramento hipocrático, como Enrique Olloqui, Daniel Mora, Raúl Martínez Favela, Ricardo Sarabia, Eduardo Villarreal y Guillermo Siller, pero eso sólo implica que, como comento, éstos junto a algunos otros son la excepción que confirma la regla.

Y son la excepción, porque me ha tocado conocer a otros más que exageran los padecimientos de sus pacientes con el ánimo de convencerlos para que se operen; que no los curan para mantenerlos como pacientes cautivos o que los internan en hospitales para el solo efecto de curarlos de un absceso que podrían haber practicado en sus consultorios y lo hacen así sólo por razones económicas pues en algunos hospitales les otorgan a los médicos comisiones por cada paciente que ingresan.

Esta situación se acentúa aún más cuando el galeno, actuando con dolo, sabe que el paciente cuenta con seguro de gastos médicos, pues entonces como se diría coloquialmente se deja caer inmisericordemente.

Soy testigo de cómo, por la razón mencionada, el personal directivo de un centro hospitalario, de común acuerdo con ciertos médicos carentes de escrúpulos, son capaces de ingresar a urgencias a un determinado paciente con alta presión, estabilizarlo y al día siguiente pasarlo a terapia intensiva con el pretexto de tenerlo bien vigilado, aunque la realidad sea que todo ello lo hacen con la intención de que gaste más.

Por lo común, el paciente espera del médico comprensión, respeto y honestidad, pero en muchos casos encuentra exactamente lo contrario. Y ni qué decir cuando se trata de centros hospitalarios del gobierno, porque ahí el paciente no sólo es un simple número, sino que también es un motivo de molestia constante para los que lo atienden porque lo hacen contra un estipendio fijo y eso no les agrada.

Hace poco tiempo, un familiar cercano a un amigo mío tuvo que ser internado en un hospital privado en estado grave y al preguntarle mi amigo por el pronóstico del enfermo, ante su asombro y coraje el médico simplemente le respondió: “No soy Dios. No sé qué va a pasar”.

En otra ocasión, ante un infarto severo sufrido por un amigo, el médico le explicaba a la familia la situación del infartado en términos tan dramáticos que parecería que al día siguiente lo estaríamos velando; todo con la finalidad de convencerlos para que autorizaran la aplicación de una inyección “milagrosa” que abriría todas las venas que irrigan el corazón, pero cuyo costo era suficiente para que cualquiera de los familiares sufriera ahí mismo un infarto fulminante.

Igualmente fui testigo de la forma en que le hicieron firmar al hijo de otro amigo una cuenta más larga y enredada que la del gran Capitán, a lo que aquél tuvo que acceder pues de otra forma no permitirían que su padre saliera del hospital.

Así podría seguir narrando historia tras historia y seguramente cualquier lector de estas líneas podría añadir muchas más que evidencian la falta de humanismo que priva en la gran mayoría de las instituciones de salud y de quienes en ellas laboran. Casi podría decir que cada familia puede contar una vivencia dolorosa en la que hospitales y médicos, en su mayoría, salen muy mal librados.

En los hospitales hay dolor, angustia e incertidumbre que requieren buena atención médica, comprensión y prudencia. Pero parecería que a fuerza de ver todos los días casos clínicos, los médicos acaban por ver sólo cuerpos, sin recordar que dentro de ellos hay almas, espíritus y sentimientos.

¿Es mucho pedir que los profesionales de la medicina se sensibilicen y tengan presente que están tratando con seres humanos?

¿Dónde van a parar sus ideales de estudiantes y su promesa de atender con profesionalismo y honestidad a sus pacientes?

¿Se va quedando todo en el camino del mercantilismo, la indiferencia y la deshumanización?

Hay, lo repito, buenos médicos, conscientes y profundamente humanos. Pero tenemos que admitir que son los menos.

Cuando un médico se ve sometido a una intervención quirúrgica recibe un tratamiento especial de parte de sus colegas. Pro con todo y eso, los hay que llegan a percatarse de que no reciben, como pacientes, un trato adecuado. Es entonces cuando logran el mayor grado de sensibilización que pueden recibir. Lamentablemente no todos pasan por esos trances.

Pero, además, no debería tener que verse en tal extremo para advertir que sus pacientes son seres que merecen ser tratados con dignidad.

Cualquier médico me dirá que estas conductas inhumanas y deshonestas no son privativas de los médicos, pues otro tanto podríamos decir de los abogados y están en lo cierto. Pero en este momento estamos tratando el tema de los profesionales de la medicina. En alguna otra ocasión hablaremos de los abogados litigantes, que sin lugar a dudas tienen lo suyo y como profesional del Derecho lo admito.

Por ahora, bástenos con pedir a los médicos que retomen la aplicación de los principios que tenían cuando egresaron de la carrera. Tan sólo con eso, sus pacientes recibirían un trato digno y una atención humanitaria.

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